Gonzalo Campos Suárez: «Todo cuento requiere un ritmo, es puro movimiento»

Entrevista a Gonzalo Campos Suárez, autor de «Karaoke» (Sloper Ediciones)


Portada de «Timandra», de Theodor Kallifatides (Galaxia Gutenberg)
Gonzalo Campos Suárez. Foto: Diario La Opinión de Málaga

Karaoke, el nuevo libro de Gonzalo Campos Suárez (Sloper), es una obra precisa y colorida, una invitación a pensar cómo se construye un cuento, y qué importa desde el punto de vista creativo. Los personajes de este libro nos sorprenden, nos sacuden y nos impulsan a imaginar otra vida posible. De hecho, si tuviera que definir en una sola imagen lo que simboliza este libro podría pensar Karaoke como un gran prisma que refleja todos los colores a través de un conjunto de personajes fabulosos. Conversé con el autor sobre el proceso creativo de estos cuentos maravillosos y también sobre su relación con el oficio de la escritura. Que nadie se prive de gozar de esta hermosísima lectura.


Karaoke es un gran prisma que refleja todos los colores a través de un conjunto de personajes fabulosos.

P—«La piedra, trabajada en infinidad de caras refleja de forma asombrosa la luz del sol», escribes. ¿Vale esta imagen para pensar la escritura en su relación con la luz?

R—Para mí la escritura es una pulsión que en determinados momentos se torna necesidad. Como muchos otros autores antes que yo repetiré aquello de que podría vivir sin escribir pero jamás sin leer. Me siento a escribir solo cuando tengo algo que contar, nunca de forma mecánica o funcionarial, y siempre desde la originalidad y la construcción de personajes, entornos y realidades muy distintos a los míos.

P—¿Cuál es la semilla de Karaoke?

R—El humor negro, sin duda. Me reté a mí mismo en la intención de construir un volumen de cuentos cimentado en ese género, que considero bastante difícil y poco habitual en narrativa breve (lo que no quiere decir que no existan buenos ejemplos). Como siempre digo, para escribir una historia realista sobre lo que pueda estar sucediéndole a mis vecinos ya hay otros cuentistas que lo hacen mucho mejor que yo. A mí me apetecía construir un libro cargado de ironía donde el teatro tuviera una presencia preponderante. Lo que pasa es que al final, sin uno quererlo, tus historias terminan transitando por caminos no previstos, y uno de ellos, en este caso, es el de la soledad y la melancolía.

P—En tu libro viajas a través de diversas culturas y exploras la intimidad desde relatos que podrían proyectarse sobre estereotipos colectivos pero dándoles la vuelta, siempre con el humor por bandera. ¿Cómo has conseguido esto?

R—A mí me encanta viajar. Es una de mis grandes pasiones y trato de escaparme siempre que puedo. Hay quien me ha dicho: «¿No te cansas?». Yo pienso para mis adentros: «Si tú supieras…». Para mí viajar constituye mucho más que un simple desplazamiento en el espacio (no voy a soltar un exordio sobre lo que aporta conocer otros países y culturas). Karaoke es un libro que he disfrutado mucho escribiendo, entre otras cosas porque me ha permitido viajar a través de la imaginación, a través de la construcción de personajes, conflictos, lugares: Tokio, Venecia, Bayreuth, el Medio Oeste americano… Pero también te digo que por mucho que uno invente, esos personajes y conflictos no dejan de ser universales y son fiel reflejo de nosotros mismos. Por muy original que uno pretenda ser en sus ficciones, al final la realidad siempre lo supera.


Para mí la escritura es una pulsión que en determinados momentos se torna necesidad.

P—¿Qué hace un médico alergólogo dedicándose a la literatura? ¿Por qué?

R—No debemos olvidar que el médico siempre fue el humanista por excelencia. Ahí tenemos los ejemplos de Gregorio Marañón o Ramón y Cajal. Pero también los de Antón Chéjov, Arthur Schnitzler, John Keats, Mijaíl Bulgákov o el mismísimo Rabelais. No soy el único, hay más como yo hoy en día con inquietudes culturales y que en su búsqueda y su formación terminan picados por el veneno de la literatura. Pero ni comparación con lo que era antes.

P—Alguna máxima que te sirva en tu ejercicio de la medicina y que practiques en el oficio de la escritura.

R—El respeto a uno mismo y a lo que se tiene delante: sea un paciente o una historia (que si lo miras bien, se parecen mucho).

P—¿Con qué autores o lecturas te has formado?

R—Si me preguntas por el cuento, te diré que he crecido con las lecturas de los autores franceses, rusos y centroeuropeos: Maupassant, Chéjov, Kafka… por delante de las de los hispanoamericanos a los que llegué después. La mía es una escritura más narrativa, más prosística. El lirismo en mi caso asoma solo en determinadas ocasiones. Hay quien comienza en esto de la escritura a través de la poesía y un día decide pergeñar un libro de cuentos. Ese autor compondrá un volumen mucho más lírico que yo, que tengo las raíces que tengo y que me he criado leyendo narrativa de todo tipo, y en las últimas décadas, teatro. Mi relación con la poesía está aún por definir. Llegará.

P—Los personajes de Karaoke tienen en común que todos están más o menos hundidos pero, lo sepan o no, todavía no están perdidos del todo. ¿Escribir te compromete con la realidad; te sientes obligado a ofrecer luz a través de tu escritura?

R—Me gusta partir de personajes que tienen poco que ver conmigo o con el entorno que frecuento; en definitiva, con mi cotidianidad. En ese proceso de construcción es cierto que suelo dibujar perfiles extravagantes, huraños, melancólicos, solitarios… Me dan mucho más juego desde el punto de vista creativo y multiplican las opciones. De alguna manera, la trama de la historia los aboca a una catarsis que les permite escapar de su condición a otra realidad bien distinta, pero no necesariamente mejor (o sí, nunca se sabe). No trato de buscar finales felices; de hecho, huyo de ellos todo lo que puedo. A veces, otorgar luz no pasa por regalarle a una historia un final feliz.

P—¿Qué te permite el teatro que en el cuento crees que es más complicado de alcanzar?

R—El teatro te permite ficcionar y dialogar en claves distintas a las de la narrativa al uso. Digamos que te permite alcanzar rincones a los que de otra forma te estaría vedado llegar. Dialogar usando los recursos, por ejemplo, del teatro del absurdo o del surrealismo revienta esa especie de corsé de lo conocido o habitual para abrirte a un mar de posibilidades expresivas, emocionales y argumentales. Es muy frecuente ver a autores que pasan de la poesía al cuento (o que frecuentan ambos géneros a la vez) pero poco ver a dramaturgos haciendo lo propio: Pirandello, Chéjov o Javier Tomeo fueron algunos. Actualmente no los localizo.


Dialogar usando los recursos, por ejemplo, del teatro del absurdo o del surrealismo revienta esa especie de corsé de lo conocido.

P—Los personajes se manifiestan aquí a través de sus actos y, de hecho, las descripciones las usas solamente para plantear ciertas atmósferas. ¿Un cuento es movimiento?

R—Por supuesto, todo cuento requiere un ritmo, es puro movimiento. Y hay que cumplir con él o la historia se colapsa, se ahoga. No me gusta hipertrofiar mis relatos a base de digresiones o descripciones innecesarias. Lo que no se adapta al ritmo, sobra. Si te apetece hipertrofiar, escribe una novela.

P—Cuando piensas los personajes que habitarán un cuento o una obra teatral, ¿qué aspectos son los que te resultan más importantes? ¿Es diferente el planteo de ellos según qué género?

R—Fíjate que en ocasiones no es que se me ocurra una idea para un cuento o una obra de teatro y a partir de ella construya un personaje, sino que muchas veces ocurre a la inversa: partiendo de un personaje original, fascinante en sus cualidades o carácter, que irrumpe en mi cabeza y me avasalla, decido dedicarle una historia donde pueda quedarse a vivir eternamente. No dispongo de un método preestablecido para esto que me preguntas: en algunos casos el proceso creativo parte de una idea original para una historia, y en otros de un simple personaje que se me ocurre y que llama mi atención lo suficiente. No todos los personajes encajan en todas las historias y viceversa. Cada cuál hace por encontrar su lugar.

P—Para poder escribir teniendo una profesión tan exigente como la tuya imagino que será necesaria cierta obsesión metódica con el lenguaje. ¿Cómo organizas tus tiempos de escritura? ¿Alguna manía que te ayude a concentrarte?

R—Soy bastante anárquico a la hora de escribir, porque lo hago solo cuando me apetece, sin forzarme en ningún momento. Puedo pasar semanas sin acercarme al ordenador y luego darme verdaderos atracones de escritura (como una especie de bulímico). Como bien dices tengo mis obligaciones profesionales y familiares, pero aun así, aunque disponga de tiempo, si no me apetece escribir no escribo. No creo en eso de tener que sentir la escritura día a día como un pálpito, la verdad. Ahora, eso sí, la lectura es práctica obligatoria, un mandato diario inexcusable. Añadiré, para no quedar mal del todo, que soy bastante disciplinado durante el proceso de corrección, hasta límites obsesivos. Dedico tanto tiempo a pulir mis cuentos que a veces me haría falta alguien que me arreara un guantazo y me los arrancara de las manos de una vez.

P—¿En qué estás trabajando ahora?

R—Acabo de finalizar el proceso de corrección de varias obras de teatro escritas en los últimos años. Una de ellas estrenada. Si nada lo impide dos de ellas serán publicadas a lo largo de este año.

«Karaoke», de Gonzalo Campos Suárez (Sloper)

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