Entrevista a Marina Closs, autora de «Pombero» (Páginas de Espuma).
Marina Closs // Foto tomada de la web de Páginas de Espuma |
Pombero de Marina Closs presenta una serie de cuentos con extrañas criaturas que intentan sobrevivir en un mundo que las rechaza. Conversamos con la autora acerca de su relación con la oralidad y su interés a la hora de escribir. Te invitamos a leer esta conversación y a asomarte a estos cuentos extraordinarios. Aquí puedes leer la reseña completa de Pombero de Marina Closs (Páginas de Espuma).
Cuentos con extrañas criaturas que intentan sobrevivir en un mundo que las rechaza.
P—Pombero reúne un conjunto de historias donde la muerte está muy presente. Cuando no aparece hay temor de ella. ¿Pensás mucho en la muerte?
R—Debe ser que sí. Siempre pensé que era porque tengo sangre española.
P—No hay discurso en tus cuentos. El relato se va formando mientras avanzamos, con una voz que nos guía y que, al mismo tiempo, se esconde de nosotros. ¿Creés en una literatura que abandone la enunciación para aferrarse a la música del lenguaje?
R—Sí, creo que los discursos, en el fondo, también son una música. Una más fea, digamos, llena de lugares comunes, intereses egoístas, metáforas podridas y pretensiones de verdad. Me gusta la literatura por eso, porque, al concentrarse en cuestiones estéticas, pienso que uno abandona un poco esa posición tan rígida (¡tan interesada!) del yo de un discurso. Se entrega a esa condición extraña de la naturaleza que es crear una forma: dejar que la naturaleza vuelva a auto-organizarse a través de uno.
P—¿Escribís desde un personaje o desde un lugar? ¿Cuánto más te importan las atmósferas que los personajes?
R—Creo que pienso las dos cosas en conjunto. Disfruto mucho de ir desarrollando las psicologías, pero no me gusta que evolucionen exactamente. Me gusta, más bien, que se encaprichen con sus pasados, es decir, en fin, con sus atmósferas y sus entornos.
P—Me intriga saber cómo fue tu infancia, qué objetos te rodeaban, de qué forma fuiste incorporando a tus sentires lo mágico de las leyendas tradicionales.
R—Yo tenía una abuela muy parecida a la de Marioka, que tomaba decisiones extrañas con mucha convicción. Ella me fascinaba justamente por eso, porque siempre estaba totalmente decidida. Y no tenía ningún problema con ser delirante. Me mandaba a decir y a hacer cosas difíciles, como agarrar sapos con la mano, tomar jugos de verduras horribles, o pelearme contra sus gallinas. Una vez, me hizo tomar jugo de remolacha y me amenazó con que, si no me lo tomaba, me iba a explotar el estómago. Ella creo que fue lo más inolvidable de mi infancia. Sabía hasta curar verrugas.
P—Marina, en tu libro hay un cuidado de forma que me maravilla. Rompés las normas de la gramática, avanzás contra las cosas y el lenguaje parece completamente a tu servicio, y no al revés. Me gustaría preguntarte por esta parte de la composición de tus cuentos. ¿De qué manera se han ido construyendo estos relatos?
R—Bueno, como decís (y como por suerte ya adelanté), yo en verdad soy algo bastante execrable en el mundo actual, una especie de esteta. A mí me preocupa mucho cómo suena una oración. Tanto que, al principio, no tengo ni idea de qué dice. Lo mismo, cuando voy desarrollando los argumentos de los cuentos, pasa un tiempo largo hasta que me doy cuenta (casi descubro) cuál es el argumento. Primero, mi atención está totalmente encaprichada con el lenguaje, la forma, los sonidos. Busco el contenido ahí (y tardo un rato hasta que lo encuentro).
Me preocupa mucho cómo suena una oración.
P—¿Cuál es el principio de un cuento: imagen, idea, voz?
R—A veces, la voz. A veces, una imagen. A veces, un ruido de fondo, como esa radio que repite anuncios en el cuento sobre Suzumushi. Siempre es un principio muy mínimo, que me hace empezar a escribir como por la desesperación de saber qué puede salir de ahí.
P—No hay titubeos en tus cuentos, hay un chorro de lenguaje que avanza. ¿Escribís con seguridad? Y ¿qué ampara tu deseo cuando estás escribiendo, qué metas te sirven de faro?
R—No escribo con seguridad, ¡para nada! Corrijo muy lentamente y, al final de las miles de correcciones, voy adquiriendo una certeza (asesina) de qué va y que no va. Pero esa certeza me llega muy al final. Por mucho tiempo, ando perdida entre lo que tengo, lo que me falta, lo que sobra, lo que no sé qué es. Durante ese tiempo, escribir se parece más a convivir con un mundo que a ir hacia alguna meta.
P—Hay en tu lenguaje una excentricidad más propia de la poesía, esto de fracturar, contraer y expandir la gramática para que se ajuste a una voz. ¿Te interesa la escritura que empieza en cada libro, como si no existiera literatura?
R—A mí me encanta la poesía, me gusta demasiado incluso. Creo que por eso no escribo poesía, para no decepcionarme a mí misma. Para nunca enterarme de que no me saldría bien. Debe ser que la ficción me parece un territorio menos sagrado, entonces me siento cómoda, me dan más ganas de probar. La poesía me intimida, la prosa me parece, al contrario, una posibilidad infinita de borrachera. Por otra parte, no soy nada iconoclasta. Mis libros nunca empiezan en mis libros. Hasta siento que soy una copia mala de todos los libros que me encantaron.
P—Al leerte cuesta no pensar que la ficción es lo más parecido a una pregunta contra la fe y las creencias. En tus cuentos las leyendas se trastocan, adquieren nuevas posibilidades, como si el propio hecho de escribirlas fuera confirmarlas y, al mismo tiempo, contradecirlas, hacer las preguntas importantes sobre los silencios que orbitan en torno a esas historias que nos contamos. ¿Qué pensás?
R—Que la ficción es un espacio de revisión, una especie de intra-reino ¿o entre-reino? Un lugar desde el que uno puede desmantelarlo todo y después ponerse a bordar sus propios (complicados) manteles. No es algo contra la fe, en realidad. Es, al contrario, una fe. De que esos manteles son necesarios. Aunque después no haya ninguna mesa de ese tamaño.
La ficción es un espacio de revisión.
P—¿Hay algún libro al que vuelvas con obsesión, y que te haya apuntalado de alguna manera mientras escribías Pombero?
R—Trato de no releer los libros que sé que me influyen mucho. Porque me parece que, para la escritura, es mejor que mi memoria los vaya deformando y royendo, antes que tenerlos muy imponentemente frescos. Pero supongo que sí espío cada tanto libros como Eisejuaz, o los cuentos completos de Clarice Lispector. También espío los libros del escritor ruso Andréi Platónov. Los leo una vez y después los espío preocupada para siempre. Es como si él tuviese la clave de todo.
P—¿Qué ha supuesto para vos quedar finalista del Premio Ribera del Duero y conseguir sumarte a un catálogo impecable y prestigioso como es el de Páginas de Espuma?
R—Bueno, es una suerte, primero, porque las escrituras extrañas suelen quedar un poco descatalogadas y eso, en algunos contextos, suele traducirse en desaparecer completamente. Estar en ese catálogo me da una oportunidad de llegar a lectores que yo ni sabía que existían (¡si es que existen!). Juan Casamayor y su equipo (por no decir Marta Sanz, que estuvo de jurado en el premio) se entusiasmaron mucho con el libro, me dieron mucha esperanza. Más allá de formar parte del catálogo, ese contacto con personas, con lectores entusiastas, fue para mí muy emocionante.
«POMBERO», de MARINA CLOSS (PÁGINAS DE ESPUMA) |
0 Comentarios