«Diciembres iniciales» de Mariano Peyrou (Pre-textos)

Entre la alegría del juego y la severidad de la pérdida nacen estos poemas, voces de lo sensible.

Reseña de «Diciembres iniciales» de Mariano Peyrou (Pre-textos)

Donde dice «escribir» debe decir «leer». Donde dice «hablar» debe decir «escuchar». Donde dice «frontera» debe decir «cruzar». En un mundo obsesionado con los nombres que cada vez significan menos Mariano Peyrou nos invita a distorsionar la mirada para encontrar nuevos significados para el lenguaje. En su libro Diciembres iniciales (Pre-textos) el juego del lenguaje adquiere una nueva dimensión: desmantelar el sentido de verdades como el destino y el tiempo, para cultivar un mundo sensible que reivindica lo pequeño, la intensidad del primer chispazo no de la flecha encendida. Un libro fabuloso que nos recuerda la materia increíble de la que está hecha la sensibilidad poética de Peyrou. Que nadie se lo pierda.


Un libro fabuloso que nos recuerda la materia increíble de la que está hecha la sensibilidad poética de Peyrou.

«A los orgullosos: que sigan repitiendo sus pasiones». El punto de partida de los Diciembres iniciales de Mariano Peyrou es una bienaventuranza. Como no podía ser de otro modo, la alabanza surge de la mancha y no de una actitud modélica; la virtud reside en equivocarse, en persistir en la equivocación, en ser mortales heridos. La luz es esa contradicción entre lo deseado y lo posible, y dios no entra en la ecuación. Es una buena forma de arrancar, porque esta apuesta por la herida —que reivindica el derecho a equivocarse— nos ofrece una enseñanza sobre nuestra semilla contradictoria y la posibilidad de redención. Leemos: «a los arrepentidos y a los sordos de espíritu: / que se pidan ayuda, / que se hablen con los ojos y se gusten con los ojos».

Es un poemario sobre lo que germina en los márgenes. La poesía de Peyrou siempre ha apostado por eso: una forma de entender el lenguaje por lo que podría decir y no dice, por desentronar la verdad del centro y buscar otras posibles verdades —que nacen de la contradicción, de la incoherencia y de la desesperación que a todos nos alimenta—. La verdad, que siempre es pequeña, y a veces invisible, pero siempre valiosa. «Lo efímero está ahí y es infinito». Todo poema es una exploración del lenguaje en la estética de Peyrou. La forma se impone como búsqueda inquieta sobre lo invisible, pronuncia la sombra y revela una verdad-semilla que destaca por su insignificancia. Y ahí, en ese instante de encuentro como lectora con la palabra precisa, algo nos conmueve profundamente.


Un poema de Mariano Peyrou (Pre-textos)
Un poemario donde lo lúdico nos invita a hondar en lo reflexivo

En este libro en particular, encontramos la severidad y la ternura, manifestándose a través de estructuras versales que responden a una premisa lógica pero que se acompañan de imágenes aparentemente absurdas que marcan un contrapunto, una extrañeza en el poema. Imágenes que aluden a un sentido simbólico: a veces extraño, a veces clarividente y siempre estimulante. Así, el sentido —o debería decir cuerpo vivo— de los poemas se divide entre lo asombroso y lo ordenado. «Hay dos fuerzas en tensión: la que proclama lo asombroso y la que trata de imponer un orden», leemos. En esa tensión el poeta consigue construir una poesía donde la forma irregular trastabilla para mostrarnos que es siempre en la caída donde se puede eliminar el mundo; quizá porque, como dice, «todo se cae / el aire se levanta». La contradicción que impone en nosotros el miedo articula el decir y el sentir con lo soñado y lo real. Y entre estos dos grandes territorios se tienden estos poemas, que en última instancia nos quieren ayudar a pensar de otra manera. Como en el poema Volando pensando, donde lo que parece tener cierto orden lógico se desarma al toparse con la realidad interior de la voz. Y el resto es una experiencia estimulante para la que no encontramos las palabras adecuadas.

La música. Siempre la música en la poesía de Peyrou. El decir no se separa jamás de una tonalidad que se impone, y que se refleja en un juego fabuloso entre rima y significado. Y hablo de tonalidad porque presiento que la única forma posible de analizar su poesía es desde el lenguaje de la música. Sus poemas siempre aluden a una sensibilidad que vinculamos más con la escucha atenta de una sinfonía, que con un texto. Sus versos tienen una sonoridad contundente —que a veces es rima, a veces antirrima y a veces, una combinación de ambas.— y se nutren con juegos silábicos, aliteraciones o símiles, por mencionar tan sólo algunos de los recursos poéticos que animan su poesía. «El suelo es el vuelo del vuelo».

Me animo a pensar que esta forma de composición poética, que encuentro tan vecina a la musical, refleja una actitud bien definida en su oficio literario: la escritura como un ejercicio espiritual, que sobreviva a todas las barreras impuestas y se viva como una oportunidad inderrochable de acercarse al mundo de lo sensible. En este ejercicio espiritual alcanzar la luz tiene que ver con saber encontrar claridad donde el lenguaje y los demás encuentran escollos. La poesía de Peyrou nace de esa herida, de esa piedra mohosa que interfiere en el significado, y desde ahí crece, se eleva. «Al mirar un túnel conviene no fijarse en su luz sino en su oscuridad», leemos. Y poco después dirá: «La luz está quieta / la oscuridad se mueve». En Peyrou todo es movimiento, y este libro es la confirmación de una actitud frente a la movilidad. «Lo más interesante de la vida no son los momentos de máxima intensidad. (...) Lo mejor es el vaivén».


Reseña de «Diciembres iniciales» de Mariano Peyrou (Pre-textos)
Los principios-finales en la poesía de Mariano Peyrou

En esa aceptación del movimiento la voz siempre se dice en plural. Es decir, poetizar no sólo supone la aceptación de la contradicción, de la mancha, de la herida del yo, sino la convicción de la pluralidad del arte poético. Se dice en plural para reivindicar de una forma novedosa lo que nos enseñó Rimbaud —aquello de que el poeta es voz colectiva—. Y digo novedosa porque aquí veo una bonita distorsión. Cuando el poeta visionario del vanguardismo francés dice «Nos equivocamos al decir: yo pienso / deberíamos decir me piensan» vemos cómo el yo existe en la medida en la que es proyectado en el otro, en el afuera; pero en Peyrou ese ser colectivo viene de dentro, viaja del interior de la voz hacia fuera. «Y nos deshacemos / de tanto escuchar a todos los que tenemos dentro». Y esto tiene que ver con la humildad de su escritura. Y es una actitud pensante que se repite a lo largo de su obra, y que nunca deja de asombrarme.

Diciembres iniciales es una apuesta poética fabulosa, que alude a la poesía de lo invisible. Lo que crece en el borde está en el centro del poema. Mentiría si dijera que no es ésta la cualidad de su poesía que más me fascina. Considero que la suya es una de las voces más estimulantes y lúcidas de nuestro tiempo poético. Un poeta al que te acercas siempre con el entusiasmo renovado, porque no ha escrito dos veces el mismo libro y porque siempre tienes la sensación de que te has perdido lo más importante. Y entonces vuelves a leerlo. Y leerlo. Y mi deslumbramiento tiene mucho que ver con la convicción de que para mirar y entender lo que existe en la orilla se necesita de cierta perspectiva. Y con la casi certeza de que la única forma de traducir en poesía esa mirada bifocal que apunte a lo que no aparece en escena es provocando una raja en la estructura.

Intento explicarme mejor. No creo que la materialización de la perspectiva se conjugue a través de la voz sino del orden de los elementos en el poema. Y creo que en esto también la escritura poética se asemeja a la composición musical. El músico escoge la clave antes de sentarse a componer. La primera nota del pentagrama no existe sino en función de esa clave; fuera de ella es un símbolo atravesando una línea o acomodado entre dos líneas. Como el compositor, el poeta delimita la forma que el lenguaje adoptará en su partitura, y su forma le otorgará sentido al decir. Y en ese decir se asoma lo maravilloso, que permite esa mirada colectiva, esas muchas voces interiores que son producto de tantas lecturas y tantas experiencias, y que se desbordan en el poema como símbolo exacto de la otredad.


Y la reivindicación que nos enseñó Rimbaud de conexión intrínseca con los otros

Los poetas más interesantes son aquellos que trabajan de forma laboriosa sus composiciones. Una actitud que se nota. En el caso de Peyrou siempre sorprende la combinación de dos actitudes, que tienen también ambas mucho que ver con la música: el cuidado de los detalles y la predisposición a la improvisación. Así, el poema Y vuela se asoma a este libro —y hay otros ejemplos también— con la intención de que la inspiración guie al poema. No podríamos decir que no es un poema trabajado, pero en su forma de fluir, en su tensión y en su velocidad nos da la sensación de tratarse de una improvisación. Lo digo por ese fluir constante del lenguaje, donde las pausas son brevísimas, y la ausencia de signos de puntuación impone un ritmo sostenido y ligero. Un poema que es como un río de montaña, que baja movido por las fuerzas gravitatorias y donde todo lo que toca se encarama en ese lecho que va creciendo y creciendo. Así, la tensión en este poema. Y si algunos poemas fluyen como un río, rectos y constantes, otros lo hacen en forma de ciclo, de cohete que hace un dibujo extraño en el cielo en su despegue tormentoso, y tenemos otros poemas que sufren interferencias, se entrecortan y que sólo consiguen manifestarse en sus desvíos. Y es éste un apunte muy escueto del cuidado magistral de la forma en este libro.

Y quiero volver a la voz colectiva. Porque estos juegos de forma adquieren mayor contundencia en ese decir coral. Aquí la voz es el eco de muchas voces —«Lo ritual es lo contrario de lo íntimo / hasta que se vuelven lo mismo»— que enuncian la experiencia lacerante de la existencia. Voces inquietas que bracean por aferrarse al «mientras tanto», al vaivén —en el lenguaje del poeta—. Voces que atraviesan pasadizos interconectados que permiten relacionar significados opuestos y, a través de un lenguaje roto-revuelto, nombrar lo conocido de tal forma que parezca nuevo. Peyrou nos regala un libro que, hablando de las pequeñas cosas, se aferra a los grandes milagros. Y eso hace de este libro una lectura increíble.

Decía que el primer poema es una bienaventuranza donde se alaba la contradicción y la raja. Pues bien: el cierre del libro no es menos pontente. Tenemos un poema que es una disculpa, una fe de erratas y una promesa. «Donde dice "el miedo me hace imaginarme cosas horribles y creer que son reales" debe decir "iré"». Una nueva forma de mirar es lo que caracteriza la poesía de Mariano Peyrou. Un ejercicio espiritual. La ofrenda de este libro. «Una forma de verdad es revelada por una mirada atenta», leemos. Y es su mirada una ventana acristalada a través de la cual asomarnos al mundo desde la magia imperiosa del lenguaje.


Reseña de «Diciembres iniciales» de Mariano Peyrou (Pre-textos)
DICIEMBRES INICIALES / MARIANO PEYROU / PRE-TEXTOS / 2023

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