Antonio Báez Rodríguez: «La escritura me ha servido para romper con las versiones oficiales»

Entrevista a Antonio Báez, autor de «La radiante edad» (Talentura).

Entrevista a Antonio Báez Rodríguez
Antonio Báez Rodríguez. // FOTO: Francisco Cobos

En La radiante edad de Antonio Báez Rodríguez (Talentura) encontramos una interesante exploración de la memoria íntima a través de un relato que es, al mismo tiempo, colectivo. Un libro donde la ternura y la pobreza alimentan un cóctel molotov que nos sacude desde el primer párrafo. Conversamos con el autor para explorar un poco más a fondo su relación con la escritura. Aquí puedes leer la reseña que hemos publicado sobre esta obra.

P—¿Cuál es la semilla de La radiante edad?

R—Quizás el capítulo Grandes esperanzas, el primero, fue el que me impulsó a organizar diferentes textos que fueron surgiendo después y algunos que ya estaban escritos antes. La última frase de ese capítulo dice: «El chico, el niño, yo mismo, todos habíamos depositado grandes esperanzas en el porvenir». No me quedaba más remedio que explicar a dónde llevaban esas expectativas, pero sobre todo de dónde venían.

P—Es una novela que nos ofrece una mirada individual pero que apela a un retrato colectivo. ¿Qué te permite el retrato intimista que crees que no puede conseguirse a través de una exploración más general?

R—Mi intención fue siempre darles una épica a quienes se les niega la épica, no todos venimos de la caída de Troya, no todos somos hijos de los dioses, muchos somos hijos de porqueros, de destripaterrones, y me parecía interesante recuperar esos linajes con sus hazañas domésticas. Me interesaba también ponerlos a dialogar con ciertas tradiciones cinematográficas, literarias o artísticas. Quiero poner aquí el último párrafo del libro: «Abrí la nevera y de su interior, por contraste, salió un potente chorro de luz que me cegó, busqué con las manos los frasquitos herméticos con sus etiquetas: mierda de artista 1, 2 y 3, cada uno de los cuales correspondía a uno de mis hijos, que tenían pendientes una analítica». Aunque parezca una broma, un chiste, que lo es, ahí tenemos una muestra. O el hecho de ponerles a los personajes familiares el filtro de los actores del western como en el capítulo titulado Río Bravo. Hay más ejemplos más o menos camuflados, siempre desde la particular perspectiva de un narrador que conforme avanzan los relatos se desquicia, se multiplica.

P—¿Surge de un ajuste de cuentas con el pasado?

RLa radiante edad es un rencoroso ajuste de cuentas con el pasado, pero también con el presente y con esa cosa tan rara que llaman futuro. El futuro está representado en la novela por el porvenir, que me parece la moneda de los timos. Voy a echar mano de otro párrafo de la novela: “Los pobres si no son rencorosos no tienen muchas posibilidades de prosperar. No tiene por qué ser un rencor personal, que lo que acaba es entorpeciendo el juicio e imposibilitando afrontar las desventajas, con el rencor social es suficiente; si el pobre no siente rencor no encuentra justicia”.


«La radiante edad» es un rencoroso ajuste de cuentas con el pasado.

P—La infancia tiene buena publicidad en nuestros días, pero hay cierta distorsión en la mirada, cierta forma edulcorada de referirse a ella; en tu novela, sin embargo, el trabajo es realista. ¿Un deseo de rescatar la luz rodeada de grises de ese período corto y decisivo de la vida?

R—La infancia quizás sea el periodo más interesante de la vida de una persona, y los niños son seres muy complejos que simplificamos a través del buenismo y la presunta inocencia. En el paso de la infancia a la adultez aparece una mirada de la que el adulto no se podrá desprender nunca. En la novela ese momento tiene que ver con la condición servicial del abuelo, que guarda los regalos de reyes de los niños del edificio y se hace ayudar por su nieto, que descubre el pastel. Dice el libro: «No entendió nada y lo entendió todo a la vez con una perspectiva que todavía estaba por venir». Es decir, el niño, lleno de estupefacción y de absoluto fracaso, le plantea la cuestión al adulto que todavía no es. La radiante edad es un torpe balbuceo a modo de respuestas de un adulto a las perplejidades del niño que fue.

P—¿Qué me puedes contar del proceso de escritura de esta novela? ¿Qué inquietudes pudiste explorar con ella?

R—Para mí la escritura es proceso, me interesa mucho más que el resultado. La radiante edad se fue desvelando por medio de su escritura con la menor planificación posible, lo que sí hice fue organizar los materiales una vez que los tuve; algunos de esos materiales fueron surgiendo al escribir («Robert Mitchum ha sido un tipo complicado para su esposa, a la que llamaremos Roberta»), otros ya estaban antes de la escritura («Las ratas le andaban a mi madre por encima de la cabeza»), pero los más interesantes son los que están por aparecer en las diferentes lecturas que se puedan hacer del libro (…).
»La novela me sirvió para explorar también ciertos límites, ciertas dificultades que los códigos tradicionales de la escritura nos imponen, voy a echar mano de otro párrafo: «prefiero una historia que oscurezca, que ensombrezca, que entorpezca el entendimiento, que vaya en la dirección contraria, un borrón, una mancha que se extienda como tinta y niegue la claridad, el orden, la disposición de un análisis».

P—El trabajo con la memoria exige una reflexión sobre la escritura y tu novela está atravesada de preguntas en torno a esto. ¿De dónde surge tu obsesión por la memoria?


En el paso de la infancia a la adultez aparece una mirada de la que el adulto no se podrá desprender nunca.

R—La memoria es una amante engañosa, juguetona y la mejor manera de relacionarnos con ella es con sus propias armas. Mi padre conoció a Salvador Dalí cuando mi padre hacía la mili en Ibiza y Salvador Dalí jiñaba en mitad de una huerta en Ibiza. Mi padre no me contó nunca este episodio, pero yo llegué a conocerlo por medio de la escritura. La radiante edad busca indagar, a través de estos episodios, en lo que los demás no tuvieron la oportunidad de averiguar por las más variopintas limitaciones.

P—¿Qué vínculo existe (y te ha ayudado a captar la escritura de esta novela) entre memoria y escritura?

R—Las variantes de la memoria del mismo individuo podrían y deberían ser infinitas, pero curiosamente casi todo el mundo maneja su memoria a partir de versiones oficiales fijadas desde fuera o por uno mismo. Lo escrito muchas veces nos parece verdad, pero la escritura a mí me ha servido para romper con las versiones oficiales, así que creo que practico una contraescritura, porque todo lo que yo escribo es falible.

P—¿Estás de acuerdo con el narrador en cuanto a que todo retrato generacional es en cierto modo subjetivo, como si no pudiéramos a acceder a un discurso objetivo de lo sucedido?

R—Es imposible saber lo que sucedió, ni siquiera los testimonios documentales lo aclaran. Los retratos de lo colectivo se hacen por medio de las imprecisiones individuales y además, por otra parte, a veces ocurre que algunas cosas ya estaban en nuestra cabeza antes de que sucediesen, así que eso lo emborrona todo mucho más. De ahí que a mí no me interesan desde el punto de vista literario ni la luz ni los taquígrafos, prefiero las sombras, las ambigüedades y las contradicciones.

P—¿Qué tiene que tener una novela para cautivarte?

R—Tiene que tener coña, el argumento no me importa demasiado, prefiero a los personajes y sus peripecias, pero más que nada la coña.

P—¿Cuáles han sido tus influencias lectoras?

R—Lo que más me ha interesado siempre ha sido la lectura, y no me tengo por mal lector, pero soy desordenado e impulsivo. En esta temporada estoy leyendo a Gógol y en medio he metido “La amante de Wittgenstein”, que tiene una escritura desquiciada y convierte la lectura en un proceso desesperante, pero me ha provocado mucho interés, porque trabaja en los límites de lo que contar y cómo hacerlo, con muchísima coña. Ahora mismo tengo un virus que me tiene hecho una piltrafa y he visto en una plataforma la película Juana La Lorca, que hace una lectura explosiva y viva del poeta. Esas son mis influencias, una de ellas es de esta misma tarde en la que estoy contestando esta entrevista. Y es una peli.

P—¿De qué manera te ha influido tu vocación docente en la escritura?

R—No sé si demasiado, en ambos campos he buscado siempre desviarme del lugar común, cosa que es más fácil de lo que solemos pensar, basta con tirar por el camino que los demás dejan de lado. Me parece lo más divertido.


Entrevista a Antonio Báez Rodríguez (Talentura)
LA RADIANTE EDAD. ANTONIO BÁEZ. TALENTURA

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