Iury Lech: «Un personaje literario es alguien que te visita de forma clandestina»

Entrevista a Iury Lech, autor de «La divina probabilidad de los recuerdos extintos» (Jekill & Jill).

Iury Lech, un artista polifacético
Iury Lech. Foto cedida por el autor.

Leí La divina probabilidad de los recuerdos extintos de Iury Lech (Jekyll & Jill) y no pude resistirme: quería saber más sobre Wolef y me hice con los tres libros restantes de su tetralogía [La fría llamarada (Calambur, 1994), La fabulación del plectro (Calambur, 2007) y Las hélices del hipocampo (Materia oscura, 2018)]. Este personaje tan misterioso e inasible como intenso y palpitante, Wolef, se incorporó de forma contundente a mi palimpsesto lector. A través de esta criatura, el escritor ucraniano consigue afrontar inquietudes importantes como la forma en que la memoria se ve modificada por el paso del tiempo, las imágenes que adquieren sentido con la madurez y las que van difuminándose hasta desaparecer. De todo lo que hoy recordamos ¿qué quedará?Quizá sea ésa la pregunta fundamental de un libro hipnótico, poético y fascinante. Toda la obra de Lech en torno a Wolef es fabulosa; cada libro tiene su tono único pero, seguramente, en ninguno ha conseguido materializar con tanto acierto la pulsión artística que caracteriza a este personaje como en el título publicado por Jekyll & Jill que, además, se destaca por una bellísima edición con cubiertas de color cian que se nos queda grabada de forma inmediata en la memoria. En esta entrevista, Lech habla sobre sus influencias literarias, la importancia de la lengua y su relación con el misterioso Wolef.


Un personaje tan misterioso e inasible como intenso y palpitante, Wolef.

P—Quiero empezar preguntándote por Wolef. ¿Recuerdas la primera vez que te habló? ¿Por qué supiste que era un personaje que atravesaría tu obra? ¿Imaginabas que lo arrastrarías durante tanto tiempo?

R—La existencia en todas sus formas se genera de forma súbita e inexplicable en el vórtice de la irreflexión, o de la desesperación por sabernos obsolescentes. Creo que Wolef aparece como las constelaciones, de las que nadie sabe cómo se han formado, cuándo han aparecido realmente y cuándo llegarán a su ocaso. Así, un buen día convives con algo que te ha sido otorgado, en custodia o recompensa, y por azar o por error descubres que has originado a un homúnculo por medio de las artes nigromantes. Un personaje literario es alguien, o algo, que te visita de forma clandestina y que no pregunta, ni responde, ni pide permiso, ni aspira a nada que los humanos podrían desear o elucubrar, solo se limita a habitar un espacio para ser percibido, analizado, identificado, examinado, fetichizado en su desmesura iconográfica.
»Wolef es una especie de archivero universal omnisciente y omnipotente, un recuerdo de lo que podríamos haber sido, para quien los tiempos cronológicos no existen, que tal vez solo pueda ser creíble como una deidad digital, como un vínculo con lo eterno no inventariado, al que ni aguardas ni rechazas, dado que su insondable presencia te atraviesa incesantemente como una exhalación de las conciencias inmemoriales. Conjeturo que su permanencia a lo largo de tantos años solo puede evidenciar o mi hastío por crear a otro protagonista de una envergadura tan recóndito, o una complacencia con el devenir de una figura que pareciera ser ficticiamente perfecta, cuando en el fondo es su destemplada vulnerabilidad lo que nos atrae y el que se nos permita deambular en su cercanía como flâneurs sin abrasarnos con su combustión fatua.

P—¿Por qué La divina probabilidad de los recuerdos extintos?

RLa divina probabilidad de los recuerdos extintos continúa revelando la odisea existencial y quimérica de su arquetípico protagonista Wolef, la cual comenzó en la trilogía «Diuturno inmolado», conformada por los libros de lectura independiente La fría llamarada, Las hélices del hipocampo y La fabulación del plectro, y en donde quizás se puedan encontrar algunas pistas más que fehacientes para desvelar el simbolismo inherente a este título metafísico. Pero supongo que en gran parte expresa mi interés en una acción creativa destinada a transgredir lo que se supone es la expresión única de nuestra conciencia, una indagación de la sustancia metafórica de la memoria así como de la ilación por descubrir un lenguaje atípico, y a la vez evocador de otras dimensiones paralelas, con el cual trascender a la propia realidad, e incluso a la ficción de la que se vale.


Wolef es una especie de archivero universal omnisciente y omnipotente, un recuerdo de lo que podríamos haber sido.

P—Y ahora: ¿Quién es Wolef?

R—Wolef no solo es el protagonista sino el lector del libro que le describe, incluso del libro que él mismo escribe. O tal vez sea el propio autor del texto quien es leído por el libro, confundiendo la naturaleza autoreflexiva de las relaciones con la lectura y haciendo que ese virtual lector se sumerja en la acuidad del texto casi como si se estuviera despertando de un sueño indescriptible, o innombrable.
»A Wolef le veo como a un modelo poscuántico salido de un algoritmo combinatorio de lo atormentado y lo inhumano, una criatura que intenta demoler la herencia de lo efímero para instaurar la incógnita acerca de la inmortalidad en clave criptográfica.
»Wolef es aquel que dice no serlo, para modificar la relativización sobre lo conocido que solo conduce a la depauperación de la existencia.

P—Como aclarabas antes, es el cuarto libro que protagoniza Wolef, y en cada uno el lenguaje se vuelve más hermético pero al mismo tiempo más cercano. La divina probabilidad de los recuerdos extintos, presenta un discurso que no se interrumpe tanto, como sí pasaba en Las hélices del hipocampo o en La fabulación del plectro, ¿a qué se lo atribuyes?

R—La evolución del lenguaje y el estilo narrativo a lo largo de una serie de libros puede atribuirse a varios factores, como a una madurez estilística, a una evolución de los personajes, o a la amplificación temática de la trama.
»Lo que planteas en cuanto al cambio en el estilo del lenguaje podría estar relacionado con el desarrollo del mundo ficticio en el que se desarrolla la historia y a que en los libros anteriores a La divina probabilidad de los recuerdos extintos se exploraban temas complejos y abstractos, como el colapso y extravío de la civilización, el letargo de las reservas creativas, el final de las certezas acerca del papel decisivo de la humanidad, la ablación voluntaria de la memoria, o la inmortalidad y la desesperanza ante lo perecedero, que precisaban de un lenguaje cada vez más hermético para transmitir ideas cada vez más profundas u ontológicas.
»Creo que conforme un escritor avanza en su pugna por hallar la excelencia de una voz que le identifique, es de recibo esperar que su escritura se refine y que se vuelva cada vez más experto en transmitir ideas intrincadas de la manera más esclarecida.

P—La memoria, la herencia y la percepción son tres ideas que atraviesan todo el pensamiento de Wolef. ¿Hasta qué punto crees que se encuentran entrelazadas?

R—La memoria, la herencia y la percepción se entrecruzan intrínsecamente en el pensamiento de cualquier individuo, especialmente si se abordan desde un punto de vista filosóficoliterario y se retroalimentan, se moldean y se influyen mutuamente dentro de su propia entropía. La forma en que recordamos nuestras experiencias y en cómo percibimos la realidad circundante esta influenciada por la determinación hereditaria.
»En el caso de un personaje ficticio como Wolef, su identidad está ligada a su devenir y a la construcción de una materialidad que interacciona con la realidad no reconocida del lector, la cual le llevará a plantearse un ideario que jamás hubiese percibido de no haber tomado prestada la memoria de Wolef.


Su identidad está ligada a su devenir.

P—¿Por qué Wolef por un lado parece tan atormentado y al mismo tiempo tan ligero y tranquilo?

R—La aparente dicotomía entre la tormenta interior y la serenidad exterior en un personaje como Wolef esta relacionada con la complejidad de su existencia en forma de carácter dual, para quien los recuerdos son el único modo de percibir a un mundo que le sacrifica a través de la repetición de eventos emocionalmente traumáticos que afectan a su percepción del entorno.
»Ello no es óbice para que Wolef no pueda ser capaz de encontrar un equilibrio interno que dote de sentido a su búsqueda perpetua de la proporción estética y que el contraste de su psicología quizás sea una estrategia para representar a un personaje intrigante y multidimensional, que provoque elucubraciones sobre el desconcierto de la condición humana.

P—¿Sería correcto clasificar La divina probabilidad de los recuerdos extintos como una novela distópica?

R—Creo que en ella no se conjugan los ingredientes del relato distópico ya que más bien ambiciona a escenificar la panorámica de una sociedad futura hiperindividualizada y refractaria. En mí siempre ha existido el ánimo de proponer una renovación del género para construir, alejado de toda referencias y mediante una prosa introspectiva, un reducto de inequívoca hondura reflexiva que trascienda nuestra identidad en la búsqueda de la transfiguración literaria. De ahí que si tenemos que dotarla de un género sería el de novela de intriga retórica, que entrelaza los planos del pensamiento con los planos de la realidad a fin de plantearle toda clase de desafíos lingüísticos, tanto al autor como al lector, dejando espacio para que ambos se involucren y conecten sin caer en una extremada ambigüedad.

P—Es interesante la forma en que los planos del pensamiento se superponen a los planos de la realidad, como si el lenguaje intentara abarcar la oscuridad y la luz que despiden ambos. ¿Qué desafíos presenta una escritura que trabaja desde esa ruptura de los límites materiales y subjetivos?

R—El desafío radica quizás en buscar un equilibrio entre la lógica interna del mundo ficticio y la ruptura nuclear con los límites que se busca transmitir.


La trilogía de Wolef, de Iury Lech
La trilogía de Wolef, de Iury Lech.

P—Para Wolef uno de los objetivos parece ser transformar el mundo en un lugar más vivible para los menos aptos, pero su empeño se choca con una realidad retorcida que frustra su pulsión creadora o imaginativa. ¿Al final el libro termina siendo una distopía de la utopía?

R—En un mundo en completo desarraigo, dominado por una evanescente temporalidad, la idea de que el libro pueda convertirse en una «distopía de la utopía» resulta fascinante, especialmente considerando el conflicto entre el sacrificio de Wolef por ejercer la voluntad de poder para anclar sus aspiraciones idealistas y la brecha abismal de su confrontación con una tortuosa realidad, como si buscase convertir la utopía en una distopía virulenta e inesperada.

P—Te sumas a una serie de autores que no escogieron su lengua madre como canal de riego literario. En tu caso, ¿qué te ha llevado por este camino? ¿Cuál ha sido (y es) tu relación con el español?

R—Si bien es verdad que mi lengua materna fue el ucraniano, es decir aquella con la que tu madre se comunica contigo en los primeros tiempos de tu vida, el español le siguió de manera paralela como otra lengua vehicular junto con el inglés. Por lo tanto, mi relación con los idiomas ha estado basada en la poligamia, ya que fui educado para expresarme, pensar y generar contenidos en varios idiomas.
»Hay diversas razones por las cuales un escritor puede optar por escribir, o no hacerlo, en su lengua materna y elegir otro idioma para expresarse literariamente. Como haber vivido en un país o contexto donde se habla otro idioma distinto al materno y elegir determinado idioma que le hace sentirse más cómodo y expresarse con mayor facilidad en esa lengua, o que la estructura, el vocabulario o la sonoridad, se adaptan mejor a su estilo creativo para transmitir sus ideas con mayor claridad o profundidad.
»Obviamente, si mi intención hubiese sido acceder a un público lector más diverso para ampliar el alcance de mi obra literaria habría optado por el inglés y no el español, pero creo que en mí ha prevalecido el reto a explorar nuevas formas de expresión a través de la escritura en un idioma cuya exorbitante riqueza léxica permanece enterrada y en desuso bajo un coloquialismo endémico, al que pocos escritores se han ocupado de reactivar.

P—¿Qué autores y autoras han influido significativamente en tu forma de mirar el mundo y de contarlo?

R—Han sido tantos que de haber sido previsor, o poseedor de una egolatría minuciosa, hubiese llevado un diario personal dedicado a glosar todos los autores y libros que uno ha leído y que le han influido en el plano vital y profesional. Tras la escritura de la trilogía «Diuturno Inmolado» me percaté de que había establecido nexos invisibles de sutura, si bien de forma involuntaria, con la trilogía de Samuel Beckett, integrada por Molloy, Malone muere y El Innombrable. Recuerdo también que de niño me dejaron una impronta imborrable y estimularon mis ambiciones literarias libros diversos como David Copperfield de Charles Dickens, Ana de las Tejas Verdes de Lucy Maud Montgomery y Drácula de Bram Stoker. De adolescente Herman Hesse y su Lobo estepario, abrieron camino al perfil lobuno de Wolef, abonado por la mística y la magia de Mircea Eliade, Madame Blavatsky, Carl Jung, la poética de Octavio Paz, la ficción especulativa de Ursula K.le Guin o la ficción científica de Theodore Sturgeon, todo ello sin contar con la enorme influencia de la música y del cine en mis procesos de aprendizaje. Esta búsqueda finalmente acabó por cristalizarse en Thomas el oscuro de Maurice Blanchot, y el resto de su obra narrativa y ensayística, con quien creo tengo la mayor afinidad literaria, sobre todo en cuanto a la idea de narrar el silencio desde la otredad y vivir dentro de la nostalgia por la ocultación.

P—¿Es la experimentación la semilla verdadera del arte?

R—Para mí la experimentación, además de la sensibilidad, ha sido siempre parte fundamental del proceso creativo en todas las facetas del arte. La capacidad de explorar, probar nuevas ideas, técnicas, estilos y enfoques sin duda conduce a descubrimientos innovadores y a la evolución del arte para desafiar las convenciones establecidas. Es un ejercicio muy recomendable al cual tendrían que rendirse los escritores españoles para abrirse a nuevas perspectivas y encontrar su auténtica expresión para transmitir del modo más impactante su talento. No podemos olvidar que los movimientos artísticos más trascendentes y enriquecedores surgieron a partir de artistas provocadores que exploraron desde la vanguardia formas de expresión personales y sin referentes a los que aferrarse, lo cual las condicionó a no ser siempre aceptadas o comprendidas en su momento por los críticos o por el conjunto de la sociedad y a permanecer en esa línea de sombra alejada del ruido de las alabanzas, de las superventas y de los premios, pero que son las obras que al final trascienden a su tiempo y definen el rumbo de la historia del arte.

P«El arte fue su debilidad y su castigo», dice Wolef. ¿Tu relación con el arte ha sido también así?

R—Esta pregunta me lleva a cuestionarme si es el autor quien condiciona a su personaje o si sucede a la inversa y cuál es la razón por la que se escribe, o para qué se crea. En mi caso se debe principalmente a una búsqueda de la belleza y de respuestas que nadie más que tu propia clarividencia puede darte.
»La «debilidad y castigo» que siente Wolef se deberá supongo a las presiones y expectativas y a la autocrítica e insatisfacción con la propia obra, lo cual no son necesariamente pulsiones negativas hacia el arte sino el sentimiento natural que acompaña al artista en su búsqueda de la perfección. Los procesos creativos no son especialmente un lecho de pétalos de rosas sino un gran manto de espinas y si a eso añadimos el rechazo del mercado editorial, la falta de reconocimiento o aprecio por el trabajo realizado, puede hacer que el proceso creativo sea más una carga emocional y mental en lugar de una fuente de estímulo e inspiración.


En mí ha prevalecido el reto a explorar nuevas formas de expresión.

P—¿Cuál es tu relación con la memoria? ¿Escribes para recordar o porque recuerdas?

R—Mi relación con la memoria es polifacética y juega un papel clave en la construcción de la psique de los personajes para dotarlos de hondura existencial. Escribo, o me dejo escribir, para saber quién soy y quién fui, para que los personajes colaboren en modelar mi propia imagen, un hecho que puede ser sinónimo de que uno escribe para preservar recuerdos, conceptos y sensaciones que de otra forma serían borrados por mor del proceso acumulativo de información al que sometemos a nuestra mente.

P—¿Seguirá Wolef rondando tu escritura? ¿Podemos esperar que este personaje continúe ampliando tu horizonte narrativo?

R—Creo que es algo muy factible y deseable, tanto para la cordura del escritor como para la salvación eterna de Wolef. Como primicia, y a riesgo de que mi editor pueda reñirme, te ofrezco un breve adelanto de su próxima aventura existencial.

«Amaneció como un diamante abandonado en la orilla de un charco de sangre, iluminado por la luna esquiva que se obstinaba por resistirse a la deriva, permutando su incandescencia en un círculo no euclidiano, inequívocamente deletéreo a las puertas de una madurez fosilizada.
El olor a cieno invadió las narinas de Wolef con una punzada de ácido regurgitado de la tierra que le hizo pensar en que si al fin y al cabo tendría que esperar a morir y abrazarse al caos para despertar el deseo y revertir las descarnadas artimañas de las casualidades».


«La divina probabilidad de los recuerdos extintos», de Iury Lech (Jekyll & Jill)
Jekyll & Jill publica el cuarto título que tiene como protagonista a Wolef

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