«Nombre muerto», de Benjamín Santiago Montiel (Letraversal)

Un poemario sobre la reafirmación identitaria.

Cubierta de «Nombre muerto», de Benjamín Santiago Montiel (Letraversal)

«El libro de poemas de Benjamín ha tenido que esperar a que le salga a él la barba y le cambie la voz para salir al mundo», escribe Violeta Niebla en el prólogo de Nombre muerto de Benjamín Santiago Montiel (Letraversal), y nos abre la puerta a un poemario brillante, sensible y transgresor. «Este libro empieza con una trenza dentro de una caja y termina dando un volantazo»: la forma en la que Niebla nos introduce en la universalidad y la complejidad del libro es maravillosa. Algunos poemarios necesitan de una palabra que los acompañe, cuando la verdad que contienen es dura y viene alimentada de vulnerabilidades o dolor. Este poemario tiene la fuerza de un volcán y ahí su paradoja: nace del desconcierto pero se levanta contra quienes quieren domeñar la libertad de los otros. Creo que es una lectura importantísima en estos tiempos que corren.


Un poemario brillante, sensible y transgresor.

El poemario de Benjamín no es transgresor porque narre su experiencia como trans. No me gusta pensar en la idea de transgredir ('violar una ley o estatuto') cuando se trata de poner en palabras la identificación del Ser. Por eso, cuando digo que esta obra es transgresora no me refiero a la temática (la exploración de la transición de género a través de la poesía) sino a la forma en que lo hace, saliéndose de todos los tópicos y las esperables miradas que suponemos a una lírica así. El autor nos sacude al conseguir una estética que está a mitad de camino entre lo íntimo y lo colectivo. Y creo que no existe nada más transgresor que el amor en estos tiempos de violencia desmedida.

Pero la intimidad por sí misma no tiene valor poético, eso ya lo sabemos. Lo que podría otorgarle a las cosas que nos suceden cierto anclaje político o colectivo es la fundación de un lenguaje que reúna con contundencia un reportaje de nuestro tiempo a la vez que sea sincero y personal. El valor colectivo de una experiencia, por ende, sólo puede conseguirse a través de una mirada transversal en torno al tiempo y al espacio. Y creo que Benjamín lo ha entendido muy bien. En este, su primer libro —y esto hay que decirlo, porque hay algunos primeros libros que no parecen lo que son—, nos invita a transitar esas experiencias de identificación y búsqueda identitaria con el deseo de que la palabra nos cobije y nos permita entender en profundidad la semilla del Ser: «Es normal jugar a ser otra persona».


Contraportada de «Nombre muerto» de Benjamín Santiago Montiel (Letraversal) junto a unas caracolas
Un libro sobre la apropiación identitaria

Nos enseñó Judith Butler que «las categorías nos dicen más sobre la necesidad de categorizar los cuerpos que sobre los cuerpos mismos». Y venimos trabajando en esta deconstrucción desde hace tiempo, sin lograr la igualdad que esperábamos haber alcanzado a estas alturas. La violencia está en la calle y se levanta contra nuestras hermanas y hermanos. «Hay varias formas/ de dejar de ser uno mismo», leemos, y nos adentramos en la violencia a la que son sometidos nuestros cuerpos desde el día del nacimiento. Son tantas las formas en las que el mundo nos doma para quitarnos lo salvaje y convertirnos en figuras de un rompecabezas de piezas idénticas y alimentar la dislocación entre lo que somos (esa llamada de la selva que no se apaga nunca) y lo que se espera que seamos (la mirada de los otros que nos mantiene semidespiertos, semiahogados).

Despertar de esa mediovida es lo que propone este libro, y es una poética (y una lectura) que podría aplicarse también a otras censuras del cuerpo o el espíritu. De hecho, la forma en la que la educación va haciendo mecha y moviendo el deseo hacia un territorio de opresión es una de las cosas que mejor plantean estos poemas. Por suerte, y esto también es algo que hemos ido descubriendo, la pulsión del deseo es indomable: aparece y empuja la voz hacia delante, y siempre consigue salvarnos. «Arrancarle el pelo/ a mis juguetes/ fue mi mayor manifestación/ contra el género», leemos en uno de los poemas.


Nos adentramos en la violencia a la que son sometidos nuestros cuerpos.

«Conservo/ una trenza de pelo castaño oscuro/ del mismo color que un ataúd». Nombre muerto es uno de esos libros para el que no imaginas otro título. Un libro escrito desde la pulpa del deseo y con la extraña ambición de quien sabe que ha venido a este mundo a dejar algo valioso, que explique la herida con palabras. Benjamín Santiago Montiel tiene la hermosa capacidad para trabajar con un estilo concreto sin perder el vuelo de la reflexión y la dulzura del lenguaje, que son dos cosas que admiro y que siempre estoy buscando. Y en ese sentido creo que es una lectura que nos recuerda la gran amplitud de formas de habitar los cuerpo que existen, todas válidas, todas necesarias. Y eso me parece maravilloso. Y eso me parece importantísimo. Y es un libro rebelde porque propone esa apertura desde un discurso poético luminoso y genuino.


Un libro que explora la relación entre voz e identidad.

Este poemario tiene una fuerza indómita y viene a presentarnos a un poeta que ha encontrado la forma de hacer de la poesía una casa. Hay aquí algunos poemas terribles que plasman la violencia más atroz de todas, que es la que deslegitima la libertad de ciertas personas a existir siendo ellas mismas —«El silencio de una habitación/ se rompe con un mensaje (...) nunca llegarás/ a ser hombre»—, pero hay también mucha ironía y ternura, las armas más brutales y significativas con las que contamos para rebelarnos ante las injusticias. Y, al final, es una lectura que siembra en nosotros la esperanza más hermosa de todas, la que nace del deseo, la única que puede salvarnos del naufragio. Desear el amor y la libertad nunca pueden ser objetivos incorrectos o excesivos. Y por todo esto, aunque Nombre muerto simbolice un testamento íntimo precioso del camino del autor hacia la apropiación de su identidad trans, es también (y aquí está su valor artístico) una luminosa prueba de todo lo que está bien en la poesía: una voz propia es un mundo para entregarle al mundo. Que no se lo pierda nadie.


Portada de «Timandra», de Theodor Kallifatides (Galaxia Gutenberg)
NOMBRE MUERTO. BENJAMÍN SANTIAGO MONTIEL.
LETRAVERSAL. 2024.

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