Benjamín Santiago Montiel: «Quería mostrar que mi experiencia no es el estereotipo que nos venden de un niño»

Entrevista al autor de «Nombre muerto» (Letraversal), Benjamín Santiago Montiel.

Benjamín Santiago Montiel, poeta

Siempre me han obsesionado los nombres. Los nombres importan, y los nombres que elegimos son más importantes que los que nos ponen al nacer, porque representan lo que verdaderamente somos. Benjamín Santiago Montiel acaba de publicar su primer libro en Letraversal, Nombre muerto, donde nos ofrece una lectura intensa e íntima del proceso de transición hacia la autodeterminación donde la elección del nombre es el primer paso, y uno muy importante. Es éste un poemario donde, además de encontrar un testimonio personal sobre la necesidad de nombrarse adecuadamente, podemos descubrir una reflexión sobre el peso de la mirada ajena sobre la propia identidad a través de una voz poética que va desprendiéndose de los miedos para aferrarse a su verdadera Yo. Los y las invito a conocer al autor a través de esta charla que hemos mantenido.

P—«Elegir un nombre masculino es una declaración de intenciones», dices en uno de tus poemas. ¿Cómo fue esa primera vez en la que pudiste pronunciar tu verdadero nombre?

R—La verdad es que tengo un recuerdo muy bonito de ese momento. Justo es algo a lo que aludo en uno de los poemas, en “Mi primer contacto con personas trans es en un entierro”: yo acudí a un evento que se hizo en memoria de un chico trans que se había quitado la vida por culpa de la transfobia que sufría. En aquel momento ni había hecho la transición social ni nada, de hecho, tenía el pelo largo todavía. Pero sentía que tenía que ir a aquel evento y fui. Lo último que pensaba era decir el nombre que había elegido ni nada, pero cuando el grupo de personas que estaba ahí, mayoritariamente madres de menores trans y varios chicos trans, me preguntó cómo me llamaba me salió “Benjamín”. El contexto era horrible y muy triste, pero para mí fue un día que me cambió la vida.

P—El libro comienza con un cariñoso y lúcido prólogo de Violeta Niebla. ¿Qué ha significado para ti que una poeta con la autoridad de Niebla haya presentado estos poemas en sociedad?

R—Violeta Niebla es una persona a la que le tengo mucho cariño y, para mí, no había otra persona que pudiera haber hecho el prólogo de mi primer poemario. Cualquier otra opción se habría sentido artificial y forzada. Mi forma de escribir poesía nace en su taller, donde empecé hace ya 5 años. Yo entré en su taller de poesía pUMA y no sabía lo que era la poesía actual, no tenía referentes ni sabía hacer poemas que mereciera la pena compartir. Así que, que sean sus palabras las que abran el poemario y las que me presenten es el envoltorio que le pones a un regalo: todo el mundo sabe hacerlo, pero se nota cuando está preparado con mimo y por alguien que te aprecia. Me sentí como un niño abriendo un regalo cuando leí el prólogo: no sabía qué habría dentro, pero cuando lo abrí solo quería agarrar el regalo y no soltarlo nunca.

P—Hay numerosos poemas en los que expones la forma en la que la sociedad impone sus mandatos sobre la identidad; dices, por ejemplo, “la distinción llega con los pendientes de acero inoxidable”: me gustaría preguntarte si la poesía puede operar contra esa violencia.

R—Una de las primeras veces que recité en público fue en el Museo Thyssen de Málaga, delante de un montón de personas de mediana edad que no me conocían de nada. Ese día me di cuenta de que la poesía podía llegar a un montón de sitios donde no podía llegar de otra forma. Porque alguien puede ir a un recital de poesía porque le gusta la literatura, o simplemente porque pasaba por allí, y no se espera escuchar experiencias que no forman parte de su día a día. Pero te permite conectar de una forma distinta y, a mi parecer, muy potente.

P—¿Qué significa ser un chico trans en la España de este momento?

R—Si me llegas a hacer la pregunta hace unos 3-4 años te habría respondido de una forma muy distinta. Pero si pienso en la España de hoy, en 2024, para mí significa tener miedo a que todo lo que hemos conseguido lo tiren por la borda. Es una mezcla entre la tranquilidad que vivo porque mis círculos son mi propia cámara de eco donde todo es apertura y diversidad, versus la realidad que hay de retrocesos y discursos de odio constantes.

P—¿Qué referentes literarios te han acompañado en tu camino de autodeterminación de género?

R—Aquí debo serte sincero: cuando salí del armario y antes de eso, referentes literarios del colectivo (y ni siquiera pienso en el colectivo trans, del colectivo LGTBIQA tampoco) no tenía ninguno. Y es una pena enorme, porque creo que me habría sentido muy acompañado si hubiera encontrado voces trans en las que verme reflejado y que dieran palabras a mi experiencia. Pero debo decir que ahora sí tengo referentes literarios de poesía queer, entre quienes destacaría a Roberta Marrero, que, muy tristemente, falleció esta pasada semana; Alana S. Portero, Nando López, Logan February y, no puede ser de otra forma, a Ángelo Néstore.

P—¿Cuál ha sido el mayor desafío de la escritura de este libro?

R—La verdad es que diría que el mayor desafío en este libro no es tan literario como personal. Porque tener que dejar de lado algunos poemas es normal, pero mi problema era que quería hablar sobre la existencia trans y no era capaz de hablar de mi propia experiencia. Así que el mayor desafío ha sido reconciliarme con esa experiencia y plasmarla en el poemario.

P—“Mi deseo era detener al cuerpo justo en el momento que precede al cambio”. ¿Te puedo preguntar por los miedos y las dificultades de poner en palabras una verdad tan compleja como es la de sentir que tu cuerpo no explica quién eres?

R—Casi que para mí lo más difícil iba más allá del hablar del cuerpo, eso era lo más fácil. Lo que más me ha costado ha sido conseguir plasmar (y espero haberlo hecho bien) el limbo en el que yo siempre me he sentido. Porque yo quería mostrar que mi experiencia no es el estereotipo que nos venden de un niño que se dedica a repetir en bucle que es un niño y solo quiere vestir con ropa azul. Yo quería enseñar al niño al que le gustaban otros niños. Al que jugaba con coches, pero también con Nenucos. Uno de mis principales miedos era que la gente asocie el hablar de juguetes con el tópico de que “jugar con tal no te hace ser un niño”. Por supuesto, yo no era un niño porque jugara con unos juguetes u otros. Yo era un niño y, justo por eso, anhelaba sentirme incluido como tal y eso se traducía en una forma de juego.

P—Te quiero preguntar por el sentido del título del libro; si bien con un poco de sensibilidad podemos entenderlo, busco la explicación verdadera, la que nace de quien ha escrito el libro. (¡Es un título buenísimo!, por cierto)

R—Si te soy sincero, lo más difícil de escribir el libro fue ponerle título. A mí se me da fatal esa parte y me costó mucho. En ese sentido me ayudó mucho Violeta Niebla, y al final salió “Nombre muerto”. Es una traducción directa de “Deadname”, que es como se le llama al nombre asignado al nacer de una persona trans. En castellano suena mucho más potente e incluso deja cierta ambigüedad para quien lo lee.

P—Hablas en uno de tus poemas sobre el goce de poder crear un avatar en un videojuego que refleje realmente cómo eres. ¡Qué importante visibilizar este espacio de libertad (siempre los videojuegos reciben críticas negativas por parte de gente que no juega)! ¿Con qué videojuego sentiste esa libertad creativa-creadora de autodeterminación?


Benjamín Santiago Montiel, poeta
El poeta Benjamín Santiago Montiel //FOTO cedida por el autor.

R—La verdad es que ahora que me lo preguntas, me acabo de dar cuenta (fíjate tú) de que la primera vez que utilicé avatares masculinos en un juego fue en la Wii. Es verdad que tenía uno con pelo largo y con el nombre muerto, pero luego creé muchos más, de hombres famosos que me gustaban, y los utilizaba con frecuencia. Aunque la mayor libertad creativa vino con el FIFA. Tuve una época en la que jugaba mucho al fútbol y me vicié al FIFA 10 (diciendo el año me siento mayor jajaja). Ahí mi avatar se llamaba Benjamín y, aunque yo no era consciente de ello, le puse el pelo que yo quería tener y lo hice tal como quería yo que fuera mi cuerpo. Me encantaría poder abrir ahora mismo el juego y ver cómo era el avatar y si coincide con cómo soy ahora. Una pena que la Play 3 la tenga rota jajaja.

P—«La poesía como un juguete que rompes y vuelves a construir», escribes en el epílogo. A lo largo de todo el libro aparecen muchas imágenes donde los juguetes y lo lúdico están en el centro. ¿A qué se debe esta elección simbólica?

R—El centro de mi infancia no podía ser otro que el juego, no porque el juego sea el centro en esas edades (que lo es), si no por lo que significaba para mí. Para mí la forma en la que yo jugaba era mi refugio y donde podía ser yo mismo sin sentirme juzgado. Y eso es algo que descubrí mucho más tarde, cuando ya no podía jugar porque ya era algo de niños chicos y era lo que no debía ser. Cuando dejé de jugar, de repente, se me desmoronó todo. Porque se había esfumado el espacio donde podía ser yo mismo. Yo no tengo malos recuerdos de mi infancia, la recuerdo con ternura y recuerdo disfrutar mucho. Así que el centro del poemario tenía que ser sí o sí el juego: ese sitio donde siempre tuve la libertad de ser.

P—Has escrito un poemario que si bien expresa mucho dolor y las dificultades que suponen el camino de la transición deja bien en evidencia toda la luz y las posibilidades que se abren cuando realmente consigues romper la censura y escoger un nombre verdadero. ¿Qué has cuidado con más atención en la escritura de este libro?

R—Este poemario es algo que nunca me imaginé que escribiría, porque hubo mucho tiempo en el que me daba miedo contar las partes “malas” de transicionar. No me veía contando un aspecto tan personal. Así que creo que lo que más he cuidado es conseguir plasmar lo que yo he vivido, mi propia experiencia, pero intentando que no parezca que es algo universal. Porque no lo es. Cada persona trans es un mundo y su vivencia será distinta.

P—De todos los géneros posibles escogiste la poesía, ¿por qué?

R—La verdad es que siempre he escrito narrativa, desde pequeño. Pero hace unos años llegó a mí la poesía y descubrí en ella una forma de contar algo en una especie de limbo: puedes contar cosas muy personales, pero siempre está la ambigüedad del propio género, y eso es algo que me gusta mucho. Y al final, tanto por estética por las posibilidades que ofrece, la poesía me parece algo mágico.

P—¿En qué proyecto literario te encuentras navegando ahora?

R—Tengo que serte sincero, yo soy una persona que funciona mucho por obsesiones y arrebatos. Cuando me da por un tema, lo cojo y no lo suelto hasta que me canse. Y tardo en cansarme jajaja. Así que ahora mismo tengo un par de proyectos abiertos, de poesía, que se centran en mis dos grandes obsesiones: los perros y los coches (uno en cada una). Así que, aunque sí que sigo escribiendo poemas sobre mis vivencias como hombre trans, ya más como hombre que como niño, estoy explorando otros temas distintos.

Ejemplar de «Nombre muerto», de Benjamín Santiago Montiel (Letraversal)
Un poemario brutal sobre la reafirmación identitaria.

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