Rafael Accorinti: «Quise presentar a una Virginia Woolf ensayista»

Entrevista a Rafael Accorinti, traductor de «El estrecho puente del arte», los ensayos de V. Woolf en Páginas de Espuma.

Entrevista al traductor Rafael Accorinti

Si hubiera tenido la posibilidad de hacer esta entrevista en persona no habría faltado el mate y me habría dado el gusto de pedirle al entrevistado que leyera alguno de los textos que ha traducido en voz alta. Pero esta vez hemos tenido que conformarnos con un diálogo en diferido. Sin embargo, mientras editaba nuestra charla y trataba de imaginar el arduo trabajo de traducción que ha emprendido Rafael Accorinti en El estrecho puente del arte —una recopilación fascinante y necesaria de los ensayos literarios de Virginia Woolf—, visualizaba el mate sobre su escritorio como el símbolo bello que conecta con esa lengua lejana-cercana, un símbolo que apaga nuestra sed y nos mantiene cerca de lo inevitable. He sido feliz conversando con Accorinti sobre Woolf y también sobre el lenguaje congelado que sostenemos los migrantes mientras intentamos crear una tercera lengua. No dejen de asomarse al fabuloso pensamiento woolfiano a través de la lectura de este libro publicado por Páginas de Espuma.


P—¿Es correcto definir El estrecho puente del arte como una defensa de la importancia del equilibrio en la escritura entre tradición y renovación estética? ¿De qué otra manera podríamos explicar este concepto?

R—Definitivamente. En El estrecho puente del arte, Woolf alude al momento paradigmático en que quien escribe ha de decidir qué llevarse de sus antecesores y qué aportar a sus contemporáneos. Dicho con otras palabras, este libro es una invitación a revisar nuestras influencias literarias y pensarlas como sacos de semillas con los que cruzaremos al otro lado del puente. De tal forma que nos transformemos de amantes de la literatura a escritoras o escritores, dueños por siempre de nuestro jardín literario.

PEl estrecho puente del arte nos permite acceder a un mapa de lecturas y afinidades que podrían servirnos para comprender mejor las obsesiones de Virginia Woolf. ¿Cuál de estas lecturas es la que más te cautivó?

R—Hay infinidad de lecturas que me cambiaron para siempre mi forma de ver a algunos de mis escritores o escritoras favoritos. Pero si tendría que quedarme con uno, sería «Un personaje de ficción». En este ensayo, Woolf explica cuál es su lógica a la hora de crear personajes de ficción «verosímiles, auténticos y convincentes». Me resulta una maravilla, no solo porque son lecciones escritoras maravillosas, sino porque, de una manera velada, Woolf habla sobre como «dio con el fantasma» de la señora Dalloway que, ocho décadas después de su muerte y con toda su biblioteca en nuestros anaqueles, solo podemos leer con una mirada cómplice.


Este libro es una invitación a revisar nuestras influencias literarias.

P—Estos textos tienen una cualidad de contemporáneos que es asombrosa. ¿Fueron demasiado adelantados a su tiempo?

R—No diría que son adelantados a su tiempo, sino que son estos ensayos que atesoran una mirada y un análisis de su época bastante inusuales. Woolf tan solo se proponía dar su opinión e inspirar a las mujeres cuya opinión no se valoraba.

P—Estamos ya en ese futuro de la ficción al que aludía Woolf en sus ensayos, ¿qué creés que pensaría si pudiera vivirlo? ¿Qué característica de nuestro tiempo le gustaría y cuál no? ¡Fabulemos!

R—Si de fabular se trata, hagámoslo con nuestra lengua. Creo que le entusiasmaría la cantidad de novelistas mujeres que hay hoy día en castellano. Acaba de ganar Magalí Etchebarne el Premio de Ribera del Duero en narrativa breve, y Mariana Enríquez, cuando vino a Madrid, formó unas colas que se compararon con los de una banda de rock. Por no hablar de Samanta Schweblin que ha sido traducida a más de 40 lenguas y del fenómeno literario de Maria Fernanda Ampuero. En definitiva, la diáspora de escritoras de calidad es algo que, no solo impresionaría Woolf, sino que lo hace con las lectoras y lectores de la actualidad.

P—Háblame de tu relación con Virginia. ¿Cómo empezó? ¿Y la idea de trabajar en este libro?

R—Siempre me ha gustado Virginia por esa forma de retorcer las frases que suenan tan naturales cuando se leen en voz alta. Cuando me propuse hacer El estrecho puente del arte quise presentar a una Virginia Woolf ensayista, dejando de lado a su imagen clásica de novelista. Tenía claro que me proponía no solo hacer una antología, sino también poner en contexto esos ensayos y explicar el porqué de su grandeza.

P—Decís que Woolf estaba convencida de que «la opinión pública no puede entrometerse en un tema tan personal como es el camino que ha de recorrerse en la literatura». ¿No te da la sensación de que la opinión pública determina qué y cómo leemos? ¿Cómo podemos sostener la mirada crítica frente a tantos estímulos dogmatizantes?

R—Es casi inevitable. Hay tantas novedades que siempre uno acaba abrumado con tantas lecturas pendientes. Creo que es importante leer crítica literaria, hojear la sección cultural de los periódicos, pero nuestro instinto ha de prevalecer frente a los de los demás. Una figura esencial a reivindicar aquí es la de la librería de barrio. Bajando a hablar con la librera o el librero de la esquina, podemos descubrir auténticas maravillas, y eso es porque conoce nuestros gustos y consigue engancharnos con sus lecturas, descubrir nuevos géneros, incluso compartir opiniones sobre libros ya leídos.


La diáspora de escritoras de calidad es algo que, no solo impresionaría Woolf, sino que lo hace con las lectoras y lectores de la actualidad.

P—Contame sobre la decisión de otorgarle al femenino el carácter neutral en el discurso.

R—Al poner a traducir esta antología, tuve que considerar para quién iban dirigidas estas lecturas. Recordemos que Woolf, antes de iniciar su carrera literaria, colaboraba en el periódico Guardian reivindicando la figura de la mujer en la historia de Inglaterra. Cuando comenzó a hacer reseñas literarias, aprovechaba el genérico neutro para mandar un claro mensaje a las mujeres «para que tengan su propio criterio, para que tomen sus propias decisiones». En pocas palabras, instaba a las mujeres —sin mencionarlas— «a dar su opinión sin pensar en qué lado de la mesa están».

» Este detalle me resultó una suerte de juego literario en el que yo me proponía esquivar el genérico masculino, aspirando a un genérico neutro, y sin prejuicios emplear el genérico femenino. Y lo más curioso es que hay ensayos que no se leen igual, sino es empleando el genérico femenino como «Cómo le afecta a una contemporánea».


Entrevista al traductor Rafael Accorinti
Rafael Accorinti, traductor de los ensayos literarios de Virginia Woolf

P—«La historia de Inglaterra habla de hombres, no de mujeres», escribe Woolf en su ensayo «Mujeres y ficción», y argumenta que ciertas lagunas en el legado creado por mujeres tiene su raíz en la imposición de roles. «Nuestros quehaceres, que tanto se han entrometido en nuestro trabajo», dice. Son otros nuestros tiempos y, sin embargo, la rueda no ha girado tanto como nos habría gustado. ¿Qué tipo de luz puede aportarnos hoy este ensayo?

R—Si acaso nos preguntamos por qué Virginia Woolf resulta una escritora tan moderna, puede que sea por las mismas razones por las que sus obras sufren de la censura aún a día de hoy. «Mujeres y ficción», aquel ensayo que inspiraría una de sus obras maestras, Un cuarto propio, ha inspirado a generaciones y generaciones de mujeres para superar todos los obstáculos que se han encontrado y a afrontar los vengan después.

P—En el ensayo sobre Lubbock, Virginia evidencia el empeño de éste por poner la forma por encima del fondo (inquietud todavía vigente en nuestros días) y escribe: «El “libro en sí” no es una forma que se ve, sino una emoción que se siente». ¿De qué manera trabajaste para conseguir que el equilibrio formal y la sensibilidad de la Woolf pudieran trasladarse a nuestro idioma?

R—Teniendo en cuenta la oralidad que siempre se proponía Virginia Woolf al escribir. Cada uno de los ensayos está transcrito y corregido con papel y pluma más de cuatro veces. Al ser la oralidad un factor importante, los leía en alto y si alguna vez una frase no funcionaba, la cambiaba sin más. Otro detalle fundamental era que, para no dejarme la voz con tanta lectura en alto, me acompañaba siempre el mate y la pava.

P—Naciste en Argentina pero llevás mucho tiempo viviendo y traduciendo en España; hace unos días me dijiste que en tus traducciones pensás en el lector latinoamericano y siguiendo esa conversación me gustaría preguntarte en qué se ve reflejada esa intención en tu trabajo.

R—Al principio me resultó una suerte de maldición. El tener el habla argentina y el habla española en la cabeza lo veía, al principio, un obstáculo grande a la hora de dedicarme a la traducción. Poco después, pensé que es maravilloso disponer de dos hablas y combinarlas. Incluso me propuse algo que en mi infancia sufría bastante como lector: intentar prescindir de las expresiones castizas que suelen descolocar al lector latinoamericano. Esto para mí es otra clase de juego literario donde combino ambas hablas —latinoamericana y peninsular—; algo que, a mi parecer, es la realidad latinoamericana de tantísimos escritores que viven en España.

P—¿Ha supuesto para vos alguna incomodidad o dificultad respecto al lenguaje la migración? ¿Me contás cómo viviste esta experiencia de dislocación verbal?

R—Creo que mi experiencia es como la de tantísimos latinoamericanos que vinieron a España. Cuando uno emigra, hay algo curioso que es que el habla de la tierra natal se queda «congelada» en una época determinada. Supongo que mi familia y yo nos quedamos con el habla argentina de principios de los 2000. A día de hoy, me doy cuenta de que los argentinos hablan diferente. Aun así, me parece una ventaja enorme disponer de tantísimas palabras latinoamericanas y peninsulares a la hora de enfrentarme a una traducción.

P—Me gustaría volver a tu forma de traducir. ¿Trabajás con traducciones previas, cotejando posibles elecciones, o partís de cero en cada apuesta?

R—Cuando se traduce, lo peor que se puede hacer es cotejar otras traducciones. Al leer otras ediciones del mismo ensayo, cuento o novela, perdemos nuestro criterio y nuestro instinto al traducir. La antología de El estrecho puente del arte, pongamos por caso, son ensayos que había leído en inglés hacía ya tiempo y que me encantaron. Cuando me puse a traducirlos, no solo evite leer otras traducciones —aunque, eso sí, la mayoría de ensayos son inéditos—, sino que los traduje sin leerlos previamente. Esta es una técnica que aporta frescura a la traducción: el traductor recorre el texto con el lector, lo descubre a su lado. En mi caso, no me sabía línea a línea lo que iba a traducir, solo recordaba hacia dónde se dirigían esas reflexiones literarias.


Me parece una ventaja enorme disponer de tantísimas palabras latinoamericanas y peninsulares a la hora de enfrentarme a una traducción.

P—Finalmente: ¿qué es lo que más te apasiona de la obra de Virginia? Si tuvieras que convencer a alguien a acercarse a leerla, ¿qué le dirías? ¿por qué libro convendría empezar?

R—Adoro Virginia por cómo trenza las frases de tal modo que resulten espontáneas cuando se lee en alto. Dependiendo de los gustos de cada uno, recomendaría La señora Dalloway para ahondar en la parte más auténtica de la escritora; reinvindicaría Flush, al ser una novela contada a partir del punto de vista de perro; si acaso quisiera reflexionar sobre feminismos, descolgaría de mi anaquel Un cuarto propio; aunque, si prefiere lecciones escritoras y descubrir nuevas plumas literarias, recomendaría que vire de un ensayo a otro, sin orden ni concierto, por El estrecho puente del aire.


«El estrecho puente del arte» de Virginia Woolf, traducido por Rafael Accorinti
Los ensayos literarios de Virginia Woolf que tradujo Rafael Accorinti para Páginas de Espuma

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