«La idea natural», de María Negroni (Editorial Acantilado)

Negroni recoge los diversos discursos existentes en torno a la naturaleza.

«La idea natural» de María Negroni (Acantilado)

«Dios es una ficción infinita». Yo no sé cómo lo hace. Me paso la vida intentando desentrañar lo que los escritores y escritoras que me han fundado hacen. Algunos son descifrables medianamente, pero hay otros, como María Negroni, que parecen haber construido su obra sin otro material que la pregunta tirando de hilos aparentemente inexistentes y ofreciendo obras inmensas, donde lo sagrado y lo carnal se entrecruzan constantemente. En Negroni el mundo se expande a través del lenguaje. Las palabras no nombran lo que creemos, apuntan a una posibilidad incierta pero viva. Y me pasa que cuando finalmente consigo asomarme un poco al sentido de las cosas, algo estalla, y vuelve a empezar la pregunta y el desconcierto. Con el tiempo entendés que el sentido es sólo un matiz más de las muchas características del lenguaje. En La idea natural, María Negroni (Acantilado) afronta una tarea ambiciosa: recoger los discursos existentes en torno a nuestra relación con la naturaleza. La brevedad, la belleza y esa pasión humanista que atraviesa toda su obra adquieren aquí un portentoso valor. Y empieza por el principio más bello de todos, por Lucrecio y su obra De la naturaleza de las cosas, donde el poema permite que la ciencia cante y se aprende la epifanía con la que he querido comenzar este texto: «Dios es una ficción infinita».


María Negroni afronta una tarea ambiciosa: recoger los discursos existentes en torno a nuestra relación con la naturaleza

La idea natural podría entenderse como un mandato de fe sobre lo incierto donde el punto de partida es la confianza, guiada bajo la luz de Fernando Pessoa, que dice, «La naturaleza es la diferencia/ entre el alma y Dios». Con este epígrafe Negroni ¿viene a decirnos que no le interesa el mundo vegetal sino lo que convulsiona en él? Esta pregunta guía mis intentos de desvelar la naturaleza del libro. El mestizaje de géneros (que van de lo biográfico a lo científico pasando por lo poético y otro género que cada vez me interesa más por su entroncamiento con lo cotidiano y la poesía, las listas) nos invita a adentrarnos en numerosas preguntas sobre el vínculo que establecemos con la naturaleza y los mecanismos para entenderla. Pero a todas ellas subyace una pregunta todavía más interesante que tiene que ver con la búsqueda desesperada y primordial de sentido vital, donde lo divino y lo humano encuentran su cauce.

Negroni construye (y deconstruye) las ideas que han iluminado el entendimiento del mundo de las plantas desde Plinio el Viejo y Paracelso hasta Sebald y Lispector, pasando por Thoreau, Hudson (nuestro gran ornitólogo cuya «obra terminaría invocando algo así como una arcadia sudamericana hecha de aviarios, recuerdos y taxones») y Bourgeois; la autora reúne fragmentos de ideas y trata de descifrarlas poniendo en todas ellas minuciosas dudas que nos devuelven emulando el ciclo infinito de la vida a la pregunta del principio. Hasta ahí, incluso, podría haber sido un obra viable que podría pensarse como un libro gordo de Petete de la idea de la naturaleza, extenso, detallado, cientificista. Lo que lo vuelve inaudito es el desguace de todo eruditismo, el esquive de toda teoría contundente, la propuesta poética y disruptiva de su discurso. Y es que el deseo de la poeta siempre es otro. Es alcanzar un entendimiento muscular del lenguaje, estrechar una relación con las palabras que parte de lo abstracto y metafórico para aterrizar en el cuerpo. La brevedad, lo aforístico y lo poético le permiten a Negroni regalarnos esta belleza que se nos quedará imantada para siempre en la memoria.


«La idea natural» de María Negroni (Acantilado)
«La idea natural» de María Negroni (Acantilado)

Negroni, como decía, parte de Lucrecio, cuya empresa «es de una envergadura alucinante. No se trata, al menos no del todo, de buscar explicaciones a las cosas. Está en juego un deseo muchísimo más arduo: el de alumbrar un poema donde la ciencia cante». Desde ahí irá viajando a través de teorías y los datos desarrollados a lo largo de la historia en torno a la idea de la naturaleza. No hay, explica, un interés concreto vinculado a lo verde sino más bien a las palabras. Esta aclaración es importante, porque a lo largo de toda la lectura iremos confirmando el gran cuidado de Negroni en el nombrar. Cartas, biografías y apuntes sobre descubrimientos naturalistas conforman este palimpsesto vegetal. También encontramos varias listas, y Negroni nos recuerda aquello de Umberto Eco, «que hacemos listas porque no queremos morir». Podría pensarse como una enciclopedia biográfica de naturalistas y pensadores que tuvieron alguna obsesión que tarde o temprano los acercó a la naturaleza.

Aparecen, por ejemplo María Sibylla Merian, Rosa Luxemburgo, Susan Fenimore Cooper junto a algunos notables del siglo de las luces y menciones a herbarios cientificistas junto a otros más literarios, como el de Emily Dickinson («ni la colección ni las páginas parecen responder a un criterio de ordenamiento lógico», leemos). Es, en definitiva, una antología preciosa de miradas diversas en torno a lo vegetal. Y aquí viene algo que me parece importante: lo que atrae la atención de Negroni no es la veracidad o los aciertos de las teorías sino la pasión por hallar explicaciones sobre el mundo. Afinar las preguntas resulta más importante que encontrar respuestas acertadas; porque sabemos que las teorías siempre pueden ser sometidas a revisiones y volverse anticuadas pero las preguntas y la pasión por los descubrimientos permanecen intactos. Y me gusta esto que dice la autora de Rousseau: «No importa que más tarde se le imputen nomenclaturas erróneas (...) lo importante es el deleite que su prosa imprime a lo que observa, los delirios que cantan sus estribillos, la persuasión que logra cuando promueve la adicción verde como antídoto contra la infamia de los hombres».


«La idea natural» de María Negroni (Acantilado)
«La idea natural» de María Negroni (Acantilado)

Cuidar el lenguaje es cuidar la mirada y atender el detalle que para otros podría haber pasado desapercibido. Por eso son tan interesantes las biografías de Alexander Von Humboldt, K. Burmeister o C. Akeley. «Hay que imaginarse a Humboldt antes del viaje a las Américas con Aimé Bonpland», leemos. Lo que Negroni ilumina es aquello a lo que la historia no le ha prestado atención y es precisamente ahí donde nacen las mejores preguntas. Inquietudes que llevaron a Thoreau a vivir una de las experiencias naturalistas más fascinantes de la literatura. Escribe a propósito Negroni: «Walden es uno de los acontecimientos más ambiciosos de la literatura norteamericana».

La idea natural ya desde el título supone una declaración de intenciones y propone preguntas estéticas: ¿por qué no se decantó por el plural, ideas, ya que recoge una enciclopedia tan variopinta? Creo que al leer a Negroni las preguntas estéticas siempre empiezan por el principio y nos permiten entender que sea cual sea el género en el que la academia quiera clasificar sus libros la idea que contiene toda su obra es poética y tiene que ver con la flexibilidad de las palabras y la importancia de trastocar los órdenes establecidos para iluminar el costado de las cosas. Vinculado también a lo estético de este libro y de la obra inmensa de María Negroni me gustaría apuntar que todo lo que ella escribe es forma moviéndose entre las sombras. Sus libros tienen más forma que sentido, y este es el gran hallazgo de su escritura, y este es el gran regalo que hallamos en sus libros. No salimos más sabios, sino más conmovidos. En este libro, la forma sobresale a la idea natural. Pensar la naturaleza desde las biografías de quienes se obsesionaron con ella, desde la pasión que inoculó en ellos el contacto con algo que los sobrepasaba y desde el desconcierto y la maravilla que siempre supone encontrarse con el milagro de lo salvaje es lo que hace la autora en este libro, ofreciéndonos una enciclopedia fabulosa y poética a la que estoy segura que volveremos con insistencia.


Afinar las preguntas resulta más importante que encontrar respuestas acertadas

«Uno debe aceptar siempre todo lo que pertenece a la vida», cita Negroni a Luxemburgo. Las palabras sirven para seguir indagando en el misterio pero lo que tocan, lo que intentan explicar nunca sale del todo de esa nebulosa de sinsentido bello que supone la vida. Esto también es importante y es otra de las hipótesis que proyectan la búsqueda de la autora. La mirada sobre la vida escapa de la vida en sí y, sin embargo, quienes perseguimos el relámpago del lenguaje haciendo cortocircuito con la realidad nunca dejaremos de acercarnos a esas cosas. «Un jardín, podría haber escrito Gertrude Stein, es un jardín es un jardín es un jardín», leemos. Y un jardín es cualquier libro de Negroni. En este encontramos una forma originalísima de reunir las muchas voces y construcciones teóricas de la vida vegetal, que al final no es otra cosa que el deseo de alcanzar una respuesta convincente entre la frontera que divide la naturaleza divina y la humana, la diferencia a la que se refería Pessoa entre el alma y Dios.

Leer a María Negroni es asumir que siempre estaremos a años luz de su sensibilidad y su inteligencia pero tocar por un segundo esa explosión que producen sus neuronas al encontrar las palabras y las preguntas es uno de los regalos más hermosos de la literatura contemporánea. Dan ganas de escribirle una carta cariñosa y terminarla como aquella de Wittgenstein: «¿Vendrás a visitarme a mi diminunta cabaña? Te convidaré pan negro, mantequilla y cacao, y te daré una silla dura donde sentarte». Que nadie se pierda este regalo salvaje y atómico.


«La idea natural» de María Negroni (Acantilado)
LA IDEA NATURAL. MARÍA NEGRONI. ACANTILADO. 2024.

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