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Pablo Martínez Rosado // FOTO: Pilar García Millán |
Con motivo de la segunda edición de Savamala o la eternidad (Polibea) conversamos con su autor, Pablo Martínez Rosado, quien nos presenta en estos siete cuentos un universo abierto literario y geográfico que nos invita a reflexionar sobre temas tan significativos como la identidad, el dolor y el deseo. El marco podría ser el universo de los cuentos de Milorad Pavić pero es un mundo que se sostiene por sí mismo y abre nuestra sensibilidad a una nueva observación de Belgrado y, más específicamente, del barrio de Savamala. Una nueva edición que viene encabezada con un magnífico prólogo de José Antonio Garriga Vela, que es una invitación entusiasta a asomarse a estos cuentos, y una serie de fotos magníficas firmadas por un tal PMR, el yo fotógrafo del autor. Los cuentos y las fotos dan buena cuenta de la fascinación que el escritor malagueño siente por la ciudad eterna descrita por Pavić en su universo. Si no conoces este magnífico libro te invitamos a leer nuestra reseña.
El marco podría ser el universo de los cuentos de Milorad Pavić
P—Una segunda edición muy especial, Pablo, donde apostillan tus cuentos un prólogo lúcido de Antonio Garriga Vela y fotografías del barrio de Savamala. ¿Como surgió esta renovada edición?
R—Como me gusta decir, ahora el barrio (Savamala) ha ganado en habitantes, tanto residentes -esas nuevas palabras e imágenes que acompañan a los cuentos originales- como flotantes -quienes las leen-, y verlo así es una alegría por la que me siento muy agradecido. Te diría que esta edición surgió de un modo muy natural y espontáneo: tanto mi editor, Juan José Martín Ramos, como algunas de las primeras lecturas, imaginaron el barrio, primero, y después pensaron en extender el juego ilustrando cada cuento con una fotografía del edificio del que parten. Sin saberlo, me devolvieron a la prehistoria de aquellos cuentos, cuando hace casi diez años visité Belgrado y me dediqué a buscar las casas de los cuentos de Pavić de Siete pecados capitales. Entonces, en 2015, le pregunté a un grupo de jóvenes activistas, arquitectos de formación, a quienes había conocido frente a uno de estos edificios, si estarían interesados en hacer una serie de fotos de cada uno de ellos, con la idea de añadirle unas líneas y preparar una exposición. Sus fotos nunca llegaron; sospecho que de aquella ausencia nacieron mis cuentos. Cuando mi editor supo que un tal PMR -quien firma las fotos que hoy vemos en esta edición - tenía previsto viajar a Savamala, le encargó ese paseo visual por el barrio. Juan José consideró, además, que la segunda edición nos daba la oportunidad de corregir una anomalía de la primera, que carecía de prólogo, el cual es un elemento siempre presente en los libros de la colección en la que se publica. Y ahí pensé en Garriga Vela: su prólogo no es sólo lúcido, sino lúdico -y generoso-, y creo que es en esa tendencia al juego donde nuestros caminos se encuentran. Y, por fin, llegó el epílogo, al que me empujó el poeta Jesús Aguado: qué mejor que cerrar el libro con un octavo cuento, me dijo. Toda publicación es un trabajo de muchos; en el caso de una segunda edición, también de sus lectores.
P—¿Qué estuvo primero, tu viaje a Belgrado o los Siete pecados capitales de Pavić? Cuéntame cómo ha sido tu vínculo con la literatura de este escritor y de dónde viene esa necesidad de ofrendarle este homenaje.
R—Primero fue Pavić, y después, el viaje, si bien dicho viaje es consecuencia también de otras muchas vivencias -entre ellas, los recuerdos en u-hache-efe de la Yugoslavia que se desmoronaba en mi infancia y adolescencia-. De Pavić supe a través de Jesús Aguado, de quien he hablado antes, quien a principios de los dos mil me puso en la pista de su Diccionario Jázaro. Después me recuerdo regalando Siete pecados capitales a otro buen amigo sin siquiera haberlo leído; años más tarde, me lo prestaría, y sus cuentos me dejaron ese sabor de las lecturas que invitan a la construcción de mundos, a la disidencia, y a la confianza intelectual entre el autor y quienes leemos. No he vuelto al libro desde aquella lectura, casi fantasmal ahora. Cuando comencé a trabajar en la frontera entre Italia y Eslovenia, años más tarde, se me dio la oportunidad de visitar Belgrado con unos compañeros serbios, y así surgió el viaje del que te hablaba antes. Soy un visitante que se permite, cuando puede, leer las ciudades de un modo creativo, paso a paso, de manera que hoy me parece casi inevitable que se me ocurriera recorrer la Savamala de Pavić. Por supuesto, la encontré distinta, y a partir de sus huellas escribí mis cuentos, ya mucho después. Aquellas casas me permitieron imaginar.
P—De Siete pecados capitales recuerdo que me impactó la atmósfera, donde el mundo real y el onírico parecían fundirse, como una neblina constante sobre los cuentos. Tengo la sensación de que tus cuentos también se escriben desde ese lugar fronterizo. ¿Los límites de la escritura son los límites del lenguaje, que dijera Wittgenstein?
R—Sí, creo que parten de ese lugar fronterizo, y ese lugar es un lugar lleno de asombro. Mientras escribía sentía que el espacio de estos cuentos no podía -ni debía- ser mimético, sino permanecer entre esos territorios que mencionas, el de la imitación a la realidad, y el de la reconstrucción que nos ofrecen los sueños. Me gusta practicar la escritura como una forma de conocimiento, como una oportunidad para la experimentación a través de personajes, voces, estructuras, estilos, y como un redescubrimiento de cuánto nos rodea y acontece. Savamala me ofreció un escenario para proponer un mundo. Y con respecto a tu pregunta: aquí te vuelves borgiana, y modificas sutilmente la cita de Wittgenstein para llevarla a nuestro campo. Wittgenstein vinculaba los límites del lenguaje y del mundo; tú los de la escritura y el lenguaje. Admiro a los autores que ensanchan esos límites y los tensionan: nos regalan espacios que habitar, aire, sospechas.
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Savamala en la mirada del escritor Pablo Martínez Rosado |
P—Algunos de tus personajes pueden leerse como el símbolo más destacable de Belgrado, esta ciudad que históricamente ha sufrido tanto pero que ha sabido reconstruirse una y otra vez después de haber sido arrasada. Si tuviéramos que delimitar las obsesiones detrás de estas historias, ¿cuáles serían?
R—En cierto sentido, siguiendo lo que dices, Belgrado se ha ido reescribiendo. Quizá cada reconstrucción haya sido una reescritura, y esta es una idea que me acompañó durante la composición de los cuentos. En un momento dado, uno de los narradores se nos crece y propone “escribir una ciudad que se pueda leer mal”. En ese “leer mal”, entiendo, se abren oportunidades. Es un “leer mal” que viene de la disidencia. Un “leer mal” en el que participamos, tal vez productivo, generador. Los personajes de la Savamala de estos cuentos tienen sus propias tensiones, lidian con ellas, e intentan manejarse en ellas dentro de unos límites. Con suerte, como hablábamos antes, también los ensanchan.
Esa misma disidencia, ya sea voluntaria o inevitable, es una de las obsesiones que permean los cuentos. Otra lo es también el deseo, un deseo con distintas intensidades y formas, a veces silencioso. Y otra, creo, tiene que ver con la vivencia del cambio, de nuestro ser múltiple, y sus efectos.
Belgrado se ha ido reescribiendo. Quizá cada reconstrucción haya sido una reescritura
P—En varios personajes se nota ese deseo de cuestionar la voz unívoca o el relato aprendido de la identidad. Estoy pensando en Natalja, la narradora del segundo cuento. Le escribe a su madre con el deseo de sincerarse pero hay un temor en ella; se pregunta: «¿Me pedirías que siguiera las convenciones? ¿Son esas las herramientas de mi conquista como, según se cuenta, lo fueron de la tuya?»
R—Ése es un relato, el aprendido, que a menudo nos ofrece comodidades, y otras veces nos encierra. Me parece que el cuestionamiento es un proceso que aspira a ser feliz, a pesar del dolor. Natalja toma la iniciativa, vislumbra respuestas. Decía Ernesto García López en la presentación de esta segunda edición en Madrid que los personajes de este libro viven a contracorriente, pues sus identidades se muestran débiles en un tiempo en que el discurso identitario es fuerte. Yo tengo la sensación de que, de algún modo, no les queda otra que comprobar el vínculo con sus propias convicciones.
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El edificio que inspira el cuento «Totó y la estrategia» // FOTO: PMR |
P—«Usted habla mi idioma, pero nuestro objetivo es el universo». ¿Estás hablando de la literatura?
R—Creo que es posible leerlo así. Sebastián, el narrador de ese primer cuento, pertenece a una familia de espías y parece estar redactando un informe. Escribe y mientras lo hace, recuerda, acumula detalles. Nosotros sabemos que la suma de los detalles no nos conduce necesariamente a una comprensión de aquello que nos falta o nos inquieta. No nos basta con esa habilidad, el idioma no es suficiente. Desde luego, no para Sebastián. Él trata de ir más allá, y por eso el universo (o la literatura).
P—La arquitectura es mapa y forma para el discurrir de tus relatos pero, también podríamos decir que son los relatos los que construyen esta ciudad, porque al final, la ciudad que visitamos al leer no es del todo Belgrado, ni el barrio es del todo Savamala. Otra vez volvemos a los límites…
R—Cuando alguien destaca el peso de la arquitectura en estos relatos, me siento muy reconfortado. La arquitectura me mueve hacia la escritura, es una fuerza recurrente en el origen de mis textos. El motivo que impulsa mi novela, Vahana, es también un edificio. Me interesa, como ya hablábamos antes, nuestra relación con las ciudades, su efecto en nosotros, pero también el nuestro sobre ellas. Y eso es, otra vez volvemos a los límites: tenía claro que el barrio que leemos sólo podía ser de papel, y estar hecho de palabras. No podía escribir unos cuentos realistas, o de costumbres -no conozco la ciudad como para hacerlo-; reproducirla no estaba a mi alcance. Mis carencias me llevaron a mirarla desde otros ángulos, e inventar. En el papel todo es posible.
Me interesa nuestra relación con las ciudades, su efecto en nosotros.
P—Me gustaría preguntarte por la forma en la que se fueron gestando estos cuentos, la aparición de los personajes y esta idea de engarzar la narración con los detalles estructurales del barrio Savamala.
R—Pasó bastante tiempo desde aquel primer proyecto frustrado -la exposición de fotografías que nunca existió: un proyecto fantasioso, fruto del entusiasmo de una tarde de primavera en Belgrado- y la gestación de los cuentos. Al poco de publicar mi novela, en 2017, sentí que aquel barrio que había visitado dos años antes me estaba empujando a escribir, como si de tanto esperar las fotografías, las imágenes y las palabras se desbordaran. Me puse unas pocas premisas iniciales con la idea de sostener esa llamada: cada cuento debería partir de las mismas casas de los cuentos de Pavić, y de algo de su espíritu, pero no de sus tramas ni personajes; en los cuentos se respiraría una atmósfera más o menos familiar, y, sin embargo, cada uno de ellos apuntaría a lugares distintos; cada cuento me pediría una aproximación diferente, un desvío dentro del barrio. Tardé un año más en empezar a escribirlo, creo, tiempo durante el cual coleccioné notas -mentales y escritas- de alguna de estas premisas y de las imágenes que querría desarrollar. Los personajes me fueron asaltando, progresivamente, conforme escribía los cuentos, con sus tensiones y dificultades para manejarse. Aparecieron de una manera muy natural, y cada cuento fue llamando al siguiente. De hecho, salvo en el caso de los dos últimos, los cuentos fueron escritos en el orden en el que han aparecido en el libro.
P—¿Alguna idea o fórmula te ha acompañado a lo largo de la escritura, sobrevolándola, a fin de articular un relato que sea el propio de los cuentos pero que, al mismo tiempo, transparente esa idea de que «el objetivo es el universo»?
R—Ya desde las primeras líneas del primer cuento comprendí que estos cuentos iban a ser poéticos en uno de los sentidos primigenios de la palabra: en su carácter generador. Yo no trasladaba al papel la Savamala material tal como es, sino la de mis recuerdos y mi imaginación. Esa Savamala en potencia fue el principio rector de este libro, el campo de trabajo. Y creo que es en ese carácter, y en un territorio así, donde podemos fantasear con un microcosmos que crece. De algún modo, con un objetivo así se nos abren posibilidades, formas de estar en el mundo.
»Otro juego que me interesaba sugerir conforme avanzaba en la escritura era el del salto, o la aparición, de algún personaje en cuentos distintos. Me parecía natural que se pudieran cruzar, y, al mismo tiempo, que no fuera evidente, de la misma manera que nosotros sentimos familiares a vecinos de quienes no sabemos su nombre. Incluso algún lector me ha sugerido que el libro se puede leer como una novela, y me parece que, en efecto, su composición puede permitir ese modo de lectura. La mirada atenta de Garriga Vela en el prólogo va en esa línea cuando afirma, citando la solapa del Diccionario jázaro de Pavić, que Savamala o la eternidad admite distintas maneras de ser leída.
»Otro juego que me interesaba sugerir conforme avanzaba en la escritura era el del salto, o la aparición, de algún personaje en cuentos distintos. Me parecía natural que se pudieran cruzar, y, al mismo tiempo, que no fuera evidente, de la misma manera que nosotros sentimos familiares a vecinos de quienes no sabemos su nombre. Incluso algún lector me ha sugerido que el libro se puede leer como una novela, y me parece que, en efecto, su composición puede permitir ese modo de lectura. La mirada atenta de Garriga Vela en el prólogo va en esa línea cuando afirma, citando la solapa del Diccionario jázaro de Pavić, que Savamala o la eternidad admite distintas maneras de ser leída.
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El edificio que inspira el cuento «La biblioteca y el solar»// FOTO: PMR |
P—Más allá de Pavić, ¿el rastro de qué otros autores o filias lectoras podemos encontrar en estos cuentos, y en tu obra en general?
R—A uno le gustaría pensar que quizá algo de sus referentes haya quedado filtrado, y no de otras lecturas, más casuales, pero la cosa no es tan sencilla…Por ejemplo, ya que te has interesado antes por la atmósfera de los cuentos: al releerlos de cara a las presentaciones percibí algunos reflejos de la obra de Bruno Schulz, a quien siempre he admirado. La plasticidad de sus relatos es portentosa, a mi entender, y su mundo se vuelve reconocible en su independencia. No es algo premeditado, pero en alguna medida, seguramente empobrecida, podría estar ahí. Lo ideal, quizá, sería partir desde los referentes, y no emularlos viciosamente. Y al tiempo, agradecerles lo que nos enseñan. Como lector, y en eso no soy original, mi descubrimiento de Kafka es determinante, así como el de Beckett, el de McCullers o el de Tsvietáieva, o el de Borges y Cortázar. Pero si pienso en Savamala o la eternidad, lo veo también como una herencia del situacionismo: en Savamala se le dan usos desviados a la ciudad.
Mi descubrimiento de Kafka es determinante, así como el de Beckett, el de McCullers o el de Tsvietáieva
P—Me gustaría preguntarte por las dificultades de narrar desde un lugar geográfico sobre el que existe un universo literario contundente como el de Pavić, ¿qué temores acompañaron tu escritura?
R—Este es un proyecto que nace de un espacio, Belgrado, que me era ajeno. Cuanto conocía de su cultura era de carácter literario o deportivo; cinematográfico o musical; pues apenas había pasado allí los ocho días de mi visita. Me propuse imaginar y no perder la empatía, sentirme en los personajes y alejarme de los exotismos. Y ahí llegó la dificultad que comentas. De hecho, no era sólo la de partir de Pavić y sus cuentos, sino tener presente que a uno se le ocurría hacer ficciones donde ya las habían hecho otros maestros como Ivo Andrić, Danilo Kiš o Meša Selimović, por mencionar sólo a sus -más o menos- contemporáneos. Supongo que escribir es también ser un intruso. Dentro de esa forma de conocimiento que es la propia escritura, cada nuevo motivo de su cultura se me dio como un posible regalo -piensa en lo estimulante que puede ser contemplar la colección de testigos de las carreras que se daban en el día de la Juventud de Yugoslavia, por ejemplo-; en cada cuento había nuevos desafíos. Como creo que he dado a entender antes, mis recuerdos de la obra de Pavić eran lejanos, y se reducían al sabor de su propuesta: intenté ser respetuoso con el entorno, y ambicioso en la escritura. Mi compromiso tenía su centro en mi propio proyecto, en lidiar con las tensiones y obsesiones de cada historia y personaje, y en dibujar con palabras una Savamala que cambia por días.
P—¿Qué ha supuesto volver a Belgrado después de tanto tiempo, ya a la luz de tu propia escritura? Imagino que es una ciudad que comparte con la escritura la premisa de que no terminas de abandonarla nunca.
R—Uno vive escribiendo, aunque sea metafóricamente, sin tomar el lápiz o teclear un rato. De manera que ya en la primera visita no sólo sentía que leía la ciudad, sino que al hacerlo, al pasarla por el tamiz de mi percepción, colaboraba en una escritura. Esto no es más, tengo la sensación, que un primer estadio, una forma de estar, un juego. Volver a Belgrado a la luz de mi escritura, como señalas, y en concreto al barrio de Savamala, me ha supuesto, primero, caminar en un viaje alucinado, una ensoñación. Me parece que los espacios nos dan cobijo y nos acompañan, como sugieres. Es tanto un “estar en” como un “estar con”: ojalá los cuentos sean capaces de transmitir ambas cosas. En segundo lugar, me resultó inevitable leer la ciudad que otros, con sus decisiones, estaban escribiendo. La Savamala de hoy se gentrifica, y en ella se erigen rascacielos. Se vuelve terriblemente contemporánea. Sospecho que ésta se trata de una escritura que pretende una sola lectura y aspira a un solo camino, y por eso tensiona a parte de la población. Se ha vuelto un capítulo de nuestra novela europea más actual. En cualquier caso, como nos explica muy bien Miguel Roán en su Belgrado Brut, la ciudad blanca está acostumbrada a reconstruirse. ¿Abandonarla? Es difícil alejarse de algunas palabras. Mi escritura -esporádica y lenta-, sin embargo, ya está en otros lugares.
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SAVAMALA O LA ETERNIDAD. PABLO MARTÍNEZ ROSADO. EDICIÓN AMPLIADA. POLIBEA. 2024 |
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