«El descampado de las urracas», de Aníbal Cristobo (RIL Editores)

Un poemario bello y sorprendente.

Portada de «El descampado de las urracas», de Anibal Cristobo (RIL Editores)

En la nueva literatura, la paternidad va retomando la reflexión y planteando nuevas preguntas y observaciones sobre esta potente experiencia a la que un hombre llega con más incertidumbre que claridad, y que termina convirtiéndose en una vivencia extraordinaria, en todas las acepciones del término. Esta es la idea principal en torno a la cual giran los poemas de El descampado de las urracas [diarios de paternidad 2018-2021] de Aníbal Cristobo (RIL Editores). «Yo venía de lejos, movido/ por la aventura cambiante de lo indeterminado», leemos. Es un poemario donde lo cotidiano funciona como punto de partida de una búsqueda íntima que nos convoca a todos. Cristobo consigue condensar a través de un lenguaje directo pero con cierto vuelo la marca que supone la paternidad en la vida de un hombre.


Un poemario donde lo cotidiano funciona como punto de partida de una búsqueda íntima que nos convoca a todos.

Además de ser el capitán de uno de los barcos poéticos más fascinantes del panorama editorial español y que capitaneando el Kriller 71 Ediciones ha editado a algunos de los poetas más brillantes de la Escuela de New York y de la poesía brasileña, Aníbal Cristobo es un poeta fabuloso. Así queda demostrado con este libro, El descampado de las urracas [diarios de paternidad 2018-2021] (RIL Editores), donde pone en el centro la perplejidad del vínculo paterno-filial y nos regala una reflexión contundente sobre el paso del tiempo y la construcción de la memoria.

Entre los rasgos más destacables de la obra habría que señalar el lenguaje sencillo que abandona todo adorno para aferrarse al pulso suave e intenso de la vida. El poeta trabaja con un diario, del que extrae fragmentos que se convierten en inolvidables poemas. El padre se convierte en un niño que mira con asombro y en un hombre que se debate entre el miedo al error, las heridas y el paso del tiempo, y la felicidad de compartir un lazo tan intenso con su hija.


Portada de «El descampado de las urracas», de Anibal Cristobo (RIL Editores)
Con un lenguaje cercano Cristobo deja constancia de la brutal experiencia de ser padre

Vamos a detenernos en el título. El descampado de las urracas. Si bien no puede saberse (a menos que se lo preguntemos) qué quiso expresar con ellas el poeta, lo primero que seguramente vendrá a nuestra mente será la muy difundida capacidad de las pica pica para domesticar cualquier terreno y hacerlo propio. Estos pajarracos, manchados por los opuestos («aquí blanca, allí negra: ¿Dónde es aquí y allí?», que diría José Viñals), le sirven al poeta para poner el lenguaje en ese territorio liminal, ambiguo, donde la luz y la sombra transforman el paisaje. El padre, se para en un lugar de renuncia del propio yo para que la presencia de la hija le sirva para reescribir su propio discurso. Podría haberle cedido la palabra a la hija pero lo que hace es todavía más potente: imagina cómo es ese lenguaje y no hace la proyección, escribe desde esa comprensión. El plano de la mirada lo tiene el padre pero los ojos que miran son los de la hija. Desde ahí, Cristobo desarma los mandatos de la paternidad para crear un discurso amoroso donde la ternura y la desesperación están en el centro. «Le encanta/ buscarse cicatrices que le den garantías/ de lo que ha vivido». Marina atraviesa todo el poemario. Habla. Sonríe. Crece. Y el padre asombrado escribe. Observa. Sonríe. Escucha.

Es un libro cuyo ritmo viene impuesto por cosas pequeñitas: instantes, silencios, colores. Quizás deberíamos verlo como una sucesión de imágenes en movimiento donde el estupor de lo cotidiano, la belleza de lo leve y la posibilidad de que el lenguaje registre son los motores fundamentales de los poemas. Lo doméstico y lo universal se interceptan y retroalimentan a través de una poesía con muchas capas de sentido. Cristobo construye una celebración de lo mínimo de la existencia, de lo que se evapora, de lo que porta la sinceridad de la belleza. En ese asombro entra la palabra.


Es un libro cuyo ritmo viene impuesto por cosas pequeñitas

La poesía como construcción de una visión del mundo. Y también la memoria como espacio de inauguración de una epifanía que intentaría atrapar y sostener el lenguaje. «Una vez/ intenté captar el instante, ver a mi hija ir/ a la cocina/ descalza y con su vestidito rosa». Un poema que es una sucesión de unas pocas imágenes que reproducen un instante, que es memoria en el poeta y se transforma en memoria en nuestra mente. Un poema cuyo giro contundente es el espejo, la mirada que rebota, los ojos que son otros mirando lo que se mira. «Mi hija, quizás,/ jamás haya sabido que su padre la estaba mirando». Cristobo articula de forma magistral la perplejidad del padre frente a la vida, esa cosa misteriosa que nos pasa y les pasa a los seres que amamos y también a nuestros enemigos. La vida, ese latir inexplicable. Tan bello y tan doloroso. No olvida Cristobo esa herida, la melancolía de lo que sabemos que vendrá y no será tan dulce. «Imagino que estás ensayando nuestro alejamiento./ Imagino que tu simulacro es tu preparación», leemos. Hay una herida que se entrena y que se advierte o adivina.


Portada de «El descampado de las urracas», de Anibal Cristobo (RIL Editores)
Aníbal Cristobo es el editor de la Editorial Kriller 71 Ediciones

Y aquí viene lo más importante. El camino está lleno de preguntas. La vulnerabilidad no se ve aquí como un defecto sino, más bien, como un espacio donde nacen todas las posibilidades: el padre reconoce su mortalidad y trata de sostener la mirada sobre lo que brilla. «¿Cómo es tener 7, ser marina, estar/ en este parque?». Esa indagación sobre la posible sombra de la vida en la historia de la gente produce en nosotros una ternura ensordecedora. El padre que se instala en la duda, rompiendo así con esa idea estoica de la paternidad, me parece una de las imágenes más potentes y, creo, una de las visiones que tenemos que celebrar con más ahínco de esta obra. El padre tiene la visión de la herida y se sabe imperfecto. No obstante, esa grieta que late en el vínculo no impide la apreciación de los instantes; ocurre exactamente lo contrario: porque sé que esto sucederá quiero quedarme aquí, en este ahora, parece decirle a su hija.

La paternidad ha ocupado un espacio importante a lo largo de la historia de la literatura. Libros que van desde ajuste de cuentas, como podría ser Carta al padre de Franz Kafka, a la exploración de los traumas infantiles partiendo de la huella de ese vínculo abrasivo, como lo hace Dostoyevski en Los hermanos Karamazov o al deseo de comprender la realidad del padre, como lo hace Faulkner en ¡Absalón, Absalón!. Nuestros padres, con su capacidad creadora también han tenido en sus manos la posibilidad de hacer de nuestras vidas un infierno. Ese poder dador propio de la naturaleza humana de sistemas jerárquicos ha sido el caldo de cultivo de numerosas obras inolvidables. De un tiempo a esta parte, esta visión determinante y rabiosa de la paternidad ha virado hacia una exploración de la experiencia emocional que supone. Así, en libros como el díptico de Andrés Neuman —Umbilical y Pequeño hablante—, Un hijo cualquiera de Eduardo Halfon o Manu de Manuel Jabois encontramos esta indagación en la hermosa pero compleja experiencia de tener un hijo. Los libros sobre esta experiencia se han convertido en uno de los caminos de exploración singular que habitan escritores de diversas edades. En El descampado de las urracas Aníbal Cristobo rescata de un diario personal el brillo de la experiencia transferible al poema. Aquí encontramos el primer gran acierto del libro: pensar qué rasgo de lo íntimo es trasnferible a la experiencia colectiva, lo que de la experiencia personal puede atravesar el aura de la propia memoria y asentarse en la memoria de las otras personas. En este libro hay detalles íntimos, recuerdos únicos que construyen una poética del decir. En ese camino, el padre se deja reescribir por la infancia, y se acerca a esta experiencia desde la apertura poética y la desprogramación afectiva.


Los libros sobre esta experiencia se han convertido en uno de los caminos de exploración singular.

«¿Qué sabe un padre? le pido a marina/ que me enseñe a dibujar sus niñas con trenzas». Un padre y su hija dibujan y, al hacerlo, reconfiguran el sentido tradicional del vínculo. Ya no es el padre quien enseña, sino quien aprende. La ternura y la fascinación con la que la voz poética se asoma a la experiencia es otro de los rasgos que hacen de este libro una belleza. Una posibilidad habría sido construir los poemas desde la voz de la hija, desde su mirada, pero lo que hace es quedarse en el lugar del padre pero intentando acercarse a la manera de mirar de la pequeña. Insisto con esta idea porque creo que es la responsable de que sea un libro donde el desconcierto y la fabulación trastornen el lenguaje y amplíen su sentido. En esa búsqueda del ojo de la otra todas las posibilidades se abren. Se puede celebrar el día de la ardilla para dulcificar una experiencia dolorsa («El día de la ardilla será único»), se puede imaginar que el lenguaje es algo siempre en construcción, capaz de mutar y de transformar el mundo en su camino. («A este color en Barcelona lo llamamos blanco»). Las posibilidades son infinitas.

El descampado de las urracas podría pensarse como un territorio poético compartido, entre el padre y la hija, donde se está aprendiendo a mirar el mundo con ojos nuevos. A partir del nacimiento de Marina el entorno del poeta cambia de forma y los nombres que refieren a ese mundo también tienen que ser otros. Esa reescritura del mundo compartido hace de este libro un acto de memoria sin igual. En definitiva, es un poemario magnífico que condensa la intensidad de la experiencia de la partenidad a través de un lenguaje cercano, lleno de ternura y belleza y con una intención minimalista contundente. Que nadie se lo pierda.


Y luego la vi marcharse, y tocar esa canción en su pianito.


Portada de «El descampado de las urracas», de Anibal Cristobo (RIL Editores)
EL DESCAMPADO DE LAS URRACAS. ANÍBAL CRISTOBO. RIL EDITORES. 2024

2 Comentarios

  1. ¡Hola!

    No conocía al autor y me fascina leer sobre paternidad, ¡así que me lo apunto! Muchas gracias por tu reseña.

    Nos vemos entre páginas
    La vida de mi silencio

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    1. ¡Qué alegría que te haya interesado! Te recomiendo entonces también "Umbilical" y "Pequeño hablante" de Andrés Neuman, ahí el registro es diferente, pero combina bien el mestizaje entre lo narrativo y lo poético.

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