Anatomía sensible, el último libro de Andrés Neuman en Páginas de Espuma nos ofrece una reflexión irónica y sabrosa en torno a las formas en las que quienes ejercen el poder han tergiversado nuestra mirada sobre los cuerpos y su relación con la identidad. Una de las cosas fascinantes de conversar con Neuman es que su forma de diversificar la conversación nos permite llegar a rincones que no imaginábamos. La pregunta sobre el cuerpo no es nueva, la forma de leerla o responderla en este libro sí, y su visión de la libertad y el rechazo a las imposiciones, también. Como himno del libro me quedo con esta frase: «¡Nalgones del mundo, uníos!». Le digo que me voy a hacer una camiseta con esta frase, se ríe y empezamos nuestra entrevista que abarca feminismos, cuerpos y heridas.
P—¿Nadie está por encima de la ropa sucia?
R—
Bien dicho, Cyntia Ozick.
P—¿Y qué te sugirió la frase para incluirla en el libro?
R— Me pareció una frase que resumía muchas de las cosas a las que aspiraba al escribir este libro. Aparte de que Cyntia Ozick me parece genial, tiene una declaración sigilosamente política; la metáfora de la ropa sucia se puede leer con distintos contextos. Se podía leer biográfica o familiarmente, se podía leer por supuesto en términos de lo reprimido individual, pero también se puede leer colectivamente en términos de todo lo que las sociedades acallan u omiten o postergan. Digamos que puede ser el gran Eso, con mayúscula, aplicado de una forma genial al cuerpo. Y me parecía además el antídoto perfecto para Photoshop. Judith Butler está ahí como de bisagra entre dos ideas en los epígrafes iniciales, y una es ésta que estamos diciendo, que le contesta a esa especie de utopía nazi de la cita de Photoshop, que dice «haz que los elementos no deseados desaparezcan de un sólo trazo». Y, de nuevo, si la leemos políticamente, esa frase, con su verbo desaparecer, eso de los elementos no deseados que desaparecen en un sólo instante, suena a nazi o milico.
La cuestión es si esos elementos no deseables van a algún lado... Y bueno, van al canasto de la memoria, van al inconsciente, donde queramos. Y es precisamente esa ropa sucia, Eso no deseado con lo que creo que trabaja la literatura. Entonces me parecía toda una poética.
P—En la mayoría de las reseñas se habló de esto que señalás, del libro como una crítica a Photoshop y a las redes sociales. ¿No lo estamos reduciendo un poco?
R—Sí, supongo que terminó siendo un eslogan afortunado. Y sí, es una manera de reducir pero también de sintetizar. La línea entre la síntesis y la reducción es tan borrosa. Pero si lo pienso con un cierto rigor, si me permite el tiempo que tenemos pensarlo con rigor, quizás no sea un libro que trate el Photoshop sino que es un libro que reacciona frente a una serie de cosas en las cuales Photoshop es la práctica cultural imperante. Es una reacción contra una manera de entender el mundo, el cuerpo y la belleza, del cual el Photoshop es la metonimia más atroz.
P—¿Quizás enfocado hacia la revolución política? Tengo la sensación de que trabajás el cuerpo como el origen, es decir, lo que existe antes de la conciencia política. ¿Si conocemos el cuerpo seremos capaces de trabajar para construir nuestro propio espacio?
R—Sí, bueno, ese es un punto de partida más del feminismo. El feminismo nos ha enseñado innumerables cosas. Respecto a lo que decís de la política, cuando el señor de turno más o menos ilustrado, más o menos versado en cuestiones filosóficas —que abstraían el concepto de la vida cotidiana del hogar o del cuerpo, porque así estaba precisamente programada la distribución de la filosofía burguesa— llegaba a casa, la política se detenía y empezaba el apacible resguardo del guerrero en el cual tenía que haber, en palabras de Virginia Woolf «un ángel del hogar». Y entonces, necesitaba generarse un espacio no político como reposo de esa intervención política, la cual monopolizaba ese señor.
P—Que terminaba siendo político.
R—Claro, por supuesto. Esto es digamos la manera en la que el señor representaba el mundo. Yo ejerzo el poder, intervengo en la sociedad y después voy a casa a descansar y no quiero que nada me interrumpa. Y claro, si me politizás el hogar, entonces no tengo descanso, ¿no? Y precisamente una de las cosas que nos enseñó la tradición feminista es que no había nada que no fuese político y que desde luego ese espacio supuestamente del dulce hogar era donde se acumulaban un montón de tensiones políticas, y que de puertas adentro todo lo que ocurría era tan o más político que lo que sucedía en los parlamentos o en los lugares donde los hombres monopolizaban la palabra. Entonces en ese sentido, sí, claro, la toma de conciencia del cuerpo es tan social como la toma de conciencia de tus derechos, de la administración pública o del sistema de representación política. Pero fijate que me parece que el matiz sería en este libro, por lo menos en mi cabeza, no solamente tomar conciencia del cuerpo sino también tomar conciencia de las representaciones públicas del cuerpo. O sea, lo que trata de trabajar el libro es no solamente el cuerpo visto desde una construcción colectiva, es decir, no es lo que yo pienso sobre el cuerpo, es una construcción coral, es un libro que piensa coralmente el cuerpo, no habla de un cuerpo sino de una superposición de todos los cuerpos posibles y no las mira a una persona, sino que la mirada es tan plural como los cuerpos que trata de reivindicar y celebrar.
Pero sobre todo es un libro que trata de intervenir en el sistema de representación, por no decir de invisibilización del cuerpo, ese es un poco el tema, que la lógica cultural del Photoshop con las representaciones manipuladas de lo que debe ser un cuerpo nos vampirizan pero también nos convierten en vampiros y sobre todo, vampiras.
P—¿Vampiras?
R—Si, porque viste que la leyenda dice que los vampiros no se reflejan en el espejo. Y parece que el cuerpo no normativo, que en realidad es el cuerpo normal, es decir, el cuerpo del 99 % de seres humanos, cuando se asoma al espejo de las representaciones públicas, ya sea en discursos publicitarios, discursos artísticos, o incluso el de la imaginación del prójimo, no ve nada. O ve el enorme abismo entre la representación y lo representado. E intervenir ahí, en ese mecanismo de visualización, en el imaginario del cuerpo, en el imaginario de su forma de sus deseos y sus pluralidades, me parece que ahí puede haber algo de revolución política. Es decir, no sólo tomar conciencia de cómo son nuestros cuerpos sino también, y sobre todo, el conflicto de cómo se representan o, mejor dicho, dejan de representarse y se invisibilizan. Y eso si te fijás tiene mucho que ver con la democracia. Y una última cosa: igual que tenemos una enorme crisis de representación política, igual que dudamos seriamente de que la democracia parlamentaria represente a ese demos, no menos drástica es la manera en que los cuerpos que caminan por la polis han sido borrados de la discusión pública sobre el cuerpo.
P—Te quiero preguntar por la forma del libro. Por esa búsqueda estética que has hecho en estos últimos años con Barbarismos y ahora con «Anatomía», en que veo un lenguaje conciso y casi poético pero a la vez ensayista.
R—Sí, es verdad. Me interesa mucho esa manera de trabajar varios géneros juntos. Es una manera de gozar por los cuatro costados escribiendo. Según la preceptiva literaria, según el canon, uno tiene que decidir hacia dónde va. Entonces, en lugar de tomar esa decisión que de entrada descarta ciertas direcciones lingüísticas, fue un modo de escribir circular, como si pudiéramos eso, circular, y si es posible en el sentido contrario a las agujas del reloj, y entonces pasar por todos los puntos cardinales a un cierto ritmo. Y sí, además encontré esa manera, esa prosa. Es verdad que son libros muy afines Barbarismos y Anatomía sensible.
P—¿Qué cosas tienen en común?
R—En realidad en apariencia son libros completamente distintos, pero qué tendrían en común, bueno... primero el abordaje cómico y crítico de la ortodoxia, es decir, la sátira del manual. Son dos libros que tratan de la norma. En el caso de Barbarismos, de la norma lingüística y en el caso de Anatomía sensible, de la norma física. Barbarismos sería un intento de desordenar el corpus del lenguaje y éste sería un intento de desordenar el lenguaje del cuerpo. Además están publicados por la misma editorial y son libros de esos que Piglia llamaba «formas breves», porque no se acogen a un género determinado. Son formas breves. Si bien Barbarismos es un diccionario y Anatomía sensible es, y le voy a tomar prestado el concepto a mi amiga la poeta Bibiana Collado que lo presentó el otro día y dijo algo que me pareció muy brillante, un cuerpario. Igual que está el bestiario y el diccionario, aquí hay un género que es el cuerpario. Y me encantó. Así que, bueno, por lo menos ya puedo decir qué es.
P—Ya lo podés definir.
R—Sí, antes decía «es un libro sobre el cuerpo», pero queda un poco frío; un cuerpario me gusta más.
P—Hablabas de la construcción circular y me hacés pensar en el punto de partida y de llegada. La piel que envuelve y el alma que contiene...
R—Sí, fijate que ahí hay un muy vago diálogo, y muy oculto, con la narrativa clásica, que participa de la circularidad. Pero es una circularidad no argumental, de esto de volver al principio de la historia o repetir una escena... todo esto que puede llegar a volverse un poco mecánico, ¿no?
P—Más de círculos concéntricos...
R—Claro. Y en este caso sí, efectivamente, la piel es el principio y el final del cuerpo. Es las dos cosas al mismo tiempo, porque es la primera frontera que la realidad cruza para afectarnos o acariciarnos y, al mismo tiempo, es el último milímetro, la última pulgada de comunicación con el mundo. Decimos «lo estás tocando la yema de los dedos» y eso es exactamente todo lo lejos que la piel puede llegar en su participación con lo que llamamos mundo exterior. Así que es la puerta de entrada y la frontera de salida del cuerpo y eso enlaza las dieciocho piezas de las distintas partes de la anatomía con el alma que según la tradición puede migrar o salir del cuerpo. Yo por supuesto no participo del credo dicotómico alma-cuerpo, que también es muy griego. No pienso que el alma pueda existir ni siquiera como concepto sin encarnarse o no creo que el cuerpo sea sólo físico y por lo tanto no me parece que en realidad nos dividamos en alma y cuerpo sino que la condición humana está todo el tiempo ritualizando y simbolizando el cuerpo y encarnando y viviendo en forma física toda una serie de principios abstractos y de ideas complejas conceptuales que sólo se viven a partir del cuerpo. Pero en todo caso lo que tienen en común la piel y el alma es que son dos instancias conflictivas o complejas en su relación con la corporalidad, son casi otra cosa. Dentro del cuerpo puede haber dos instancias, una cuasi espiritual que es la piel, y que envuelve todo eso que llamamos cuerpo. El estatus de la piel es como poéticamente muy interesante con respecto a lo que llamamos cuerpo. No sabemos si es la condición de posibilidad del cuerpo, parte del cuerpo, envoltorio del cuerpo, si todo el cuerpo empieza por la piel... y el alma tiene las mismas preguntas en su tradición a la hora de relacionarse con el cuerpo. Y me pareció que era una manera de terminar el libro.
P—«En cada bípedo se sostiene una quimera», dices, y me gustaría preguntarte cuál era la quimera que intentabas atrapar con este libro.
R—Ay, qué linda pregunta. Bueno, en principio por supuesto la referencia era antropológica a la gran conquista bípeda del homosapiens. Y la quimera es, en términos fisiológicos y antropológicos, sostenerse en pie. Los antropólogos explican que gran parte de nuestros dolores físicos tienen que ver con que el homosapiens hizo algo verdaderamente incómodo para nuestra estructura que era sostenernos con dos pequeñas plataformas midiendo entre metro y medio y dos metros. Ese esfuerzo de ponerse en pie, es tan difícil que un ciudadano se ponga en pie y sostenga la dignidad como el hecho de que un bipedo milagrosamente, en lugar de utilizar sus cuatro extremidades, tenga la osadía, por ganar unos centímetros de perspectiva, de caminar el mundo y no gatearlo o reptarlo, que es como mucho más estable. Cuando leí eso me sentí muy aliviado porque a mí me duele siempre mucho el cuello y pensaba que era culpa de mis cervicales y ahora veo que no, que es culpa de la evolución de la especie.
P—Culpemos a nuestros antepasados.
R—Y es que les da un prestigio y una fatalidad a mis dolores que me consuela un poco. Pero volviendo a la quimera: la quimera sería arrastrarse lo menos posible.
P—¿Y lo vas consiguiendo?
R—No sé. ¿Viste que siempre se dice «hay que morir de pie»? Bueno, yo con vivir de pie me conformaría. No sé si estoy en pie... Trato.
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