Juan Romero Vinueza: «Nosotros mismos somos un borrador de lo que somos»

Entrevista en Bestia Lectora con Juan Romero Vinueza.



Juan Romero Vinueza: «Nosotros mismos somo un borrador de lo que somos»
Foto: Electro Dependiente

En su libro Dämmerung. [O cómo reinventar a los ídolos] (Ediciones Liliputienses) Juan Romero Vinueza nos presenta una reflexión en torno al canon donde la mirada está puesta en lo invisible. Ficción, juego y un trabajo de argumentación fabuloso dan pie a este poemario que nadie debería perderse. Conversamos con el autor acerca de las ideas previas y posteriores a este trabajo poético. Y nos cuenta sobre su manera de leer y de entender la literatura.


P—¿Todo lo que sabemos de la vida y de nosotros mismos se lo debemos a la literatura?

R—No. Claro que no. Aunque la literatura sí nos permite conocer ciertas cosas. Mi abuelo jamás leyó a los clásicos de la literatura nacional ni universal. Sin embargo, estoy seguro de que él sabía más de la vida que cualquier lector de Proust o Joyce. Mi abuelo fue un niño soldado, obligado a ir a la guerra contra el Perú en 1941. Luego fue agricultor. Eso de que la literatura es lo único que nos permite conocer todo sobre nosotros mismos es una mentira. Nos permite conocer algo sobre nosotros, pero no todo. También hay que vivir. Vamos, hay miles de formas de conocerse a uno mismo. La literatura sólo es una de ellas. Ahora, si queremos decir que la literatura podría contener gran parte de lo que somos, estaría muy de acuerdo. Además, muchas veces, la literatura supera a la realidad.

P—¿Es la poesía una forma de resistencia frente a las imposiciones del sistema?

R—Me gustaría pensar eso. O, al menos, la poesía que me interesa creo que lo intenta. La escritura es una forma de resistir al sistema. La literatura —dentro de ella, la poesía— tiene la posibilidad de romper una de las más grandes imposiciones del sistema: el idioma, la gramática, el lenguaje. Vos y yo estamos en esa sintonía. Hablamos en un idioma que es nuestro pero que, al mismo tiempo, es ajeno. Yo crecí en español, pero con muchas palabras en kichwa por la región en la que vivía en Ecuador: los Andes. De hecho, mi español es un español kichwizado. Eso me parece genial. Entiendo cosas de esa lengua y me siento culpable por nunca haberla aprendido bien. Un tiempo desayuné en alemán con mi madre, porque ella se veía obligada a trabajar en ese idioma. A eso, súmale que me gusta leer en inglés y francés. Somos un conjunto de palabras, letras, sonidos. En mi caso, son éstos. Pero, en varios casos no hace falta tanto alboroto. Muchos poetas proponen afrentas contra el (su) idioma o crean un idioma, es decir, una forma de escribir y entender la poesía. Al mismo tiempo, es una forma de entender el mundo. Pienso que todos los poetas intentamos esto: hablar en nuestra propia lengua. Algunos lo lograrán. Otros, sólo lo intentaremos (risas). Ahí está otra clave de la poesía en contra del sistema: el sistema quiere las cosas en cierto orden, impuestas. Quiere que hablemos en su lenguaje. Ante eso, la poesía podría decir: «no me da la gana, chulla vida».

P—¿Podríamos decir que Dämmerung es un libro contra el canon literario?

R—Este libro nació de un proceso de ejercicios de estilo para desmantelar a un grupo de autores que me interesaban y también a otros que odiaba (risas). No incluí todos los textos que trabajé. Muchos fueron borrados, otros deben estar guardados. Quizás algunos se publicaron en revistas. Lo fundamental para mí de este libro es que yo mismo cuestioné mi canon, mis lecturas, mis intereses. Los puse sobre la mesa y me burlé de ellos. Lo hice creándoles alter ego poéticos a cada uno. Inventé mis propias versiones de ellos, digamos. Podría decirse que es un acto de soberbia, pero yo creo que tiene mucho de humildad. Las parodias, de cierta forma, también son homenajes.

P—Al leerlo tuve la sensación de tener en mis manos una tesis contra la lectura ortodoxa o las imposiciones intelectuales de lectura, ¿hay una intención provocadora detrás de este libro?

R—Sí, de hecho, planteo una lectura de autores reinventados. Incluso, sus nombres no son sus nombres, sino reinvenciones de sus nombres. Ese es el eje de la «provocación»: hablar de unos autores que no existen más allá del libro, pero que podrían tener o estar cerca de un referente real. Hay mucha intertextualidad. También hay muchas trampas. Me gusta jugar así: haciendo trampa. Si alguna vez jugamos un partido de fútbol, lo verás (risas). También va contra la lectura ortodoxa porque invita a leer a otros autores, unos que han sido leídos y reinventados. Es una invitación a leer una tradición que no existe más que en el propio libro. No estoy hablando sobre Alejandro Tarrab o Herta Müller, sino sobre Corrales Tarrab y Cámara fotográfica Müller, que son y no son los autores antes mencionados. Tiene algo de la idea de la pintura de René Magritte. O, al menos, eso intenta: «Ceci n’est pas un pipe»; en mi caso, «Ceci n’est pas un auteur».


Pienso que todos los poetas intentamos esto: hablar en nuestra propia lengua.


P—Te quiero preguntar por el porqué del título.

R—Dämmerung en alemán quiere decir 'crepúsculo, ocaso'. También es una referencia al libro de Friedrich Nietzsche Götzen-Dämmerung y a la obra de Richard Wagner Götterdämmerung. En el primer caso, es el ocaso de los ídolos (Götzen)y en el segundo, el de los dioses (Götter). Al principio, yo quería ponerle Dichterdämmerung, que sería 'ocaso de los poetas'; pero opté sólo por Dämmerung, como un ocaso más genérico. Pensaba que no sólo la poesía tiene un ocaso, sino que todo tiene —o puede tener— un ocaso: la poesía, los nombres, la identidad, la noción de creatividad. Por eso preferí ponerlo de esa manera. Y, claro, el subtítulo ya es más explicativo: «[o cómo reinventar a los ídolos]».

P—¿Qué cosas ves en común entre Sartre, Houllebecq, Sexton y Ajmátova (por nombrar unos escasos ejemplos de los ídolos que se aparecen en el libro) para requerir su presencia en una misma obra?

R—Básicamente, su punto en común soy yo (risas). Quiero decir, mi interés lector por su obra. Mi fascinación por querer tomarlos y dislocarlos. Todos ellos son autores que me han llamado la atención, para bien o para mal. Por eso, decidí diseccionarlos de esa forma. Podría parecer muy extraño que estén todos ellos (más canónicos) en una misma obra con autores (no canónicos). Sin embargo, ésa justamente era la idea. Es una forma de ser más honesto conmigo mismo. Mi biblioteca real —y mental— no tiene sólo autores del canon. Es mucho más abierta, porque la literatura es —estoy seguro de que lo es— mucho más abierta que los diez nombres que te enseñan en la escuela. Cada uno sabrá que pone en su canon. O, mejor, cada uno sabrá si cree en la palabra canon. Además, no debería tener sólo poetas. Los poetas debemos leer de todo, no sólo poesía. ¡Qué aburrido leer sólo poesía!, ¿no? (risas)



P—¿En qué sentido los autores que aquí aparecen son imaginarios?

R—Ninguno existe. Niñozombie Rodinás es producto de mi imaginación, así como o Candados Levertov. Aunque quién sabe si en algún lugar del planeta hay un local que se llame de esa forma (risas). Podría ser probable. Ya buscaré en Google. Todos ellos únicamente logran su existencia en el libro, en el poema, en la lectura. Yo no estoy hablando de Juan José Rodinás o de Denise Levertov, sino de otros personajes que he creado en los poemas. Aunque, más que personajes, diría que son voces. Es un libro que intenta ser polifónico. Tiene una columna vertebral, sí, pero intenta tener muchas cuerdas vocales, muchas notas. Todas ellas irreales.

P—Algo que me ha interesado es que al hablar sobre cada ídolo utilizas elementos significativos de su obra, ¿cómo trabajaste ese aspecto de la creación?

R—Hay fracciones de su obra o de su vida, sí. Pero, como te dije más arriba, los poemas son productos de mi imaginación. No quería que fuese un libro didáctico sobre la historia de la poesía que me interesaba. Yo quería crear mi propia versión. Muchas cosas que escribí no tienen nada que ver con el «referente real». Porque son eso, invenciones de mi cabeza. Es una encrucijada de intertextualidad y trampas. Eso me interesó desde un principio. Claro que se pueden rastrear ciertas cosas que son más —o muy— evidentes. Varios elementos que están en los poemas bien pueden pertenecer a los autores en cuestión o bien pueden ser invenciones. Pero fíjate que la vida de los humanos tiene mucho de eso. Yo tengo mi versión de mi infancia y mi hermano tiene su versión de mi infancia. ¿Cuál de las dos es más verdadera? Probablemente, ninguna. Ambas tienen hechos reales y ambas tienen subjetividades. Creo que donde más aporta la literatura es en la segunda, en las subjetividades. Si quería hacer un manual de lectura del canon, histórica, mejor hubiera escrito un libro de texto para los colegios. Así hubiera hecho que más niños odiaran la literatura y estudiaran ingeniería en sistemas (risas).

P—Tomas elementos visitados por el canon para darles la vuelta. ¿El sentido de la literatura siempre es otro que el que le damos? ¿La verdad está siempre en otro lado?

R—La verdad es aquello que pasa mientras escribimos poesía (risas). Me interesa la subjetividad más que la verdad, creo que así podemos entender más «verdades». Mi idea del poemario era crear muchas subjetividades. De hecho, el interés polifónico que te mencioné parte de eso. No quería un libro que fuera Juan Romero Vinueza habla sobre tal o cual autor. No era un libro de ensayo académico. Las propias voces se muestran como son. Eso fue gran parte del ejercicio. Intentar dar vuelta a los poemas en sí mismos. Darme vuelta a mí mismo, como autor: tener o buscar un estilo, pero cambiarlo y readecuarlo para lo que el poema necesitaba. Si algo no me gusta son los libros o poemarios muy compactos, como hechos con cuadrícula (risas). Tienen un valor, claro que sí. Sin embargo, muchas veces, me aburren. Prefiero —y de largo— los que de vez en cuando se rompen y quiebran el orden propuesto. O, algunos más audaces incluso, que se contradicen a sí mismos.

P—¿Qué es primero el poema o la forma? Y en cuanto a la forma del libro, ¿cómo la fuiste pensando?

R—En el caso de este libro, fue primero el error. Los primeros intentos de ejercicios de estilo que hice (tomando como referencia a Raymond Queneau) fueron errores. Entonces, de esos errores surgió la idea central del libro. Luego pensé en la forma que buscaría darle. Ahora, en mis procesos escriturales primero es una frase, un verso o una palabra. Trabajo a partir de eso. Desde algo sencillo, para ir formando algo más complejo. Así han nacido mis tres libros de poesía. Sigue pasándome con los que estoy escribiendo. Si no es una virtud, seguramente es un defecto mío (risas). Yo quería que este libro fuera diferente a los dos anteriores. Creo que lo es. Conserva un espíritu similar, por momentos, pero logra diferenciarse en muchas cosas. La más evidente es la forma, que quizás sea más cercana a Revólver escorpión (La Caída, 2016) que a 39 poemas de mierda para mi primera esposa (Turbina, 2018; Liliputienses, 2020). Eso es porque el primero es más irregular en cuanto a forma. Es un libro misceláneo. El segundo, en cambio, mantiene una estructura mucho más consistente y repetitiva. Es muy notoria por los títulos genéricos que tiene.

P—¿Qué tipo de poesía te interesa como lector? ¿Sientes que puedes satisfacer esa exigencia propia como poeta?

R—Me interesan muchos tipos de poesía. No podría decir que sólo una. Algo que sí podría estar en relación es que me interesa la poesía que me causa extrañeza. Aquella que me hace preguntarme si eso es poesía. Ahorita he leído mucho a Gerardo Deniz, que es un poeta rarísimo. También tiene otros libros más híbridos, entre ensayo, biografía, crónica. Hay unos intersticios en su obra que me interesan mucho. La segunda pregunta es compleja y, al mismo tiempo, súper simple. Yo quiero escribir libros que me gustaría leer, que es como decir quiero escribir libros que siento que no existen. O que, al menos, no conozco. Eso, en primer lugar. Después, que pueda satisfacer mi exigencia propia como poeta es algo que espero hacerlo. Podría ser que sí. Me releo y me juzgo mucho. Me corrijo sobre lo ya publicado. Creo que los escritores podemos corregirnos. Pienso en José Emilio Pacheco y en cómo corregía sus poemas. Solo ahí, ya tienes otra faceta más. Porque ya no solo hablas de Pacheco, sino de cuál Pacheco. Ya para asuntos de posteridad de lo que escriba, yo no podría juzgarlo. El único antologador es el tiempo. Y yo sigo vivo, así que mejor esperemos (risas).


P—Defiendes la poesía como juego, «¿No sería mejor jugar con ella?», dices. ¿Qué clase de juego te propones al escribir?

R—Creo que aquí atinas a uno de los principales ejes que para mí tiene la poesía: lo lúdico. Me interesa mucho el jugar con la poesía, con el idioma. Me obsesiona la versatilidad que pueden tener las palabras y las significaciones. Decir que me interesa como «juego», no es decir que el esfuerzo tenga que ser menor a la hora de jugar. Se juega para ganar, ¿no? De ahí a que perdamos o lleguemos no más a ser simples competidores, ya es otro asunto (risas). En la misma noción de juego también entra la idea de la seriedad. Para mí, el juego en la literatura permite romper reglas, es decir, la seriedad, la imposición. Quiero crear mi propio juego, mis propias reglas. Luego, yo mismo podría romperlas. Nada es absoluto. Pero lo importante es esto: todo juego tiene reglas. Y toda regla puede ser irrespetada o, simplemente, rota. Asimismo, toda lengua puede ser irrespetada o rota (rompida, diría Montalbetti, explicando esto mejor que yo).

P—¿Tenemos que aprender a mirar y leer mejor?

R—Sí, hay que procurar siempre leer entre líneas. Y con esto no me refiero solo a la literatura, sino a leer lo que sucede. Eso aprendí de mi abuelo cuando nos enseñaba a mirar el estado de las plantas. Cuáles crecían, cuáles no. Cuáles se iban a morir, cuáles podían salvarse. La lectura de sus estados era importante. Del mismo modo, ahora, para mí es importante también la lectura de textos. En ambas situaciones, estoy aprendiendo y leyendo unas señales, símbolos, significaciones. Todo tiene múltiples «lecturas». No hay que quedarnos solo con una de ellas. Todos somos lectores de algo. Hay que agudizar el ojo con eso. Mirar es una forma de leer. Leer es una forma de mirar.

P—Una vez desmanteladas todas las poéticas de estos ídolos, ¿ha cambiado tu forma de leerlos?

R—Gran parte de este ejercicio fue aprender a leer y a leerme de formas diferentes. Varias veces pensé en hacer un poema sobre mí mismo, desmantelar a Juan Romero Vinueza. Aunque no soy mi ídolo, ni de lejos, podría también ser desmantelado. Así busco leerme desde una mayor lejanía, pensándome como otro. En la Universidad, en Ecuador, tuve un profesor que también escribía. Era más filósofo y ensayista que poeta. Recuerdo que en una conversación me dijo que él busca borrarse en sus textos. Ser otro. No reconocerse en ellos. Tomar la mayor distancia posible. Por eso, sus textos pasaban por varios editores, hasta que él se sentía borrado, lejano de sí mismo. No creo que yo busque eso. Sin embargo, sucede. Me siento mucho más lejano de mi segundo libro (39 poemas de mierda para mi primera esposa) que de mi primer libro (Revólver Escorpión). Lo digo en cuanto a intereses, búsquedas, y en la ironía que intento plasmar en los textos. De igual manera, lo que busco ahora como lector es diferente a lo que buscaba hace tres o cuatro o diez años. Los intereses cambian, así como nosotros cambiamos. Las formas de leer y escribir también pueden cambiar. Esa es otra cosa que me interesa mucho como lector: ver diferentes autores dentro de uno mismo. Pienso en Ricardo Castillo, que es un poeta muy diferente en las distintas etapas de su obra. Otra podría ser Mercedes Roffé que, aunque tiene ciertos temas que repite, la forma en cómo lo hace es muy amplia. Obviamente, también me interesan poetas más repetitivos, pero quizás de menor manera. Hay un gran mérito en hacer que algo se convierta en tu estilo. Eso es dificilísimo. Un proceso de perfeccionamiento brutal. Pero también hay casos que les fue bien con un tipo de poesía, y la repiten, como si fueran refritos.



Me interesa mucho el jugar con la poesía, con el idioma. Me obsesiona la versatilidad que pueden tener las palabras y las significaciones.


P—¿En qué punto la poesía intelectual y la de los sentidos se cruzan? ¿te interesan las dos de igual manera?

R—Siempre, incluso, involuntariamente. Pensar y sentir van de la mano, aunque a veces no lo parezca. Alguna vez, Yuliana Ortiz Ruano me dijo que estos poemas del Dämmerung parecían ensayos en formato poesía. Sinceramente, muchas veces pienso mis poemas como híbridos que buscan algo del ensayo, algo de la poesía. No sé si lo logre siempre. Pero, esa podría ser una intención también. Tal vez, lo que he publicado en poesía, hasta ahora, está más cerca esa corriente «intelectual» que a la vinculada con los «sentidos», que propones. Quizás, sí esté más próxima a la de los «sinsentidos» (risas). No, en serio. Me interesa muchísimo lo irracional. De hecho, creo que esas fueron las primeras imágenes que me sentí orgulloso de haber creado en el Revólver Escorpión. Ese mundo que no existe –que no es «real»– es un mundo que quiero seguir explorando. Asimismo, en lo referente a lo sensorial, creo que la memoria juega un papel importante. Al menos, en cómo yo concibo lo sensorial. Para mí, la memoria me ayuda a entender los sentidos. Puedo comprender mejor lo que siento (en la amplitud que esto abarca, ja) mediante la memoria. Tengo buena memoria. Eso me ha influido mucho cuando escribo. Ya sea para bien o para mal. Muchas veces, me acuerdo de cosas que no quiero, y también me dan material para escribir. El mundo es bello, pero también horrible.

P—¿Qué estás escribiendo ahora?

R—Escribo varios libros al mismo tiempo. Siempre estoy escribiendo algo. No lo considero una necesidad, aunque quizás sí una necedad (risas). Siempre que se me ocurre algo que me gusta, lo escribo. Ya sea en el celular o en un cuaderno o en la compu. Al menos, dejo haciendo un borrador. Creo que todo se va armando por borradores. Nosotros mismos somo un borrador de lo que somos. Nos vamos haciendo sobre la marcha. Me encuentro escribiendo cuatro libros de poesía (dos ya los terminé, pero los dejaré reposar un tiempo), los otros dos están a medio hacer. Escribo otro de poesía infantil, que va progresando. Esto es algo muy significativo para mí. Yo odiaba la literatura infantil porque solo había leído la basura que nos obligaban a leer en la escuela. Cuando leía eso, yo pensaba que los escritores creían que los niños éramos tontos. Me aburría mucho. Ahora que he leído mejores cosas, me he entusiasmado. También estoy escribiendo un libro de ensayos, que está muy en ciernes. Son bocetos de borradores de textos. Así vamos recién. Ambos proyectos son un aventura para mí, porque no es mi lenguaje habitual. Sin embargo, con lo del ensayo espero no haberme contagiado demasiado de la academia (risas).


Entrevista a Juan Romero Vinueza en Bestia Lectora

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