Juan Manuel Gil: «La memoria no se puede entender sin la ficción»

Entrevistamos a Juan Manuel Gil, autor de «Trigo limpio» (Seix Barral).

Foto: Tamy Chaud

Un escritor decide revisar acontecimientos de su pasado a partir del reencuentro con un personaje con quien compartió la infancia. En este proceso de exploración histórica descubrirá que su versión de los hechos difiere notablemente de la que tienen los demás protagonistas de ese tiempo lejano. Pero el punto de partida de Trigo limpio, de Juan Manuel Gil (Seix Barral) parece tan sólo una excusa para trabajar con preguntas sobre la memoria, los afectos y la relación con la escritura. Sin embargo, al terminar de leer esta novela descubrimos que es, por sobre todas las cosas, un homenaje a la literatura, a todos esos libros que nos han salvado del desastre. Conversamos con Juan Manuel sobre esta cualidad híbrida del libro, sus hábitos de escritura y su pasión lectora.

P—¿No es lo mismo la vida que la literatura?

R—No lo es. Pero diferenciar una cosa de otra resulta, en ocasiones, una tarea muy complicada. Especialmente para quienes invertimos buena parte de la vida en la literatura. Es habitual que acabemos intentando explicar la vida con las reglas que rigen la literatura, y eso puede ser tan hermoso como desastroso.

P—¿Por qué Trigo limpio?

R—El lector lee trigo limpio, pero es probable que lo que construya en su cabeza sea la expresión que habitualmente se utiliza: No es trigo limpio. Y esa es la literatura que más me emociona, que más me incomoda y me hace reflexionar. La que juega con las apariencias, la que es híbrida, la que convive con la suciedad, la que es honda y lúdica a la vez, la que trenza un canasto de buenas preguntas, con sus raíces, sus piedras y demás semillas. Ahí es donde meto mis manos.

P—Al comienzo, el narrador parece concebir el pasado únicamente desde su perspectiva pero, a medida que avanza en su buceo, se interesa por la memoria de los otros sobre los mismos hechos. ¿Qué es lo que lo hace cambiar de opinión?

R—La idea de que la aproximación más fértil al pasado tiene que ver con la complementación de distintos relatos, con la confluencia de miradas que a veces se repelen, con la coexistencia natural de recuerdo e imaginación.

P—Me gustaría preguntarte por tu insistencia en una primera persona que está muy cerca de lo autobiográfico acompañada de tu desesperado intento de reivindicar en esa escritura la ficción y la fábula. ¿Por qué plantearte un tono y una voz tan difusa si no quieres caer en la etiqueta de literatura de autoficción?

R—No temo caer en las etiquetas, porque eso, en realidad, no depende de mí. Creo en el poder de la primera persona, en esa herida que abre y sutura entre la realidad y la ficción, en su vinculo directo con la oralidad, en la prometedora convivencia que propicia entre el humor, el encantamiento, la fabulación y la crónica, en su manera de hacer añicos el binomio verdad-mentira. Todo eso me lo ofrece la primera persona. Pero no tengo nada en contra de cualquier otra persona gramatical.


El lector lee trigo limpio, pero es probable que lo que construya en su cabeza sea la expresión que habitualmente se utiliza: No es trigo limpio.


P—¿Estás de acuerdo con lo que dice el narrador, respecto a que esa primera persona tiene más posibilidades en la literatura contemporánea? ¿A qué crees que se debe?

R—Estoy de acuerdo en que en los últimos años se ha apostado de una manera deliberada por el uso de la primera persona, dando lugar a obras de incuestionable calidad y reforzando subgéneros de gran interés para los lectores. Creo que la singularidad de la primera persona, su mirada limitada, fragmentaria, cercana y poética construyen un espacio ciertamente evocador para el lector. Pero quiero dejar algo claro: para mí el uso de la primera persona no es una huida de la ficción o imaginación. Todo lo contrario. Mi primera persona es una canción de amor a la ficción/imaginación.

P—El narrador escribe pero el relato de Simón intercepta su propio discurso y socava su verosimilitud. ¿Te ha pasado alguna vez que la idea que tenías de una historia fuera masacrada por una perspectiva exterior, un ojo extraño sobre el texto?

R— No diría masacrada, pero quizá sí zarandeada. Entonces, las brasas acuden al estómago. Todo parece arder. Hay que esperar a que el humo se disipe. En ese estado, la renuncia precipitada es un error. El empecinamiento, un desastre.

P—¿Hasta dónde la historia individual puede contorsionar la historia de todos? ¿Cuál es el límite del relato individual a la hora de construir una memoria colectiva?

R—En literatura la historia individual no vale de nada si no rompe en algún momento la membrana de la memoria colectiva. Y, a la vez, la memoria colectiva no se explica sin el relato individual de alguien. Se necesitan y se atraen con más energía de lo que se pueda pensar. Y el escritor tiene la obligación de no entorpecer la fuerza con la que se atraen una cosa y otra.

P—¿Qué no puede faltar en el tejido de una novela?

R—Emoción.

P—¿Se puede aprender a escribir con un manual de escritura?

R—Puedes mejorar tu destreza, resolver problemas, enfrentarte a tus propias debilidades, llevar con más entereza la sensación de extravío. Pero nada te garantiza que vaya a salir bien. Eso es lo hermoso.

P«Puede que mi método tenga más que ver con la intuición, la exploración y un extravío fértil», dice el narrador. ¿Cuánto hay de asombro y curiosidad y cuánto de cálculo en tu propia escritura?

R—Hay muchísimo más de asombro y curiosidad que de cálculo. Escribo porque quiero saber. Y quiero saber porque busco sentir. Si el cálculo previo diluyera el asombro, no escribiría, no estaría dispuesto a invertir el tiempo, el esfuerzo y tantas renuncias personales en la escritura de una novela.

P—¿Escribir es no tener las cosas claras, como dice tu narrador?

R—Sí. Así lo creo. Unas cuantas preguntas para las que no tenemos respuestas, ni siquiera una vez que hemos alcanzado la última página de nuestro manuscrito. Con suerte, el lector encontrará sus propias preguntas. Todo esfuerzo, entonces, habrá merecido la pena.

P—¿Qué implica el riesgo de la escritura para ti?

R—Vivir una parte de tus días en estado de extravío y desazón, y la otra, en una atención extenuante hacia todo lo que te rodea. Creo que en la cicatriz que cose un lado y otro reside mi escritura.

P—Los libros como pasadizos que conectan vida y lectura: ¿es ése el gran tema de la novela?

R—Es uno de los grandes temas. A estas alturas de mi vida, no concibo mis días sin la lectura, sin la imaginación, sin la constante construcción de relatos que explican lo que fue y lo que será. Por eso, con la escritura de esta novela quería rendir un personal homenaje a esa fascinación que los libros siempre han despertado en mí. Les debo demasiado. Aunque a ellos eso no les importe.


Quería rendir un personal homenaje a esa fascinación que los libros siempre han despertado en mí.


P—¡Y qué ilusión encontrarme con esa novela de Pardo Bazán que es una de las grandes joyas del SXIX! Te quería preguntar por el criterio que has usado en la selección de esas ocho obras-pasadizo.

R—Todos son libros que estuvieron presentes en esa fase de descubrimiento lector, cuando apenas era un adolescente. Todos ellos, por razones distintas, me han acompañado a lo largo de mi experiencia literaria. Los disfruté y, además, aprendí de ellos. A ellos vuelvo. Si es que alguna vez los abandoné, claro.

P—En un tiempo de pura imagen (y postureo) reivindicas uno de los actos más silenciosos e íntimos que existe. Háblame de tu pasión por la lectura. ¿Hubo culpables que te trajeran a este mundo de palabras?

R—Dos profesores tuvieron la culpa de que la lectura entrara a formar parte de mi vida. Me di cuenta de que ellos no leían como los demás, que veían donde otros no lo hacían, que, más que comprender qué ocurría en tal o cual página, ellos querían sentir, vivir y compartirlo con los demás, en un acto de generosidad desconcertante.

P—También me ha encantado esa reivindicación de los Grandes éxitos de Antonio Orejudo, que es un libro que no ha tenido la repercusión que se merece. ¿Qué te entusiasma de este libro; por qué crees que deberíamos leerlo?

R—Es un libro maravilloso, deslumbrante. Es el cuarto de máquinas de la literatura de uno de los escritores más importantes de las últimas décadas. No sé cuántas veces lo habré leído. Me fascina su mirada, su tono, su sentido del humor, su hondura, su concepción literaria. Qué suerte tienen quienes aún no hayan leído la obra de Antonio Orejudo. Lo que van a disfrutar…

P—Las historias no pertenecen a nadie, hay que ganárselas. ¿De qué forma te ganas las historias que escribes?

R—Madrugando, leyendo, escribiendo, borrando, imaginando, curioseando, bebiendo y sacando a pasear a Travis, mi perro. En su compañía he tenido —o he robado— dos o tres buenas ideas. Le estaré agradecido siempre.

P—¿Se puede hacer ficción sin que pese la memoria de lo vivido?

R—La memoria no se puede entender sin la ficción. Se necesitan. Asumámoslo. Y es hermoso que ficción y memoria sean el hueso y el músculo de un mismo cuerpo que se yergue ante nosotros.


En literatura la historia individual no vale de nada si no rompe en algún momento la membrana de la memoria colectiva.

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