Ensayo sobre la soledad

«Los llanos», de Federico Falco (Anagrama), es una novela con una prosa extraordinaria que destruye la visión romántica de la vida rural.

«Los llanos», de Federico Falco (Anagrama)

Mi crianza rural me obligó a dudar de cierta literatura. Desde el principio me ha costado asimilar esa visión del campo representada por las voces porteñas, que narraban el mundo rural desde la posición aristocrática que dan apellidos y grandes estancias. No hallaba verdad —la verdad conocida— en esas historias que romantizaban la vida en el campo. Por eso, descubrir la obra de ciertos escritores, me sirvió para entender que había una literatura argentina distinta. Una mirada al centro de la tierra. La literatura desde la mismísima experiencia de surco y semilla viva. Esa literatura es siempre la que más me ha interesado. Por eso cuando leo a Federico Falco me siento en casa. Las descripciones de los paisajes, la dureza de la vida rural, el silencio como una herida: todo eso, tan característico de su obra, volvemos a encontrarlo —a sentirlo— en Los llanos (Anagrama). Una novela extraordinaria que trabaja con un lenguaje telúrico y nos invita a pensar en nuestra relación con la naturaleza y la herencia. Que nadie deje de leerla.


La vida rota


«Algunos, cuando la vida se les desarma, vuelven a la casa de sus padres. Otros, no tienen adónde volver. Yo volví al campo». Fede, el narrador de Los llanos se refugia en una pequeña chacra de Zapiola para reconstruirse. Su novio Ciro acaba de dejarlo después de siete años de relación, y el desconcierto en el que se encuentra le hace dudar de todo. El derrumbe lo llevará a una introspección brutal cuyo fin es comprender. En este viaje interior se mezclarán escenas de su infancia y su pasado más reciente tamizadas a la luz de las nuevas inquietudes que impone la pena. Lo único que desea es entender y cree que el campo puede ayudarlo. Pero las cosas no serán tan fáciles. La tierra árida, su corazón difícil de conquistar y un verano sin lluvias resultan un cóctel perfecto para el hundimiento. No obstante, Fede trabaja hasta lastimarse las manos, aunque las plantas se sequen y la tierra le de la espalda. Persiste. Vuelve a intentarlo. «¿Por qué creía yo yéndome la luz no iba a herir mis pupilas?».

Los llanos es una novela con un ritmo propio inaudito. Combina elementos de la narrativa, el diario y la crónica de forma luminosa, y nos ofrece un discurso que funciona como un relato oral o una confirmación del movimiento de la vida cuando no hay relojes que determinen su ritmo. El tema central es la relación de un hombre con la naturaleza pero, a la larga, también propone una pregunta en torno a nuestra relación con la escritura. Una novela imposible. Después de releerla varias veces sigo preguntándome cómo se escribe algo así: tan hondo y tan salvaje.

Desde la literatura siempre se ha tenido una idea romántica de la vida en el campo; una visión alimentada por el hecho de que el acceso a las oportunidades intelectuales durante mucho tiempo haya estado ligado a un estatus social. El patrón describía la vida mientras el campesino trabajaba la tierra. En primer lugar podemos pensar que, movido por la ingenuidad del que ha vivido más a través de la literatura que de la experiencia, Fede decide mudarse al campo con el deseo de encontrar un refugio —el que nos promete, precisamente, esa mirada idealizada—. No obstante, esta idea la descartamos a poco de avanzar en la lectura, al comprender que este viaje es un regreso. Surge de la necesidad de reescribir su propia identidad desde la reflexión de la herencia familiar. Aunque el campo sea distinto, Fede emprende esta nueva vida para reencontrarse con sus abuelos y a través de ellos con sus antepasados, esas vidas casi imaginarias que alumbraron su infancia. Fede sabe perfectamente que «El llano es duro, el campo es cruel, no necesariamente consuela». En esta certeza y en esta búsqueda he descubierto lo más potente de la novela: este viaje al pasado desde otra perspectiva. Así como hay gente que en medio de crisis regresa con sus padres, otros necesitamos redescubrir nuestra identidad desde un lugar distinto, que tenga mucho de infancia pero sin herida. Podríamos decir que nos presenta un regresar a casa pero dando un rodeo.

La gran desazón que vive tiene mucho de hito: con todo lo que integra toda situación escabrosa de oscuridad y de posibilidades. —La separación con su novio fue algo que no vio venir. Se sentía feliz. Creía que la felicidad era eso: volver con una barra de pan y el plan de la cena; tener una casa a la que volver—. La vida ¡blum! patas arriba por la insospechada llegada del deseo ajeno. ¿Cómo volver a creer en algo? Y entonces, la tierra surge como una respuesta. Pero hay campos y campos. Y también hay estaciones en las que no conviene proponerse la creación de un huerto. ¿Se puede creer en un suelo que no ofrece lo que promete? Estas inquietudes que van atravesando el día a día del personaje —y dije que tiene mucho de diario porque, precisamente, hay listas de días, listas de cosas para hacer y de cosas ya hechas, descripciones de la evolución del cultivo, etc, que dotan a la novela de un ritmo impresionante— tienen mucho que ver también con la escritura. La debilidad de pensar que haces lo que puedes-sabes pero que tal vez no lo haces del todo bien. Esto que tanto vuelve a la rumia del personaje y que lo invita a pensarse en la escritura como un aprendiz, para evitar nombrarse desde el oficio. «Aprender un montón de cosas antes de intentarlo, antes de decir yo escribo».




El llano incendiado


Zapiola lo recibe con sequía. A medida que avanzamos en la lectura la situación del clima y las características del suelo se confunden con las emociones del personaje. Fede seco, tristón; la tierra ajada, estéril. Todo parece haberse puesto de acuerdo para desarmarlo. Federico Falco hace en esta novela algo maravilloso: pone en consonancia el espíritu de la tierra con el espíritu del personaje. Hasta que la luz no asome por los poros del suelo y por la piel del protagonista, la novela será un territorio doloroso y seco. Es alucinante el trabajo estético en este aspecto. Sobre todo porque nos invita a preguntarnos si es el paisaje el que condiciona la evolución anímica del personaje o si, por el contrario, es la fuerza de la tristeza de Fede lo que rompe la armonía de la tierra. Algo que también nos llevará a hacernos preguntas en torno a nuestra relación con la naturaleza, nuestra capacidad para entender sus señales y nuestra paciencia para cuidarla y respetar sus tiempos.

El lenguaje construye castillos en nuestra rutina y permite la adquisición de hábitos que podemos explicar. O quizá sea al revés. La distancia entre la experiencia y el lenguaje que la cuenta es tan sutil. ¿Podríamos hablar de experiencia sin la capacidad de entender un lenguaje (articulado o no)? Fede plantea en un momento la idea de que el lenguaje no lo abarca todo. No puedo transmitirte esta emoción del paisaje. Y dice que desearía contarle a alguien cómo es Zapiola: «Un mail bien largo y que quien fuera que lo reciba, leyéndolo, pudiera ver Zapiola de verdad, como si estuviera acá, como si las palabras fueran Zapiola, como si las palabras fueran esto». Su viaje tiene mucho que ver con eso: indagar en las posibilidades del lenguaje, ir al origen para encontrar las palabras primitivas que edifiquen (o reconstruyan) el mundo.

Internarse en el campo a revivir el pasado —con lo que tiene de dolor y lo que carga de orfandad— le va ayudando a contarse mejor y a armar con palabras un nuevo paisaje, una mirada distinta sobre el campo. Aunque está seguro de que «vivir el paisaje» es una experiencia que «no tiene nada que ver con el lenguaje», busca la forma de nombrarlo, de pensarlo con palabras nuevas. Francisco Umbral nos enseñó que todo debería poder decirse; que nuestra responsabilidad como escritores es encontrar las palabras y, de no hallarlas, asumirlo como un defecto o una debilidad nuestra no como una frontera del lenguaje. Sobre esta idea también se construye Los llanos, rozando ese límite de incapacidad verbal y articulando el paisaje de una forma asombrosa.

Fascinante la escritura de Falco. Su forma de confundirnos en el hilo de lo narrado en lo que respecta al ánimo del personaje y lo que tiene que ver con lo de afuera. Confundir el contexto con el texto para crear una nueva categoría que tiene que ver con la pulsión de la historia. Conseguir que el lenguaje cambie, avance y retroceda, exprimiendo al máximo sus posibilidades. Ser capaz de que las palabras toquen lo invisible, de nombrar incluso lo que no tiene nombre. «¿Cómo se llaman esas ondas de tierra? Duran apenas un rato y no son nada que nombre alguna palabra que exista».


Reseña de «Los llanos», de Federico Falco (Anagrama)

Sembrar una novela


Falco aprovecha para establecer interesantísimos puntos de amarre entre el trabajo del horticultor y la escritura. «No se puede controlar una huerta y eso a veces me exaspera». La necesidad de ver resultados, la ansiedad de saber si lo hemos hecho bien: esas ideas que florecen cuando nos relacionamos con el campo. «La huerta no crece de mi deseo, sino de su propia potencia, la potencia de la semilla, y se da en medio de accidentes. Con la escritura pasa más o menos lo mismo».

Como si fuese una bitácora de agricultura, el narrador nos va transmitiendo el día a día de la tierra, la evolución del cultivo, las consecuencias del tiempo. «Novedad de hoy: afuera, en el camino, florecieron las cortaderas. Sus penachos blancos al viento, moviéndose apenas». Lo fascinante es que, a medida que avanzamos en la lectura, tierra y escritura se confunden. Y es un paralelismo que a veces pasa desapercibido; aunque sabes que en todo momento está hablando de la escritura, de la siembra, del lenguaje, de la tierra. Como si no existiera algo que separara estos dos mundos.

Los llanos nos habla de la inmensa llanura que puede ofrecerse como un paraíso y que luego te puede comer vivo. Y en esa contradicción, que es un pintura perfecta de la vida, encontramos la identidad de la obra. El llano como una promesa que nunca se cumple. Como le ocurrió a su bisabuelo: «el paraíso prometido había resultado ser un vacío áspero y demasiado difícil de llenar». Una llanura inmensa que no ofrece el consuelo prometido y nos deja parados en una frontera de dolorosa estampa. «Sin tener sitio al que volver (...) Ninguna Ítaca, ni atrás, ni adelante. Atrapado en el gran vacío».

Fede busca escribirse desde ese lugar nuevo. Se mira en los ojos de su abuelo y busca la posibilidad de contarse sin origen, sin pasado. «¿Cómo escribir desde un paisaje sin pasado, sin historia? Un paisaje pensado como vacío requiere historias que lo llenen». En esta idea reside otro de los grandes aciertos de la novela; que no solo trabaja en torno a una resignificación de la relación con el campo sino también de nuestra percepción de la herencia.


Una novela que desmitifica el romanticismo de la vida rural

La tierra nos habla


Aprender a leer a los pájaros, a las lagartijas; entender qué expresan los pastos, las lluvias. Silenciarse. Aterrizar en el corazón del llano y descubrir que lo verdaderamente revolucionario —en un mundo de traición y ruido— es el lenguaje que está por debajo del lenguaje. «La naturaleza tiene un lenguaje hecho de recurrencias. Aprender a leerlo implica detenerse, tomar nota, reconocer, mirar de cerca». El gran desafío del personaje es callar y prestar atención al verdadero ritmo de la vida. Y me parece que hay aquí una invitación hermosísima: prestar atención a esa música olvidada que transmite el viento, que nos habla al fondo de nosotros mismos y que llevamos mucho tiempo sin escuchar. Hay mucho que aprender ahí; también en la escritura.

Federico Falco vuelve a sorprendernos con su increíble capacidad para narrar lo que existe —y lo que no—. Elabora un lenguaje que está en absoluta consonancia con la naturaleza —con su tranquilidad, sus picos tormentosos y sus reveses— y que se revela a través de una prosa exquisita. Una novela que nos sacude y nos mantiene hipnotizados de principio a fin.

El manejo del tono y del ritmo, con esa magistralidad que es tan rara de encontrar en nuestros días, nos lleva a creer que quien escribe piensa el lenguaje como un gran campo vacío que debemos habitar. Y no se me ocurre mejor devoción al oficio que ésta. Los llanos es una novela extraordinaria que nos recuerda que «Por momentos la ficción es la única manera de pensar lo verdadero». ¡Nadie se pierda esta obra maestra; nadie deje de leer a este escritor insólito que es Federico Falco!


Reseña en Bestia Lectora de «Los llanos» de Federico Falco (Anagrama)

LOS LLANOS.
FEDERICO FALCO.
ANAGRAMA.
2021

2 Comentarios

  1. ¡Hola!
    Mucha gracias por la reseña, ya había visto el libro pero por alguna razón no me llamaba. Tu reseña es preciosa y me gustó como hablas sobre las descripciones que hace autor de los escenarios. Creo que lo que más me gusta de los libros es cuando los autores son capaces de introducite en la historia con las descripciones. Gracias por la reseña.
    Soy nueva seguidora, me gustó mucho tu blog, yo igual tengo uno por si gustas pasarte.
    Nos leemos

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    1. Querida Karla: ¡Muchas gracias por tu comentario! Sí, coincido contigo, la capacidad de un autor para engancharnos a través de la ambientación es algo que valoro mucho. ¡Tu blog es precioso! Ya me tienes por allí, leyéndote y aprendiendo contigo. Abrazo grande.

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