Los huéspedes de la periferia

La novela que estábamos esperando y no lo sabíamos. Magistral «Buena mar» de Antonio Lucas (Alfaguara).

Reseña de «Buena mar» de Antonio Lucas (Alfaguara)

«Cuando un hombre observa el mar amplía la nostalgia de sí mismo». Estos versos adquieren un sentido nuevo tras la lectura de Buena mar, de Antonio Lucas (Alfaguara). De alguna manera el poeta se ha adelantado al narrador para enseñarle el camino. Lucas se inicia ahora magistralmente en la narrativa y confirma la hondura de su canto, que es una innegociable búsqueda de la verdad, asumiendo de entrada que no hay una sola pero que siempre viene acompañada del sentir de los otros. Una novela lírica y de un realismo estremecedor que te voy a recomendar con todo mi entusiasmo.


La verdad de los otros


Kafka veía la literatura como una expedición a la verdad. Siempre me ha gustado la elección del sustantivo. Expedición. Es probable que en su lengua de origen no tenga los mismos matices. Incluso que sea una traducción torcida. Sin embargo, me gusta creer que lo dijo así. Expedición. Una acción que tiene el impulso de expandir algo, como nos cuenta el diccionario, es decir, de conquistar territorios inciertos. Se vuelve apropiada esta idea al leer Buena mar (Alfaguara), novela con la que Antonio Lucas expande las fronteras de la experiencia en Gran Sol abrazándose a la imaginación —a la chispa hermosa de la ficción— y construye una historia atrapante y emotiva. La expansión también vale para ahondar en algunos de los temas que se aparecen de forma reincidente en su obra.

En el 2018 el periodista Antonio Lucas se embarcó en «El nuevo Confurco», un arrastrero gallego que faena en el caladero más peligroso, el de Gran Sol. El resultado fue un completísimo reportaje que nos invita a conocer una realidad silenciada por el ruido del mundo. «A bordo del Nuevo Confurco» (El Mundo) se ha convertido en uno de los ciclos periodísticos que más he releído. Lucas es un periodista al que admiro y del que siempre estoy aprendiendo. Ahora, después de leer Buena mar, entiendo que estaba esperando esta novela y no lo sabía. Necesitaba llegar al corazón de Mauro, el protagonista, para ampliar mi mirada sobre las rutinas y los miedos de esos hombres que lo dejan todo mar adentro. Ahora los entiendo un poco más. La ficción tiene la capacidad de dislocarnos impulsándonos a ver mejor lo que teníamos frente a nosotros y no éramos capaces de percibir.

Ya casi nadie se anima a hacer el Gran Sol, contaba Lucas. Una vida desgarradora la de los marineros, desprendida de todo lo que conocemos como cierto. Un grupo de hombres con la capacidad de entender la existencia desde otro lugar, con la paciencia que a nosotros no nos queda. Más evolucionados que nosotros en su manera de entender el tiempo y de establecer prioridades. Y sin embargo, condenados en vida al sufrimiento y la soledad. «La entereza de estos tipos no está en la fuerza sino en la resistencia», leemos. Por esa magia de la ficción, leer Buena mar no es informarse sino sumergirse en esa vida; tener la oportunidad de ser parte de esa tripulación y de vivir en carne propia —aunque sin el riesgo— este extraordinario viaje. Poco a poco, como Mauro, iremos comprendiendo a aquellos hombres, cuando el barco abandone la costa y el día y la noche sean una cinta larga de espera y paciencia.

«Llegué hasta aquí impulsado, en parte, por la memoria de un amigo con un hermano muerto en este mar». Mauro se sube al «Carrumeiro» decidido a escribir el gran reportaje de su vida. Quiere contarle al mundo cómo viven esos pescadores. No se siente valiente pero una pulsión desconocida lo empuja mar adentro. «Hay tres tipos de hombres: los muertos, los vivos y los que hacen la mar. Aún no tengo claro el que vine a ser». Las grandes experiencias de la vida no podemos predecirlas, no podemos prepararnos para ellas. Aquello de que si permitimos que la vida se rija por la razón destruimos la posibilidad de la vida, que nos enseñó Tolstói. En ese insospechado potencial de la experiencia vital está la semilla de esta novela; en lo insólito radica el valor de este viaje de Mauro. «Cualquier itinerario de náufrago conviene aceptarlo a solas, casi furtivo, sin calcular demasiado, sin una justificación», leemos. Mauro solo en medio de la mar. Un joven periodista lanzándose sin flotador a un mar que puede ser monstruo o punto de referencia, que puede salvarlo o arrebatarle toda certeza. Una novela que es una invitación para reordenar nuestras prioridades.


La obra verdadera de Antonio Lucas

Los desnudos del «Carrumeiro»

La extrañeza es la gran sensación que acompaña a Mauro a lo largo de este viaje. Es el raro del grupo. El único que no ha navegado y que desconoce las artes de la pesca. El único que no ha subido al «Carrumeiro» por una cuestión de vida o muerte. Y también, el único que sabe que puede dejarlo cuando quiera. ¿O no? Aquí la capacidad de Lucas para ahondar en los huéspedes de la periferia: los raros, los distintos, los desnudos. Esos que vayan adonde vayan siempre estarán fuera. La extrañeza como una forma de estar sobre la tierra y que se extiende también al mar. Mauro siente que hay algo que lo acerca endemoniadamente a esos hombres, navegantes de lo imposibles: la atracción por «ese silencio sumergido de no tener ya nada alrededor, ese silencio admirable, puro, de la memoria misma de lo hundido». Al observarlos, habitando en su dicotomía dolorosa —fuertes y frágiles, valientes y cobardes, alegres y tristísimos— pero siempre vivos, descubre el verdadero objetivo de ese viaje. Y también para entender eso es que viajamos nosotros en el «Carrumeiro». Y qué importante es que no se nos olvide.

«El ser humano transporta su pasado con él. Y esa mercancía vale por igual para el placer y el daño», escribe Lucas. Intuyo que una de las cualidades más importantes de este libro es la sensación de que el viaje importante no ocurre en el mar, y quiero decir, no es la aventura anecdótica que ata los cabos de la historia. El verdadero viaje ocurre por otros senderos, y tiene que ver con el trasiego interior de verdades y miedos. El pánico, la idea de la muerte, la sensación de haber perdido el norte junto a la intuición de que las costuras de su mundo son artificiales bombean desolación y a ratos luz en el corazón de Mauro. Al leerlo, mucho de lo escrito por Lucas adquiere una nueva dimensión. Porque «el mar y el amor no son palabras»; tampoco la lectura ni este libro, aunque estén hechos de ellas.


La novela del Nuevo Confurco

La razón es enemiga del futuro

La obra de Lucas es un territorio hondo de verdades. Leemos su poesía, sus crónicas periodísticas y esta primera novela y encontramos al mismo escritor, sus certezas y sus miedos, pero en una impactante versatilidad de registros. No podrás confundir a los tres escritores pero encontrarás al mismo hombre. Quizá en esa entereza resida la búsqueda de toda escritura: mismo origen que persigue verdades por todos los caminos y las posibilidades que ofrezca la palabra. «Andar como escapando de tu idioma / y regresar ya muy cansado». Retumba en este libro mucho de lo escrito por Lucas y nos recuerda que en el fondo de toda obra navegan las mismas obsesiones que van arrastrando voces y posibilidades. Y me parece que descubrir este desplazamiento de ideas de género a género y ampliar el sentido de lo leído con anterioridad es uno de los grandes regalos de ciertas literaturas. Reencontrar al poeta y al periodista en este libro que fondea en el misterio del lenguaje y en los miedos animales que nos forman es uno de los grandes hallazgos de esta novela. «Igual es siempre / el miedo de un hombre / si se asoma hacia otros hombres. / Y su muerte también / parece suya». Ya ahí, en ese poema, podemos encontrarnos con Mauro.

La fragilidad del protagonista de Buena mar está en sus dos bañadores —símbolo de inocencia conmovedora—, en el alijo de biodramina —con el que espera aguantar las turbulencias marítimas— y en la lectura de Jack London —que también resulta insuficiente para expresar la fuerza de la experiencia que lo atraviesa—. La fragilidad se revela también en su constante empeño en sacar voces de un grupo de marineros acostumbrados a la soledad y a una rudeza de la vida que él no intuía, y que le resultará conmovedora y, a ratos, insoportable. ¿De cuántas formas sería posible sostener una vida como arrieros de olas altísimas?

«El miedo es más listo que los valientes. El mar de cada héroe saca un muerto». Esto que le dice a Mauro el patrón del «Carrumeiro», le resultará brutal. Tardará un poco en entenderlo, pero cuando lo haga habrá navegado un poco más hacia esa verdad de la que hablaba Kafka. La verdad como algo que está por encima de la literatura, más cerca del silencio, de la soledad y el abandono. Como una certeza que es luz de supervivencia, aunque a veces pueda resultar una condena. Acompañar a Mauro en este viaje será también atreverse a hurgar en esa verdad y comprender que «Vivir Gran Sol es una manera de ir perdiendo teorías y aprender a faenar de otro modo en la memoria». Comprender que todo lo aprendido sobre el mar dista mucho de lo que realmente contiene la experiencia de estos hombres rudos, distantes, con una fuerza que tiene un poco de locura y otro tanto de brutal supervivencia. La vida en la periferia, tan lejos de lo aprendido en tierra porque «el océano está sobrado de historias así, de tremendos naufragios íntimos».

Qué difícil no querer quedarse cerca de Mauro, este hombre que pierde el control sobre su vida y sus pensamientos y, a partir de este hecho sorpresivo, tiene la oportunidad de recalcular su ruta vital. La posibilidad de la vida no está en la razón —y volvemos a Tolstói— sino en la palabra hundiendo su grito en nuestro miedo a lo desconocido. Quizá haya algo que aprender de esto.



Apuntes para un futuro distinto


Algunas lecturas tienen la fuerza de los terremotos. Y eso me ha ocurrido con Buena mar. Un grupo de hombres arriesgando su vida para darle de comer a una sociedad que los ignora. ¿No existirán otros caminos para conseguir algo tan sencillo como la comida, un método que no conlleve tanta herida y tanta muerte? Me resulta difícil no aterrizar en esta duda. Y estoy pensando en cierta épica retorcida de la vida —que se refuerza desde la literatura— que consiste en la proyección de lazos áridos entre individuos, donde unos sostienen la vida de los otros, un desequilibrio brutal que se ha acentuado con el capitalismo salvaje de nuestro siglo. Y también pienso en el mecanismo más eficaz para perpetuar esto: la romantización de ciertos oficios, que no tienen nada de coloridos, como bien lo plantea Lucas, que tienen más de entrega desconmensurada que de posibilidad futura. He leído Buena mar sintiendo el dolor de esos marineros, sus soledades y su entrega para una sociedad que, como dice Lolo, sólo quiere ver el pescado en su mesa sin preocuparse por todas las vidas que sucumbieron en el camino. «La gente de mar tiene algo rabudo y es por esto. Y por estar lejos de donde hay que estar». Y no puedo evitar quedarme con ellos un poco, sintiendo más rabia contra este mundo.

A bordo del «Carrumeiro» Mauro descubre a una decena de hombres que se juegan la vida durante todo el año manteniendo «una conversación con nadie» y cuyas vidas son un viaje a ninguna parte y en un oficio que exige un gramo de optimismo que no siempre se tiene a mano. Sus viajes del camarote (el carro) a cubierta, a la cocina, al puente de mando, le permitirán vislumbrar esa herida poderosa que imprime el mar en los marineros. La rudeza dará paso a la amistad recién cuando él atisbe una verdad que se le había negado. «Dentro del océano un hombre es insignificante y da igual lo que le angustie». El gran desafío es salir de su propios miedos para poder comprender los miedos de los otros. Y de eso se trata este viaje que hacemos. Mirar a estos hombres de cerca y pensar en los hilos sórdidos que mantienen en pie este sistema en el que vivimos.

Escribo sobre estos marineros, me aferro a la desolación del oficio, y me rebelo. Cada vez resulta más insostenible la pesca de arrastre por las heridas en el ecosistema —a largo plazo este método provoca la desertificación de los fondos marinos— y por la tristeza de los hombres. Observo a estos compañeros de viaje en el «Carrumeiro», «para los que su guerra nunca acaba», abandonados a su suerte, que «observan el mundo con ojos negrísimos, endurecidos por un abatimiento descomunal» y me prendo a una idea dulce de futuro. Indirectamente leer esta novela me ha devuelto a un tema que me obsesiona —la literatura tiene esa magia también— llevándome a pensar con más ganas que nunca en un mundo donde nuestro alimento no dependa de la muerte. Pero para ello necesitamos evolucionar, creando una sociedad que ofrezca alternativas de oficio realmente viables para esos hombres que se sienten condenados por el mar, incapaces de salirse porque para ellos se han cerrado todas las puertas. Tienen que existir alternativas a tanto sufrimiento, me digo.


Tres libros de Antonio Lucas

Un debut narrativo brutal


Me interno en la verdad de Lucas, que está en sus reportajes, en sus entrevistas, su poesía y en ésta su primera novela. Esa verdad que tiene la fuerza del primer chispazo —cuando todo esta oscuro y de pronto alguien enciende un mechero—. Trato de encontrar la semilla donde crece el discurso y se construye el hombre, la obra. «Tu vida pertenece a este solo instante» porque «quien confía en lo inmortal muere de tiempo». Es difícil internarse en la obra de Lucas y no estremecerse. Algunas ideas, algunas frases, tienen la fuerza de la revelación y provocan en nosotros esa sensación de haber vivido para encontrarlas. Con esta novela me ha pasado eso.

Trato de viajar a través de las nervaduras que conectan su discurso. Leo: «Lo que sucede en Gran Sol queda en Gran Sol. Huele a óxido, a pintura vieja y a pescado. A peligro. A soledad. A complicidades. A secretos. A cansancio. A desesperación». Y encuentro la reverberación de esa idea en unos versos: «a veces recuerdas lo que no has olvidado / y en esa evidencia levantas tu casa». Y también: «Tú que hoy me ves envejecer / y entiendes que es infame / el hambre de esperar hasta el futuro». Y su eco después en la novela: «Mañana es de esas verdades que no existen, y sin embargo duelen». Y podría seguir un rato largo porque pocas cosas me entusiasman y estimulan más que el hallazgo del grito en la obra de aquellos que recolocan en mí el sentido del lenguaje, las migas de pan que me sirven para moverme en este bosque impenetrable que es la vida y donde sin amigos y sin faros no vamos a ninguna parte. Algo que también aprende Mauro, que se aferra a las costumbres de aquellos marineros y a sus hazañas, con el deseo de sentirse en casa, de tener una familia. «Cómo no abrazar a quien te habla en una lengua clara y admirable, desde una naturaleza tan distinta, tan ajena a la tuya, y a la vez te presta su vida inesperadamente para que la recorras por dentro».

En Buena mar hay ecos de la literatura marina. De Ignacio Aldecoa, de Herman Melville y Jack London, y de los naufragios íntimos que mejor ha sabido pintar la literatura. No obstante, todo aparece dibujado muy sutilmente, como si fuera una piel que recubre la piel del libro; sin interrumpir el tono de una narrativa que está a medio camino entre voz de bitácora y confesión íntima, entre crónica viajera y carta de amor al sí mismo, y donde se asoma un acento gallego que aporta dulzura a los diálogos. La emoción de entrar en un relato de mar da paso a un paisaje que nos va resultando cotidiano, que nos envuelve y, cuando menos lo esperamos, esa expectación que «es ya paisaje acostumbrado» da paso a una certeza: «vagamente yo es otro» —Y aquí, la devoción de Lucas por Rimbaud—. Como Rimbaud, Lucas le arrea al mundo «un mazazo con el puño»; por eso esta novela es necesaria e inolvidable.

La literatura con la fuerza de un hacha que cae rotundamente sobre el mar helado que habita en nosotros. Otra idea de Kafka y que vuelve a mí en cada nuevo libro que me sacude y me recuerda que la fuerza del lenguaje está por encima de todo. Buena mar es un preciso ejemplo de la gran capacidad de los libros para demostrarnos lo pequeñitos que somos y lo luminoso que puede ser el mundo en su oscuridad, en su calvario. Que nadie deje de leer esta obra extraordinaria, mejor si es en doble lectura con el extenso reportaje publicado en El Mundo.

Habrás notado que he parafraseado y plagiado sin compasión a Antonio Lucas en este texto. He revisitado sus libros Vidas de santos (Círculo de Tiza) y Los desnudos (Visor). Para reafirmarme en esa apropiación voy a terminar con los versos alucinantes en los que he hecho pie para el titular y que me han acompañado en esta lectura a tres miradas, a tres géneros, a tres voces. «Nosotros, los desnudos, / los del borde de una fe que ya no abriga, / hijos transparentes de la sed, / huéspedes felices de la periferia».


El magistral debut narrativo de Antonio Lucas

BUENA MAR
ANTONIO LUCAS
ALFAGUARA
2021

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