Zezé de Ángeles Vicente (Kaótica Libros) es una novela intensa que narra las desventuras amorosas de su protagonista a la vez que nos ofrece una reflexión sobre la manipulación de los sentimientos de las mujeres en la cultura patriarcal. Se publicó en 1909 y es la primera novela en español con una protagonista lesbiana. Aunque con ella Vicente se convirtió en una escritora destacada, su popularidad se esfumaría de una forma desconcertante. Después de haberse relacionado con algunas mentes brillantes de su época y de haber vivido y participado de los círculos intelectuales de España y Argentina, se le pierde la pista; incluso se desconoce su lugar y fecha de fallecimiento. Al leerla descubrimos a una autora que combinó el modernismo latinoamericano con el realismo español creando una obra pintoresca, de la que se destacan sus novelas Teresilla y Los buitres. Zezé es su novela más transgresora, donde forma y fondo nos ofrecen una idea de la magnitud de su legado. Su nombre pisoteado por el patriarcado resurge ahora gracias a las reediciones de editoriales comprometidas, como Kaótica. Una buena ocasión para leerla y reconocer en ella el trabajo de numerosas mujeres olvidadas y apartadas del canon literario.
La primera novela lésbica
Zezé es una novela preactiva que transcurre en un viaje en barco de Buenos Aires a Montevideo. La primera característica desconcertante es que la narradora, al igual que nosotros será oyente y observadora de la vida de su compañera de camarote, que será quien narre sus experiencias vitales. En el comienzo, la nostalgia del viaje invade a la narradora pero a poco de comenzar la travesía aparecerá en su vida una mujer sorprendente que la mantendrá entusiasmada el resto del viaje. Se llama Zezé y es una cupletista a la que han echado de otro camarote por su profesión. ¿Tú también vas a echarme?, le pregunta. La complicidad se trenza al instante y el diálogo que mantendrán a lo largo del viaje es fascinante. No hay juicio ni censura, sólo el deseo de conocerse mutuamente y de pensar el mundo desde otro lugar.
Dice Gloria Fortún que es importante la recuperación de Zezé de Ángeles Vicente (Kaótica Libros) para construir nuestra autoridad interior, rompiendo con lo que Adrianne Rich denomina la «heterosexualidad obligatoria», que se nos impone desde la educación y la cultura. En un prólogo brillante e instruido nos invita a leer esta primera novela lésbica, con la alegría de recuperar un trozo de literatura que ha sido olvidada o ninguneada por el canon. Es evidente que estamos ante una novela escrita con la fuerza de una mujer que supo construir su propio destino, escribir contra su tiempo. Una escritora que, más allá del atractivo de la historia que nos ofrece aquí, nos invita por sobre todas las cosas a pensarnos mejor, al margen de la tradición literaria.
Es El pozo de la soledad de Marguerite Radclyffe Hall la novela que inaugura la genealogía de la narrativa lésbica. Sin embargo, teniendo en cuenta que su publicación fue en 1926, no podemos considerarla la primera novela de este género, ya que a principios de 1901 vio la luz en Francia Idilio sáfico, de Liane de Pougy —cuya traducción al español llegó hace no mucho de la mano de la editorial Egales en traducción de Luis Antonio de Villena—. Zezé, por su parte, vio la luz en 1909, lo que significa que no sólo estamos ante la primera novela lésbica escrita en español sino también ante una de las primeras de occidente, precursora incluso de la gran novela de Radcliffe.
En una obra siempre importa el tono, el cual debe ser analizado en el contexto de su tiempo. En Zezé llama muchísimo la atención la escritura fresca, que podríamos confundir con un texto escrito en nuestro siglo XXI. Y es que una de las características que vuelven impresionante este texto es la cercanía de la narración. Es fascinante encontrarse con el testimonio de una mujer que habita un tiempo de censura pero que se apropia de su voz y decide hacerse cargo de su libertad. Asusta, sin embargo, pensar que pocas cosas han cambiado desde aquel principio de siglo XX. Leemos: «¿Por qué tenían una idea tan limitada de las cosas, tanta hipocresía para los actos naturales, y hacían tantos esfuerzos para aparentar lo que no sentían ni pensaban?»
Ángela Ena Bordonada fue una de las responsables de rescatar a Angeles Vicente de «ese pozo oscuro que es el canon supuestamente universal de la literatura», cuenta Fortún. En sus palabras inaugurales, la autora de Todas mis palabras son azores salvajes (Dos Bigotes), ofrece una ráfaga de luz en torno a los mecanismos de invisibilización. «La historia del arte, de la literatura, de la música, no es sino una aceptación de ciertos juicios parciales como si fueran parámetros de categoría universal», escribe, y nos da buenas razones para disfrutar de esta novela importantísima para nuestra genealogía.
El deseo lésbico y la crítica social
Zezé es fundamentalmente una narración íntima: la experiencia de amor y desamor de una joven cupletista; pero es también la revisión de un momento histórico de represión y censura contra el deseo femenino y, sobre todo, represor en torno a la homosexualidad. A lo largo de la lectura conoceremos la vida de Zezé: su orfandad, su soledad, el nacimiento del deseo, la intensidad del primer amor, su devoción por Leonor, la furia del deseo, la desesperación de la pérdida, y sobre todo, el empeño de construir una conciencia fuerte y autónoma a pesar de la fuerte presión social para renunciar a la libertad.
Hay en la construcción del deseo lésbico un empeño por desafiar las convenciones de su tiempo, las sociales pero también las literarias. La escritura fluye natural, con total plasticidad y cercanía con la carne; sin tapujos, Zezé abre su corazón ante nosotros y comparte la fuerza con la que ha sentido en sus carnes la pasión: «sus caricias, cada vez más expresivas, me hacían sentir sensaciones nuevas que yo no me explicaba». La escritura se va abriendo paso en el descubrimiento del placer sexual y la feliz coincidencia entre el lenguaje y la historia es uno de los rasgos que enamoran de esta novela. El giro del lenguaje siempre es para conseguir mayor claridad, para hablar del deseo con las palabras concretas: «De pronto, una boca caliente se posó sobre la mía y una mano ciñó mi espalda; un estremecimiento corrió por todo mi cuerpo. Creía soñar despierta, y mantuve los ojos cerrados para no interrumpir aquella sensación tan agradable». De este modo, Vicente reconstruye lo que en la memoria de Zezé ha quedado grabado a fuego de esas primeras experiencias amorosas.
Un detalle interesante es que lo que comparten Zezé y Leonor no es un amor platónico o metafórico —como solía ser la representación más frecuente en la literatura de la época del amor lésbico—, es una pasión salvaje, llena de carne y de la voracidad animal que produce la atracción. «Rodamos al suelo como fieras heridas, revolcándonos felinamente sobre la alfombra de Esmirna y haciendo caer una mesita que contenía frascos de esencia encima». Zezé también reconoce las características salvajes de la atracción, lo que la mente no controla, lo que al cuerpo desarticula:
«Leonor tenía un temperamento muy vehemente y me quería con amor salvaje». En algún sentido podríamos leer este libro como la narración de una perfecta e inusual primera cita y, aunque en su potencia y estilo es una novela de iniciación, la forma en la que trabaja el deseo y el erotismo la convierten en una obra madura. «Los ojos nos relampagueaban. Los cabellos sueltos en la lucha lujuriosa nos envolvían; los senos erectos daban esa sensación de saciedad (...) y, en frenética convulsión, las bocas buscaron ávidamente el fruto del placer».
La crítica social está muy pero muy presente. Las dos mujeres ansían una sociedad abierta y justa. «En España, la mujer que se ve obligada a resolver por sí misma el problema de la vida, difícilmente puede hacerlo de forma decorosa y, de lo malo, lo mejor es hacerse cupletista». La empatía que surge a lo largo de esa charla, en ese viaje de Buenos Aires a Montevideo es estremecedora. Ambas se alimentan de la fuerza de la otra y comparten esa necesidad de construirse sus propios destinos. «Sé decirle que hoy no acepto convenciones que estén fuera de mí misma», leemos, y también: «libre de espíritu, nunca he acatado más que a mi razón».
Un elemento interesantísimo es el razonamiento en torno a los sentimientos y a la manera en la que el mundo nos controla a partir de ellos. Ambas coinciden en la importancia de centrarse en la razón para construir la libertad. Se me ocurre que muy pocas novelas en aquella época habrían afirmado una lucidez como ésta: si tenemos en cuenta que estamos en pleno romanticismo, podemos comprender que también en esto Vicente fue una adelantada a su tiempo. Lo mejor aquí es que la vida sentimental que debe aplazarse por la sociedad vil en que se vive no elimina la necesidad espiritual, el deseo de sentirse parte de algo sin renunciar al sí mismo. «¡Amar y sentirme amada! Esa fue mi ilusión, mi sueño dorado... y, en cambio, ¡he vivido siempre tan sola de alma!»
«Aquella vida me devoraba», dice Zezé. Y ¿cómo hacer para no sentirse devoradas como lectoras por esta hipnótica narración? Estoy segura de que estas dos mujeres nos acompañarán para siempre, recordándonos la importancia de la complicidad y del amor entre mujeres. El giro de la historia es hermoso, una ventana abierta para la construcción del deseo y el encuentro entre dos almas libres, entre dos mujeres que se han defendido contra la violencia de su tiempo, haciéndose cargo de ellas mismas y agenciándose de su libertad. Que nadie se pierda esta novela maravillosa.
ZEZÉ
ÁNGELES VICENTE
KAÓTICA LIBROS
2021
ÁNGELES VICENTE
KAÓTICA LIBROS
2021
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