Cien años de Ulises. James Joyce y la novela contemporánea

Apuntes sobre un seminario comisariado por Antonio Soler en la Universidad de Málaga. Julio de 2022.


Todo empieza con un viaje. Malcolm Otero y Eduardo Lago deambulan por las calles de Dublín en busca de una calle. Los mejores proyectos empiezan así: una aparente inocencia se enarbola a alguna de nuestras obsesiones para poner en marcha las ideas más descabelladas. En este caso, el resultado sería la Orden Finnegans, que reúne a un grupo de caballeros en torno a la literatura y a la vida, usando como pretexto la obra de James Joyce. A pesar del título, los integrantes parecen estar huyendo constantemente de la membresía, para mostrarse como un grupo de niños que han descubierto la luna. Un grupo de amigos con una complicidad contagiosa reunidos en torno a un proyecto que es, en palabras de Soler, y sobre todas las cosas «una exaltación de la literatura y de la amistad».


¿Por qué Ulises sigue resultándonos imposible?


Además de ser uno de los mejores novelistas de España, Antonio Soler es un lector perspicaz. Tiene una conciencia honda y clara de lo que es la literatura (y lo que no) y en su larga trayectoria ha demostrado que siempre se puede torcer un poco más esa línea de perfección en el oficio, innovando en cada una de sus obras. Su novela Sur (Galaxia Gutenberg), en su cualidad de rareza coral, tiene cosas en común con la obra que nos convoca, sin lugar a dudas. Soler es también un intelectual generoso, una virtud cada vez más escasa en nuestro mundo, y apenas participó en el seminario. Por el contrario, dejó que fueran otros los que se lucieran y aprovechó la ocasión para reunir a un grupo de gente a la que quiere y admira para convertir lo que podrían haber sido una serie de encuentros solemnes y eruditos en una fiesta. Una reunión de amigos de la que nos hizo sentir parte a todos los estudiantes. Hemos aprendido mucho pero también nos hemos reído. Y qué importante es eso.

Su mínima intervención, sin embargo, marcó la huella de lo que serían cuatro sesiones jugosas sobre la relevancia de la obra de Joyce, su influencia en la literatura y su cualidad de rara avis, todavía en nuestros días. El Ulises «es el libro más lunático publicado en nuestra época o en cualquier época». Esto que se dijo cuando la novela vio la luz continúa siendo una verdad. Lo que el propio James no imaginaba es que cien años después todavía estaríamos hablando de ella, y con la misma intriga. A la luz de nuestros días la suya continúa siendo una novela imposible y es posible que en esto tenga mucho que ver algo que dijo Malcom Otero Barral: «La exégesis del libro es más extensa que el libro», en una explicación detallada y fabulosa de ese organismo vivo que es Ulises, de sus cimientos, de sus colores, de la relación entre la palabra y el órgano en cada capítulo. A la vez que nos invitaba a ver los ecos que hay de Hamlet y de La Odisea en este libro clásico.

En una época en la que las novelas se decantaban por personajes de la aristocracia o de las clases empobrecidas, James Joyce da protagonismo a una clase ciudadana en una ciudad que entonces no tenía importancia alguna, Dublín. Y encima decide dar protagonismo a tres personajes aparentemente anodinos. Stephen Dedalus, «un telémaco un poco díscolo», que carga con cierta culpa por no haberse arrodillado junto al cuerpo de su madre convaleciente para rezar y despedirse, y Leopold Bloom, «solipcista, narcisista, enfocado en su propio beneficio». Dos caras de una misma moneda. A través de la narración se ponen en conversación tres temas que importan en la obra de Joyce: la patria, la religión y la familia, y el trabajo estético se enfoca en tres verdades importantes en literatura: la forma, la emoción y la disposición de los hechos. El gran acierto está en combinar capítulos de extrema dificultad con otros más fáciles de asimilar. De este modo, en los primeros capítulos el texto es algo amable con el lector, permitiéndole que entre en la historia. Pero desde la aparición de Leopold Bloom se vuelve cada vez más indescifrable. Esta visión detallada (podríamos decir descuartizada) de la obra nos ha permitido ahondar en ella para asomarnos a ese territorio oscuro que resulta tan fascinante como inasible. Y ha sido una experiencia sumamente enriquecedora.

Algunos capítulos se mencionan con más emoción en el auditorio. «Náusica», que representa una parodia de la literatura romántica y donde se ve con claridad la sexualidad torcida de Bloom, y del propio Joyce, «Bueyes del sol», que presenta un punto de inflexión, un momento, en palabras de Malcom Otero, en el que «te das cuenta de que llevas muchas horas escuchándolo, que te has acostumbrado, y que finalmente lo entiendes» e «Ítaca», que nos presenta el regreso de una persona perdida y triste que entiende que no es fundamental en el mundo a pesar de tener toda la cultura y la fuerza para serlo. Y sin duda el gran desvío de todo lector, el fervor supremo que nos lleva a releer esta novela pese a las dificultades y los riesgos, es regresar al monólogo de Molly que, «cada uno lo lee a su manera, como cuando lees poesía».



La sombra de Joyce sobre la literatura latinoamericana

Estamos ante un libro que «define la idea de libro inacabable». La sombra de Joyce aterriza sobre la literatura latinoamericana en palabras de Rodrigo Blanco Calderón como «un disparador de posibilidades». La lectura de esta novela sirvió para que muchos autores consiguieran explorar nuevos espacios, y el resultado de ese mestizaje son obras como la de García Márquez, González León, Guimarães Rosa, Fernando del Paso y Ricardo Piglia. En un momento en el que se hablaba del «agotamiento de la novela latinoamericana» estos personajes se incorporaron ineludiblemente «como herederos» de la larga tradición experimental de la literatura.

Entre los ponentes se encontraba Eduardo Lago, una eminencia en lo que respecta a especialistas de literatura anglosajona. Asombra su vastísima cultura y su ingenio a la hora de acercarse a los libros, aunque eso no le impide ser también un hombre sensible, cercano e interesado por las pulsiones que provocan en nosotros la vida y la literatura. En sus palabras, «Para entender a Joyce la primera clave es el humor». Su estilo jocoso y los juegos de palabras y la experimentación constante con el idioma podrían funcionar como gancho para convertirnos en lectores apasionados. «Cada escritor sólo tiene una novela dentro» pero en Joyce esa novela comprende El artista adolescente, Ulises, y Finnegans Wake. Tres movimientos que le permiten «meterse en el alma del idioma, cambiando definitivamente el curso de la novela». En su última lectura, cuenta Lago, encontró algo que lo dejó fascinado: la sombra del Quijote y de Sancho Panza, dos personajes aparentemente opuestos que terminan ligados por simbiosis. «El proceso de acercamiento es idéntico; se convierten el uno en el otro» como Dedalus y Bloom, que también son diferentes: Stephen es un personaje culto e intelectual y Bloom es más mundano y jocoso.

Aunque el gran tema de la novela, el adulterio, queda en un segundo plano, sin él no habría historia. Leopold Bloom se siente compungido porque sabe que su mujer, Molly, lo engaña. Y lo piensa en el preciso instante en el que imagina que el amante estará llegando a su casa. Sin embargo, en lugar de actuar para impedirlo o de intentar enfrentar la situación se queda inmóvil, se distrae. Este desvío le permite a Joyce plantear la complejidad de los personajes y de las relaciones humanas. Para conseguir una hondura imposible en el texto se inventa quince técnicas narrativas nuevas «y contrapone momentos de sublime lirismo con imágenes mundanas», como ese momento en que Bloom y Stephen observan las sublimes constelaciones mientras orinan en el jardín. Es evidente que «Joyce revoluciona la novela a escala universal. Si queremos cambiar las cosas tenemos que aprender su lección».



Lectura y traducción

En su último libro, La impostora, Nuria Barrios (XIII Premio Málaga de Ensayo, Páginas de Espuma) trabaja con la extrañeza que supone enfrentarse a una lectura con el empeño de traducirla. Se detiene en explorar esa necesidad del oficio del traductor, que consiste en construir un texto nuevo que sea fiel al original pero que en el viaje idiomático no pierda su valor literario. Aunque Barrios no ha traducido la obra que nos convoca, le tocó traducir el cuento «Los muertos» y en el momento de comenzar dicha traducción se enfrentó a un dilema importante: ¿traducir observando lo traducido por otros o partir desde la página en blanco? Intentó lanzarse sola pero el texto le devolvía tantas opciones que sintió la necesidad de saber cómo había sido la mirada de otros traductores. Tan sólo en el primer párrafo del cuento las traducciones eran distintas, sutilezas que cambiaban de lugar la disposición del escenario y de los personajes, detalles que no pueden pasar desapercibidas para un buen escritor. Esta experiencia la conmocionó brutalmente, y en esa sensación, mitad confusión mitad fascinación, surgió una reflexión interesantísima sobre el oficio, que plasmó en ese ensayo. «La traducción es la forma más atenta de leer», dice Nuria Barrios, pero conviene no olvidar nunca que «la lectura es siempre una interpretación». Se apoya en una frase de René Char, «La traducción es un ejercicio de transhumancia», y se suma a esa idea, defendiendo la traducción como una especie de viaje, de trasvase donde hace falta dominar la técnica pero también es necesaria una mirada mística sobre el lenguaje, la habilidad de dejarse poseer y transformar desde un lugar de relativo desconcierto. Quizá sea una de las formas más lindas de entender este oficio que tantas alegrías nos da.

La obra de Joyce nos ha cambiado la vida a más de uno. Incluso fuera del terreno de los libros. Joan Tarrida, responsable de la edición ilustrada por Eduardo Arroyo de esta obra, expresa que Arroyo decía que el Ulises «le salvó la vida» y le permitió explorar un territorio nuevo, redescubrir su trabajo desde otro lugar y trabajar en tiempos de dificultades como si sólo importaran el texto y los colores. Ilustrarlo fue el reto más importante que se propuso el artista para quien «Joyce y el Ulises fueron un referente siempre». Joyce, el escritor lunático, también era ecologista, «Escribía sobre papeles que iba recolectando». Jordi Soler se desvía hacia este territorio con un texto precioso sobre realidad, silencio y sentido, donde nos anima a leerle mejor, a vivir su literatura como «un paseo no por la playa, sino por el fondo del mar».



La vampirización en la Orden de Finnegans

El mejor mensaje que nos dejan los chicos de la Orden de Finnegans es la invitación a no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos y a dejar que la vida nos sorprenda, como puede sorprendernos un buen libro. Verlos conversar es un espectáculo, se respira complicidad y pasión compartida. Y aunque a algunos no sea Ulises el libro que más les haya marcado, como es el caso de José Antonio Garriga Vela, que señala a Rulfo con su Pedro Páramo y a Camus, e incluso el cuento «Los muertos» de Joyce, es imposible huir de la sombra alargada de esta novela. Porque sin ella nos faltarían otros libros. ¿Quizás una de las mejores novelas publicadas en España en la última década, Sur? Soler cuenta que en una de sus visitas a Dublín surgió la chispa, al preguntarse si no podría escribirse así sobre otra ciudad. Nos propone empezar a ver la relación de la obra de estos caballeros no tanto como un proceso de inspiración, «sino de vampirización».

Han sido dos días inspiradores o vampirizadores. Y ahora estoy pensando que quizá la gran maravilla de esa Orden desordenada, de esa relación que se prolonga, extiende y afirma a través de una ciudad y de la obra de un escritor, su gran regalo para los que perseguimos en los libros ventanas de pensamiento y escape de la grisura de la realidad, sea que «la orden va generando literatura». Y es probable que Ulises sea una excelente elección en torno a la cual reunirse, porque «Todos somos de alguna forma Leopold Bloom, porque todos tenemos una cuota de perversión». En esa idea reside la potencia y la semilla de esta gran novela. Y cómo no estar agradecidos a la literatura. A esta obra clásica. Y a estos caballeros, que nos invitan a vampirizarnos y entusiasmarnos. El espíritu de la orden debería ser el espíritu que todos adoptemos para con los libros, un entusiasmo jocoso que además nos permita decir con Soler «este es mi país». No sólo Irlanda sino un territorio «de exaltación de la literatura y de la amistad».


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