Durante el mes de julio se realizó en la Universidad de Málaga y bajo la dirección de Antonio Soler un seminario sobre el Ulises de James Joyce. Entre los ponentes se encontraba Eduardo Lago, destacado escritor y crítico literario, que ha estudiado en profundidad esta obra clásica. Lago, además de haber publicado libros maravillosos como Llámame Brooklyn, Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee y Walt Whitman ya no vive aquí: ensayos sobre literatura norteamericana, es uno de los mejores entrevistadores que tenemos. Siri Hustvedt, David Wallace Foster, Anne Carson, Don DeLillo, John Irving, Richard Powers y un larguísimo etcétera componen la lista de autores que ha entrevistado a lo largo de su carrera. Acaba de publicar Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises (Galaxia Gutenberg), una guía extraordinaria para comprender los puntos más relevantes de esta novela. Un libro que destaca por su cuidada estructura y por el abordaje de la lectura desde la experiencia estética. Conversamos con Eduardo Lago sobre su relación con este clásico y su visión de la literatura.
P—En primer lugar quisiera preguntarte por la extrañeza: ¿cómo ha afectado a tu escritura esta experiencia de extranjería que llevas experimentando desde hace tanto tiempo?
R—Yo en realidad considero que cuando me fui a Nueva York volví a nacer. Mi biografía empieza a partir de ahí. Lo que he hecho toda mi vida desde muy pequeño ha sido viajar y mi idea de escritura es inseparable de la idea de viaje. No puedo estar quieto en un sólo sitio; ahora con la pandemia he tenido que parar, pero este verano he hecho unos recorridos que son enloquecedores. Me siento bien cuando estoy lejos del centro de gravedad espiritual e intelectual mío que es el lugar donde nací, España, e incluso viviendo en otro idioma. Vivo totalmente rodeado de la lengua inglesa. En la universidad donde estoy solamente hay una persona española, que soy yo. Es como parte de mi condición natural, me siento como flotando en un medio que me da vida a mí, y me gusta que sea así. Vivo muy cómodamente envuelto en otra lengua y sin embargo escribo en la mía.
P—¿Y qué es lo que te ha atraído tanto de la literatura estadounidense?
R—Desde muy pequeño mi madre me mandó a estudiar inglés y fui con familias a Inglaterra, aprendí a hablar inglés bastante pronto y siempre me he sentido muy cómodo en el seno de la lengua inglesa, por eso la traducción ha sido muy importante para mí. Desde joven empecé a leer en inglés y a traducir por mi cuenta —siempre he escrito sin publicar y continúo haciéndolo bastante— y me familiaricé mucho con la literatura anglosajona en general porque me llamó mucho la atención. Después llegué a Estados Unidos, empecé a observar lo que sucedía allí, me fascinó, y entraron dos cosas en juego: en primer lugar mis traducciones —produje unos veinte libros antes de irme, el último fue uno de casi mil páginas, de John Barth, El plantador de tabaco, que lo terminé allí el primer año que estuve, en verano del 87— y después de esto he tenido la ocasión, y es un elemento muy importante de mi manera de entender la literatura, de entrevistar a los grandes escritores de la literatura norteamericana —muchos de ellos han desaparecido ya, pero tengo conversaciones en profundidad con Miłosz, con Philip Roth, con John Updike, con Norman Mailer, con muchísimos más que voy a olvidar—. Estas conversaciones me modificaron profundamente porque al estar cerca de gente tan importante que me transmitía su idea de literatura en vivo, todo esto pasaba por ósmosis a lo mío. Y cuando por fin publico una novela gana el premio Nadal y el premio de la Ciudad de Barcelona, que me lo dieron, según decía la citación, por haber importado al castellano las técnicas narrativas propias de la literatura norteamericana. Yo vivía inmerso en ese medio, era la literatura que leía, el idioma en el que estaba sumergido, y hablar con todas estas personas me permitió ver muy bien el acto de la creación literaria desde dentro, a través de sus ojos.
Hablar con todas estas personas me permitió ver muy bien el acto de la creación literaria desde dentro.
P—¿Está todo en el Ulises?
R—No, realmente no. Es un libro muy importante para mí, pero hay otros libros más importantes o igual de importantes. Antes hablabas de la extrañeza; la extrañeza me lleva a Kafka y a la idea de literatura que tenía él, cómo crea estos mundos que son difíciles de comprender incluso con palabras. El Ulises es un libro que por alguna razón me subyugó de una manera especial, y al que le dediqué mucha energía y muchas horas de lectura a lo largo de mi vida, pero ya había tendido recientemente a irme un poco de él. Lo que sucede es que puse todo mi bagaje, mi manera de entender la literatura, en el librito éste que me sentí obligado a escribir, que refleja más bien mi filosofía de la literatura. Es un homenaje a un gran libro pero, como digo en el prólogo, hay otros igual de importantes: Virginia Woolf, Kafka otra vez. Es simplemente un gran libro que yo consideraba que tenía la obligación de explicarle al mundo en español, porque la mayoría de la gente, como hemos estado viendo estos días, se estrellaba al intentar leerlo.
P—¿Tu idea de literatura es tratar de explicar lo intelectual a través de lo pulsivo? Al leer Todos somos Leopold Bloom nos encontramos con un texto que está a mitad de camino entre el lenguaje coloquial y el erudito; es un libro muy accesible que parece pensado para un público amplio.
R—Ésa era la idea en cuanto al libro en sí. En cuanto a lo de la emoción, una de las personas más interesantes que he podido entrevistar fue David Foster Wallace que me dijo una cosa muy importante, que si no te toca, si no te hace un clic, no sirve de nada, con lo cual quiere decir que cualquier artificio técnico, cualquier dominio, puede ser inútil si no provoca un nivel de emoción. Lo que pasa es que hay que tener un dominio técnico que te permita escribir de cierta manera, sin eso no hay absolutamente nada. En cuanto a la idea de literatura, es como tener un mar dentro y uno no accede a lo que tiene dentro de la propia cabeza, pero está organizado por sí mismo y eso es lo que se traslada a la página. Sería interesante organizar esas ideas alguna vez. Lo he hecho por ejemplo en el libro de ensayos de literatura norteamericana que se titula Walt Whitman ya no vive aquí, ahí sí que traslado mi idea de literatura basándome en lo que hacen los norteamericanos, que es una escuela que a mí me interesa mucho, sobre todo los que no se comprometen con lo comercial.
Es simplemente un gran libro que yo consideraba que tenía la obligación de explicarle al mundo en español.
»Tiene que haber emoción en la literatura y esa emoción debe estar gobernada por una buena técnica. Hay casos muy interesantes, de escritores que no escriben demasiado bien en el sentido técnico pero que sin embargo transmiten muy bien lo que tienen que transmitir a nivel emotivo. En el pasado nuestro estaba Benito Pérez Galdós, que no dominaba el medio con una pureza estética como lo hacían otros y sin embargo llegaba a tocar el corazón de la gente. Bueno, es un escritor que ya corresponde a un modelo muy del pasado, pero es un buen ejemplo. Truman Capote decía que Dios le había dado un látigo, que era el látigo de la escritura, con el que se flagelaba a sí mismo, hasta que descubrió un día la diferencia entre escribir bien que es hacerlo correctamente y la gran literatura. Ahí das un salto que caes en un lugar que no importa tanto si está bien o mal expresado, porque entonces aterrizas con las armas, el látigo del que hablaba Truman Capote. Kafka es un buen ejemplo: es uno de los grandes entre los grandes y sin embargo no ha dejado ninguna obra terminada.
P—Una de las inquietudes que más me fascinan del Ulises es que es un libro muy poético; sin embargo, tengo la sensación de que quienes más lo defienden suelen ser narradores, novelistas principalmente.
R—Toda gran literatura narrativa es en el fondo poesía. Es el caso supremo el de William Faulkner, con un lenguaje narrativo pero que está al borde de la expresión poética. Con el cuidado que tiene, por la manera en la que se mueve, opera de la misma manera que un poeta. Es lo que hablaba Borges de "la música verbal". En el caso del Ulises es que se da un salto más. Hay tres niveles que hay que tener en cuenta: el nivel de las ideas, el nivel de las imágenes y el nivel de los sonidos, que es la música verbal. A Joyce en realidad lo único que le importa es el lenguaje y con él transmite todo tipo de emociones, pero es hipercuidadoso con la forma. De manera que su tratamiento del lenguaje narrativo es idéntico al que tienen los poetas, que pueden estar miles de horas peleándose con una línea; él se podía pasar un día entero peleándose con dos renglones de su novela. Uno de los que más tiempo le dedicaron es el traductor José María Valverde, que era poeta y fue el que lo trasladó, aunque la suya no sea la mejor traducción. Yo creo que cualquiera que se acerque al Ulises y es poeta, comprende que la lucha con el idioma que tiene Joyce es la misma que tienen ellos con su propia obra poética.
P—¿Por qué crees que estaba tan obsesionado Joyce con los sonidos y con los juegos de palabras? ¿Qué lo empujaba a trabajar el lenguaje de esa manera?
R—Es que el lenguaje es sonoro, es exclusivamente sonido, y él además era una persona que tenía grandes problemas con la ceguera. Hay una serie de grandes escritores que han sido ciegos. Me viene la imagen de Borges a la cabeza, de John Milton, de Homero... Joyce no fue ciego siempre pero sí que escribía un poco a ciegas; estaba en contacto con la materia fonética, con la materia sonora, que es lo que te decía antes de las imágenes y de las ideas. Él se mueve sobre todo en el tercer nivel que es el del melos, la melodía, un nivel donde a veces las palabras se desconectan del contenido, del significado que puedan tener. Él está escribiendo y dice que un personaje va paseando por un lugar y dice «con su tururun tururun tururun», que no significa absolutamente nada. Esos son los sonidos que reproducen y que continúan sosteniendo la narración, y el paso siguiente sería borrar ese sonido de sílabas y quedarse con los sonidos puros, que serían las anotaciones musicales. De hecho, Robert Curtius decía que había que leer el Ulises como si fuese una partitura.
P—La dificultad que supone la lectura del Ulises ¿podría estar relacionada con la incapacidad de conectar sensorialmente con el texto por ese afán de intentar comprenderlo y racionalizarlo todo?
R—En el Bloomsday madrileño conocí a tres chicas muy jóvenes, 17 y 18 años, que iban por la tercera vez que leían el Ulises. Hay dos maneras de enfrentarse a él. Una es dejarse arrastrar por el sonido mismo, por las palabras y el lenguaje, y entonces es mucho lo que sientes, y lo sientes de una manera muchas veces musical. Muchas veces no entiendes lo que está sucediendo exactamente en la página, porque está lleno de referencias de todo tipo, que eso es lo que exige que haya guías especializadas académicas con anotaciones que te explican las referencias con total exactitud. Pero la otra manera de leerlo es dejándose llevar por el lenguaje mismo, que es como un magma gigantesco en el que él se mueve, y que lo lleva a su obra final que es Finnegans Wake donde no hay nada más que el encuentro de sonidos que chocan entre sí y que es prácticamente indescifrable. En este caso sí que es muy difícil seguirlo, porque hay muchas referencias que se pueden desarticular, entender y analizar palabra por palabra, pero afortunadamente, eso ya está hecho, ya está totalmente descodificado el Ulises. Estaba releyendo notas anoche de un artículo que escribí y había una escritora irlandesa que decía «yo nunca jamás he terminado de leer el Ulises, aunque mis ojos hayan estado viendo todas las palabras que hay en él». Ésa es una cosa muy interesante porque quiere decir que incluso habiéndolo leído quedan unos ecos a cuyo final no se llega. Y Borges dijo otra cosa muy interesante del Ulises muy al principio: «Yo no creo que nadie haya leído el Ulises. No creo que sea posible leerlo; sólo es posible estudiarlo». Éste es el reverso de tu pregunta. El que quiere leer el Ulises y estudiarlo no va a tener la experiencia estética que tiene la otra profesora que dice «Mis ojos han estado sobre las palabras viéndolas». Entonces estos dos lados se complementan.
P—En tus ensayos utilizas un lenguaje relativamente cercano y no pareces apelar a un público academicista. ¿Reniegas de la academia? ¿Qué opinión tienes de cómo se trata el lenguaje en esos ámbitos?
R—Lo digo con mucha cautela y sin ánimo de ofender a nadie, pero tengo una opinión muy negativa de la manera de acercarse de los académicos a la literatura en general. Porque ellos crean un género nuevo, que englobaría incluso la teoría literaria, que consiste en que ya no necesitan prácticamente la obra escrita porque se mueven en su propio ámbito, en su propio lenguaje, hablándose los unos a los otros. Eso está lejísimos de la gente normal. Esto lo practico como profesor en una universidad de prestigio donde enseño en Estados Unidos y mis estudiantes perciben perfectamente que lo que estoy tratando de evitar es la nube confusa de barro y de humo que hay entre la obra literaria y los que quieren analizarla. Sí que respeto y valoro y admiro profundamente a muchísimos grandes críticos del pasado, y sí que creo que es necesario interpretar las obras y explicarlas. Entre nosotros Dámaso Alonso tradujo al castellano las Soledades de Góngora y las ediciones italianas de la Divina comedia traducen el lenguaje originario a italiano actual para que lo entienda la gente. Para mí el ideal máximo de escritura es y debe ser siempre la claridad, y es dificilícismo llegar a conseguir ese estilo que sea totalmente claro, porque esta manera de relacionarse con el original normalmente suele ser difícil.
Para mí el ideal máximo de escritura es y debe ser siempre la claridad.
»A mí me gustan mucho los escritores muy difíciles, que es una de las razones de mi pasión por Joyce, pero también de toda la escuela norteamericana que incluye a Pynchon, a David Foster Wallace, y, entre nosotros, el barroco español, que también me interesa muchísimo. —Hice una tesis doctoral sobre Baltasar Gracián y estuve cinco años trabajando en eso.— Son todos viajes a lo que suelo llamar yo, el alma del idioma. Una vez que haces el viaje a la obra original, si quieres, si tu misión es explicar o reflexionar acerca de ella, tienes que acercarlo a la gente y tiene que ser de una manera lo más transparente posible. Ése es mi ideal de escritura en todas las líneas, incluida la novela. Hace dos días terminé una en la que llevaba siete años trabajando —ya la he terminado como veinte veces y a lo mejor la tengo que volver a terminar— y siempre me lleva adelante un ideal de claridad, de transparencia. No es fácil porque has de buscar las palabras más adecuadas y ponerlas en la página con la mayor precisión posible.
P—Te quería preguntar qué opinión tienes sobre la gran obra de Julián Ríos, Larva, a la que muchos comparan con el Ulises de Joyce.
R—Él estaba obsesionado con Pound, escribió Poundemónium; estaba obsesionado con Joyce, hace el mismo tipo de juegos verbales..., pero en mi opinión está muy lejos de la grandeza de Joyce. Es interesante Julián Ríos, lo digo con respeto e incluso con admiración hacia él, es un experimento completamente fallido porque no consigue trascender en lo que es la forma, él simplemente juega con calambures. Causó un considerable impacto en sus días, pero creo que no consiguió la gran ambición de trasladar la aventura que tiene Joyce con el inglés al castellano. Y, además, hay otra diferencia y es que Joyce no trabajaba con el inglés, el inglés era como un sustrato; Joyce trabajaba con una lengua que quería ser universal, y estaba compuesta por muchos idiomas. Yo lo respeto mucho, pero creo que no lo consiguió, lo siento.
P—Dices que los buenos libros intentan explicar lo que somos. Te quería preguntar si a lo largo de todos estos años has conseguido entender a través de los libros quién eres.
R—No, no, la literatura no te salva. En la literatura te pierdes cada vez más. Es siempre esa idea o la metáfora de la ola que te arrastra. Ni idea de dónde nos encontramos. Cuando digo que somos lo que somos gracias a Homero, gracias a Shakespeare, a Virginia Woolf, gracias a quienes hemos leído, es porque cada vez que haces un viaje a estas escritoras o escritores ellos te transforman, te cambian; cuando lees En busca del tiempo perdido sales transformado. Algo somos, somos seres perdidos que seguimos sin saber muy bien lo que queremos, por eso continuamos leyendo, porque nos acompaña.
La literatura no te salva. En la literatura te pierdes cada vez más.
P—¿Te sigue entusiasmando la literatura tanto como al principio?
R—La verdad es que sí. La verdad es que leo siempre con la misma pasión y el mismo interés. Cuando me encuentro una obra bien escrita no la puedo dejar. El otro día viajaba con tres libros y como tengo mucho equipaje tuve que dejarlos en una casa en Barcelona y, por primera vez en mi vida, estuve sin un libro que leer —¡unos días sin un libro que leer!—, y es como ir ciego por la vida. Sí, me sigue conmoviendo como al principio. Y siempre estoy buscando cosas que me conmuevan, tanto del pasado que ya es sobre seguro como de gente nueva y que me interesa muchísimo también.
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