Un diario contra el miedo. «El tiempo de la improvisación», de Alberto Giordano (Candaya)

El escritor de diarios, la visible oscuridad y los poderes de lo imaginario. Lectura inolvidable.


«Lo verdadero pasa por la configuración de lo ambiguo». ¿Y qué hay más ambiguo que un escritor devenido personaje? En un mundo que propone la corrección política y el comportamiento intachable (teniéndose por éste aquel que no contraviene la moral establecida) Alberto Giordano apuesta por la rebeldía y construye un personaje autorreferencial —que está hecho de memoria, frustraciones y sueños— pero que podríamos ser nosotros, criaturas débiles que cargan con sus propios miedos y demonios. El tiempo de la improvisación de Alberto Giordano (Candaya) es la segunda entrega de los diarios que el autor publicó en Facebook desde enero de 2017 hasta diciembre de 2018. Una trilogía que comienza en El tiempo de la convalecencia (Kriller 71 Ediciones) y se completa con Tiempo de más (Iván Rosado). Pero no es un diario al uso, sino un libro testimonial que nos invita a ser parte, y ahí reside su prodigio. El inicio de estos registros, cuenta Giordano en el prólogo, fue cuando las primeras luces regresaron a su vida, después de un largo y doloroso período de depresión. Asombra pensar cómo en semejantes circunstancias haya sido capaz de proponerse una tarea disciplinada como la escritura de un diario, y que haya escogido nada más ni nada menos una red social como Facebook. El resultado de ese buscarse a sí mismo al final nos encuentra a nosotros. El diarista practica aquella idea de romper el sistema desde dentro y compone un discurso donde se exponen las miserias y las contradicciones humanas, el feísmo que la vida edulcorada y titilante intenta esconder, pero también un conjunto de ideas sobre la crítica literaria, la enseñanza, el arte, la cultura. Una verdadera caja de Pandora: al abrirla el mundo ya no es igual. Un diario que es el relato de un hombre que se sabe mortal pero que le tiene más miedo a la posibilidad de volver a deprimirse que a la muerte. Un hombre que somos nosotros, lectores en busca de sentido, improvisando.


Una reflexión sobre la construcción de un yo frágil, a veces maleable, a veces ostracista.

Aunque se trata de un diario, El tiempo de la improvisación podría leerse como una novela, porque tiene una línea argumental definida. Quizá todas las vidas podrían leerse así, si estuvieran bien contadas. Entre Alberto el diarista y Alberto el personaje hay una distancia literaria. Esto me parece importante. Es la distancia que requiere un acto de ficción. Esto que podría resultar sencillo en la construcción de un personaje de novela que sea trasunto del propio escritor, alcanza un alto grado de complejidad cuando se trata de un diario. La dificultad está en que si la voz es demasiado artificiosa el diario destiñe falsedad, y si el narcisismo es más alto que la persecución de sentido estético podría resultarnos aburrido o insulso. Leemos para entender el mundo de los otros y volver al nuestro con mejores herramientas, independientemente del género al que nos acerquemos. Los que dicen que leen para entretenerse, también.

Por supuesto hay libros que nos llenan la panza y otros que nos dejan un poso nutritivo imposible de igualar. Y los diarios de Giordano pertenecen a este segundo grupo. Los registros no sólo nos hablan de las vivencias del autor sino que nos permiten intuir la vida de un personaje cuyo principal terror vital es volver a deprimirse, y ese miedo va impulsando el texto hacia delante de una forma subterfugia pero contundente. La pulsión vital se ve sostenida por la literatura, la familia, la amistad, el cine y el deseo de observar mejor el borde de las cosas. Aquí hay que destacar los interesantísimos apuntes sobre aspectos teóricos de la crítica literaria y de la escritura de diarios, así como la extensa lista de recomendaciones que van cayendo día tras día —libros, obras de teatro, música, películas—. Se echa en falta un apéndice bibliográfico para poder navegar con mayor facilidad entre las numerosas propuestas que sugiere el autor. ¿Tal vez, para una segunda edición?


La pulsión vital se ve sostenida por la literatura, la familia, la amistad, el cine y el deseo de observar mejor el borde de las cosas.

La escritura va de lo trivial a lo hondo, del registro de un desacierto cotidiano a un párrafo extenso reflexivo sobre el duelo o la depresión. Sin preámbulos el autor va saltando de un tono a otro sin perder credibilidad. No hay momentos de espesura ni de paroxismo de banalidad. De hecho, es asombroso el ritmo que es capaz de alcanzar y sostener asociando elementos o ideas aparentemente distantes en un texto. Lo he pensado mucho y creo que tiene que ver con los giros lúdicos que se asoman al discurso y que rompen con la tensión del texto. Como un libro de chistes, pero como si todos fueran buenos, e interesantes, y necesarios. Y siguiendo con el tono: los argentinos extrañados encontrarán en este libro maravillosas imágenes que los catapultarán a su terruño —y estoy recordando la mención de los bocadillos preparados con las sobras de los tallarines. ¡Ay!— y la posibilidad de encontrar una escritura fresca, firme, lúcida y cariñosa, esa extraña combinación de formas y lenguaje que nadie ha sabido explorar mejor que los escritores del Río de la Plata.

Hotel Madame Safo. Pichincha. Años 90. Ahí, dice Giordano en el Cuestionario de Proust que fue feliz. Los hoteles están muy presentes en su diario, y los bares. Y esto me parece especialmente interesante. Los relatos son de encuentros íntimos en los que no cabemos, pero los lugares públicos hacen de nexo, abren una puerta que nos permite pasar y formar parte del acontecimiento literario. En esos lugares hay amistad, amor e interesantes reflexiones sobre el arte y la vida. Y son importantes porque sirven para encadenar el discurso, vinculando lo íntimo y lo colectivo. No son raras las entradas que comienzan: «Esta mañana nos encontramos para desayunar con Carlitos en mi café» o «Casi tres horas de conversación con Jorge, ayer a la tarde, en un café insólito». En los cafés también los mejores comienzos: «Conocí a Piglia en 1980, en el café La Ópera de Buenos Aires».

Voy a volver a los aspectos de género. Mientras lo leía me he preguntado por la distancia que existe entre la escritura de un diario y la de unas memorias, y el modo en que Giordano aborda sus registros. Mientras el diario se centra en un tiempo breve las memorias apuntan a la remembranza de toda una vida. Mientras en el diario el tiempo presente es intenso y palpable, en las memorias todo tiempo importante es pasado. En El tiempo de la improvisación estas teorías se derrumban porque el registro no es únicamente del Ahora sino mucho más abarcativi. Hay anécdotas, entradas que se centran en reflexionar sobre la relación del autor con sus seres queridos y también visitas a su adolescencia y a su tiempo de convalecencia; es decir, el texto se alimenta de diversos momentos que no se narran desde su impacto en el presente sino desde el momento en que sucedieron. Este tiempo dilatado permite que el diario se perciba por momentos como una obra de ficción. Y por eso dije que podía leerse como una novela, aunque habrá quien me de buenos argumentos para demostrar que me equivoco. «Mi adolescencia en Rosario fue difícil por varias razones que no vienen al caso». Así comienza la entrada del 24 de marzo de 2018. En la que nos adentramos en la piel de un personaje herido que no sabe ponerle nombre al amor.

El aforismo también está muy presente, tanto con giros insospechados como en forma de píldoras lúdicas o graciosas. Hay entradas aforísticas fascinantes. Anoto una, que lleva el título de "Cincuenta y nueve". «Esta mañana me descubrí metiendo un saquito de té en la tostadora». Como ésta muchas otras entradas se detienen en una imagen, una acción o un detalle mencionados de forma jocosa o de pasada pero que esconden una ironía o a veces una reflexión más honda. Esa capacidad de juego y pensamiento es la que me ha hecho lectora y apasionada de ciertas obras y creo que es el acierto mayor de este libro, que lo amplía y lo predispone fabulosamente para muchas relecturas.


Esa capacidad de juego y pensamiento es el acierto mayor de este libro

Giordano juega con el mestizaje de géneros y así como flirtea con el relato o el aforismo se adentra en el territorio del ensayo y la crítica literaria —el crítico nunca duerme— y nos ofrece no sólo excelentes críticas de libros, películas y música, sino también reflexiones sobre la importancia de abrirse de las estructuras y las convenciones institucionales a la hora de ejercer cualquier oficio, sobre todo el oficio de la crítica literaria. Otra cosa a señalar es que, pese a su larga trayectoria como docente y el disfrute que esta profesión parece ofrecerle, su relación con las instituciones presenta cierta mirada resabiada y es otra línea crítica interesante de este diario, esa invitación a la rebeldía. «Me dormí pensando en la intensidad que cobró, desde hace un tiempo, mi malestar con las instituciones».

La escritura ya era oficio en Giordano cuando se propuso usarla como lenitivo contra la depresión. «Del uso literario de una red social podía realizar un experimento de escritura que me sirviese para cuidar de mí mismo», escribe. Sin embargo, el resultado de ese experimento intuyo que ha sobrepasado sus expectativas, porque terminó siendo un espacio de reflexión crítica donde la voz es íntima pero impacta en lo colectivo, un libro del que se desbordan ideas y observaciones que nos interpelan a todos. Estamos, por tanto, frente a una lectura necesaria, que nos ayuda a mirarnos mejor, mientras observamos a ese hombre temeroso de que la gran tragedia regrese, y que venga acompañada de sequía en todas las formas que adquiere el deseo. El escritor-diarista se asoma a las cosas con la convicción de que en cualquier situación o experiencia podría haber semilla de escritura —si sabemos cómo tenemos el qué—. Leemos: «El escritor-diarista no ignora la existencia de lo que se le escapa, pero sí en qué se está convirtiendo mientras toma apuntes para cuidar de sí mismo o para dejar algo cotidiano».

Todo es ambiguo en este libro. Tono, registro, estabilidad de las emociones... Y es que en la ambigüedad reside la semilla y el inmenso poder de lo imaginario a la hora de pensarnos de otra manera, desde otro lugar, y de ahondar en nuestros miedos. Ésta es quizá la gran idea de este diario. No vamos a librarnos del miedo pero podemos aprender a respirar para tomarnos menos en serio. Explorar de la mano de Alberto Giordano estos fragmentos suyos, que también hablan de nosotros, puede ser una buena forma de apropiarnos del tiempo que nos queda y empezar a improvisar para vivir intensamente.


EL TIEMPO DE LA IMPROVISACIÓN
ALBERTO GIORDANO
CANDAYA
2022

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