José Ovejero: «La memoria no refleja con fidelidad el pasado, lo reconstruye»

Entrevista a José Ovejero, autor de «Mientras estamos muertos» (Páginas de Espuma)

José Ovejero fotografiado por Isabel Wagemann
José Ovejero fotografiado por Isabel Wagemann

«Escribir es rememorar justo aquello que desearíamos olvidar a toda costa», escribe José Ovejero en su libro Mientras estamos muertos (Páginas de Espuma), un conjunto de cuentos que exploran el difícil equilibrio de la vida cuando el peso de la memoria es alto. Nos reunimos a través de Zoom una tarde de noviembre pero, lamentablemente, no pudimos sacar adelante la entrevista por los frecuentes cortes de luz que la interrumpieron. La hemos publicado en dos partes. Para poder apreciarla completamente te recomendamos ver primero el vídeo que encuentras a continuación y continuar después con esta lectura. Sentimos las molestias, y esperamos que disfrutes de esta charla.


P—El desclasamiento o incluso la identificación de clase son temas sobre los que se habla poco en el mundo de la literatura. ¿Por qué crees que ocurre esto? ¿Y por qué quisiste que fuera uno de los temas que articulasen el sentido del libro?

R—Creo que se habla poco porque a menudo no somos conscientes de ellos. El arte que se practica con el reconocimiento del mercado y las instituciones parece desarrollarse en una burbuja en la que no hay clases: tendremos más o menos éxito, pero nos llevan a los mismos hoteles, a las mismas ferias y los mismos encuentros, tratamos con las mismas instituciones, incluso nos pagan lo mismo en muchas actividades. Pero eso es solo la apariencia: la clase social influye en la red de apoyos con la que cuentas, en la seguridad con la que te desenvuelves, en cómo eres percibido por quienes tienen influencia y pertenecen a las clases dominantes. Pero yo no quise que ese fuera uno de los temas del libro. Sencillamente se me fue imponiendo mientras escribía, porque es algo crucial en esa familia que transita por la mayoría de los relatos. 

P—Te evades de la literatura autoficcional poniendo elementos concretos de tu realidad pero construyendo un universo ficticio. ¿Cuáles son los desafíos que supuso trabajar con material autobiográfico desde ese lugar?

R—El principal desafío es intentar no mentir mucho, no embellecer(te) ni acentuar los tintes dramáticos para que lo que cuentas parezca más intenso de lo que fue. Y, lo más difícil, buscar que la ficción, de alguna manera, refleje la verdad que no siempre puede reflejar la memoria.

 
P—Te quiero preguntar por la relación entre memoria e imaginación. ¿Se pueden separar de forma contundente?

R—La memoria no refleja con fidelidad el pasado, lo reconstruye, y en esa reconstrucción, para imponer un orden a los sucesos, siempre hay una parte de invención. También en cómo nos contamos a nosotros mismos establecemos qué recordar y qué dejar fuera del relato, a veces de forma inconsciente. Esa selección es aún más drástica cuando se trata de "memoria escrita": ahí la selección se hace por necesidades narrativas -no se puede narrar todo y no se puede narrar en el orden que recordamos- como, quizá, cosméticas: tendemos a dejar de lado aquello que más nos incomoda. Esta supresión debe tender a cero en cualquier libro autobiográfico que aspire a la honestidad. 

P—“Nuestra postura política no es otra cosa que el residuo de nuestras indiferencias”, escribes. ¿Qué quieres decir?

R—Me parece evidente que somos más sensibles hacia unas injusticias que hacia otras: no todas nos duelen igual. No creo que nadie pueda decir que todas le afecten igual. Por poner un ejemplo obvio y de actualidad: puede escandalizar que tus hijos tengan que recibir la enseñanza en una lengua que no es la tuya pero dejarte indiferente que otros hayan estado obligados a aprender en la tuya, y no en la de sus familias. O te puede parecer inaceptable la represión en Venezuela pero saltarte las noticias sobre la de Colombia. Cómo administramos nuestra indiferencia nos sitúa políticamente.


Me parece evidente que somos más sensibles hacia unas injusticias que hacia otras.

 
P—De toda tu obra Mientras estamos muertos parece tu libro más íntimo, y también el más comprometido a nivel político en cuanto a que es un retrato crudo de la realidad de aquellos primeros años de la España democrática. Me gustaría preguntarte si en algún momento temiste que tu honestidad fuera excesiva, si te dio miedo poner estos cuentos en el mundo.

R—Por suerte es una preocupación que no me planteo mientras estoy escribiendo (ahí estoy a solas con mis historias y el lector es un fantasma que aparece solo de forma intermitente y se desvanece enseguida). El pudor o el temor de haber mostrado partes que preferirías ocultar solo surge a la hora de entregar al editor lo que has escrito. En ese salto no he hecho ningún cambio para matizar u ocultar. En cuanto a la parte política, me revelo igualmente en cualquiera de mis columnas de opinión, así que no, no me preocupa nada.

P—A pesar de que hay violencia y crueldad ¿sería correcto calificarlo como un libro sobre la importancia de los afectos en la conformación de la identidad y la mirada sobre el mundo?

R—Te confieso que no sé sobre qué habla este libro. ¿Habla sobre algo? En entrevistas y encuentros me esfuerzo por dar explicaciones, pero sería mentir decir que he pretendido hablar sobre un asunto concreto. Cuento historias y luego adquieren significado al ser leídas. De hecho, dada persona que lo lee pone el acento en cosas distintas. Hay quien dice que es un libro sobre la familia, otros sobre la clase social, otros sobre la escritura. ¿Sobre la importancia de los afectos? Puede ser, pero yo no lo había pensado.

P—¿Qué es lo que debe tener un buen cuento? ¿En qué no puedes permitirte fallar a la hora de escribir uno?

R—Lo único que de verdad me importa en un cuento es la atmósfera. Los personajes, la trama, las peripecias, un final impactante, la psicología... esos elementos pueden ser más o menos importantes en una historia determinada, pero sólo una atmósfera conseguida hace que funcionen. Esto vale tanto para la literatura realista como para la más experimental, para lo muy narrativo y para lo muy poético: hay un conjunto que nos absorbe y nos mantiene interesados en los detalles.


Lo único que de verdad me importa en un cuento es la atmósfera.

P—¡Tus cuentos están estéticamente muy cuidados! ¿Cuánto te importa la forma? ¿Eres muy autocrítico? Ligado a esto también me gustaría preguntarte por tu relación con tus libros ya publicados: ¿vuelves a leerlos?

R—Gracias, me alegra que notes ese cuidado. Sí, claro que soy autocrítico, pero nunca he conocido a nadie que diga que no es autocrítico y exigente consigo mismo, con lo que seguramente no hay que dar mucho valor a mi respuesta. Y la forma me importa, no solo por el placer que puede producir, que también, sino sobre todo porque no puedo desligarla del fondo: la forma que elijo marca el significado de tal manera que no puedo pensar la una sin el otro. »No releo mis libros salvo que sea necesario, por ejemplo, para una reedición. Cuando has pasado dos años con un libro, normalmente no te dan muchas ganas de regresar y permanecer ahí sumergido. La propia voz puede llegar a cansar.

 
P—En tus novelas juegas con algunos recursos del cuento y en el cuento amplías las fronteras del género para trabajar con la continuidad que ofrece la novela. ¿Cuánto hay de experimental en tu oficio?

R—Suelo decir que yo no experimento, tan solo busco la manera de contar más adecuada a lo que estoy escribiendo. Y eso me lleva a probar distintos caminos, a cambiar de recursos de un libro al siguiente y, cada vez más, a mezclar lo propio de distintos géneros.


«Mientras estamos muertos», de José Ovejero (Páginas de Espuma)
"«Mientras estamos muertos», de José Ovejero (Páginas de Espuma)"

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