María García Zambrano: «Quería impedir que ganara la muerte, por eso armé al Amor con palabras»

Entrevista a María García Zambrano, autora de «Esta ira» (Vaso roto).

La poeta María García Zambrano
La poeta María García Zambrano

En su libro Esta ira (Vaso Roto), María García Zambrano nos ofrece una visión contundente de la grisura de la vida. La paz interior, la aceptación de una realidad terrible, el acogimiento de la belleza en esa realidad son algunos de los asuntos que importan a la voz poética: madre que escribe frente a la impotencia de ver a su hija herida. Un poemario rotundo, que nos habla sobre las muchas soledades de las desplazadas, sobre las dificultades para ser parte de un mundo que corre y donde las peculiaridades y las vidas especiales no caben. He tenido la suerte de conversar con la autora sobre la escritura desgarrada de este libro. ¡Es brutal la luz que despiden sus palabras! ¡Que nadie se pierda este poemario estimulante! Aquí puedes leer la reseña de Bestia Lectora.


Un poemario rotundo, que nos habla sobre las muchas soledades de las desplazadas.

P—¿Cuál fue el detonante que te llevó a escribir Esta ira?

R—Este libro se iba a llamar El amor y la ira y el primer poema que escribo es el último, la coda, que tiene más que ver con el amor, si te fijas… Pero pronto llegaría ese malestar que fue el detonante para la otra parte, y que comienza con Escena del primer verano. Ese texto nace de una situación muy concreta y muy real: la primera vez que llevo a mi hija a un centro de parálisis cerebral, en Jerez, donde vive mi familia, para que le den sesiones de estimulación en la piscina. Era muy bebé, tendría un añito y medio, y entrar en aquel lugar me impactó y me dio una medida muy real de lo que sería nuestra vida... Además, me acompañaba mi madre que, aunque es muy fuerte, imagino que también lo vivió como algo muy duro. Aquel verano empecé a tener esa sensación de soledad… y ahí empezó la ira.

P—«Gratitud a los huesos que soportan este astillarse», escribes. Me sorprende el agradecimiento a pesar de la herida. ¿Nos hemos acostumbrado demasiado a exigirle más y más a la vida y agradecemos poco?

R—El agradecimiento es fundamental. Y sí, hay que agradecer la herida también, todas las circunstancias que acontecen forman parte de la vida y suceden por alguna razón, están ahí para que una transforme algo… Esto lo enseña el budismo que practico, y yo intento llevarlo a cabo y ser coherente. Pensar que la vida está exenta de sufrimiento, de enfermedad, de dolor, de obstáculos… es vivir en la ignorancia, en la ilusión… Mi maestro, Daisaku Ikeda, pensador que ha recorrido el mundo entablando diálogos con muchas personas de distintas culturas, condiciones sociales, y que con más de noventa años ha vivido circunstancias muy duras, afirma que el agradecimiento y la alegría multiplican nuestra buena fortuna, y habla de esa alegría entre las alegrías, de esa alegría profunda que viene del hecho de vivir.


El agradecimiento y la alegría multiplican nuestra buena fortuna.

P—María, en tu libro visibilizas la realidad de una madre que convive con la enfermedad y la posible muerte de su hija. ¿De qué forma esta experiencia tan brutal ha transformado tu experiencia como mujer, y en qué cosas de tu escritura se revela?

R—El nacimiento de mi hija, independientemente de su enfermedad, ya me transformó como mujer. Para mí fue algo físico y muy animal también… Antes de quedarme embarazada yo era una persona muy mental y no atendía a mi cuerpo… Sin embargo, la experiencia de gestar a Martina fue muy fuerte. Fui consciente de que Martina estaba dentro de mí y, te confieso, que no esperaba los cambios que se produjeron... Después nació, por cesárea, y fue como si me la arrancaran, literalmente, y sentí dolor físico, la cicatriz, el frío del quirófano, la punción… pero también un dolor emocional nuevo y extraño... Estuve un día sin verla, no podía tocarla apenas porque fue a una incubadora… Sentí que me había vuelto animal, a la vez que mi mente iba a mil por hora con el miedo, la angustia... Sacarme la leche con el sacaleches, por ejemplo, con el dolor que eso suponía, los olores, el instinto agudizado… Y algo, que me sigue sucediendo, sentir un vínculo tan fuerte que cuando ella tose a mí me dan ganas de toser… Y toda esa experiencia vital, todo ese dolor y ese amor, y luego esa ira y la gratitud, y el agotamiento extremo, y la decepción ante los comportamientos de las otras… todo eso que me ha atravesado en esta última década ha ido a parar a la escritura como algo sustancialmente inseparable de quien soy… En el libro que he escrito después de Esta ira se ve muy bien, el intento de que el cuerpo de Martina hable en la página, de que mi lengua materna, mi hija y la palabra sean en el texto… Es algo que me cuesta mucho explicar, Hélène Cixous lo hace muy bien en La llegada a la escritura, y yo he experimentado eso. Un cordón umbilical que nos une a Martina, a mí, a mi madre, a mi lengua, a la escritura…

P—Una madre que convive en el peor miedo de todos y que, sin embargo, se aferra a la esperanza que habita en las pequeñas cosas. ¿Siempre tuviste esa forma de entender la vida, fijada en el aquí y el ahora?

R—Cuando mi hija nace, hace diez años, yo llevaba otros diez con la práctica del budismo y había estudiado teóricamente el tema de la muerte, el karma… En la organización a la que pertenezco, la Soka Gakkai, se profundiza en conceptos que son clave para entender la vida, y a mí la filosofía budista siempre me había interesado… Así que en el momento en que Martina nace siento como si se reactualizaran todos los archivos que tenía en mi cerebro, mis estudios en Japón, las orientaciones de mi maestro… Y la fe que tenía, por supuesto. Como dije antes, por un lado estaba lo que sentía a nivel físico, brutal, pero mi mente iba a toda velocidad… Y era el momento para que lo que estaba en mi mente pasara a mi corazón, a mi cuerpo, a todo mi yo. Y sucedió. No voy a decir que el dolor no estuviese ahí, que el miedo no me despertara a mitad de noche… Pero cuando tienes fe puedes transitar la enfermedad de otra manera. Y te aferras a la vida, al presente, porque la muerte ya la has visto, y sabes que puede venir. Pero por eso mismo, aprendes a valorar cada instante de vida y, como antes te comentaba, a agradecerlo.




P—La soledad es uno de los temas que más trabajas en este libro. Háblame de ella. ¿Por qué te interesa esta experiencia, qué potencial le ves desde el punto de vista literario?

R—La soledad es la matria de quien escribe, no se puede crear sin ese espacio donde te desnudas, y no es una soledad física. En este libro hablo de una soledad en comunidad, paradójica casi. Estás rodeada de personas, de buenas personas y, sin embargo, pasas horas y horas con tu hija en el salón de tu casa, nadie viene a visitarte… La soledad del hospital, la soledad de la enfermedad, la soledad del outsider, la soledad de la extranjera… La enfermedad te obliga a aislarte, lo vimos en pandemia. Algunas personas viven en un confinamiento varios meses cada año, por su estado de salud… Esa soledad en ciudades superpobladas, es terrible.

P—«Bien dicha, la palabra Amor desgarra el cielo». La palabra Amor es poderosa y se aparece una y otra vez en Esta ira, ¿lo que más duele podría ser también lo que mejor nos enseña?

R—Hay un texto budista que habla de un navío para atravesar el mar del sufrimiento… Esa imagen del navío que no se detiene es bellísima, y para sentir el océano en calma y, sobre todo, apreciar esa calma, hemos tenido que atravesar la gran ola… Me he puesto muy cinematográfica, pero en realidad es la vida misma. Cada persona transita su propio dolor, no creo que haya nadie que no sufra. La medida de lo que duele se la damos según la capacidad y la comprensión que tengamos para entender qué es la vida. Mi hija está enferma, sí, pero en esta parte del mundo, con una medicina pediátrica excelente, en unas condiciones económicas que me permiten cuidar de mi pequeña, mi casa está adaptada, el colegio es extraordinario, he podido seguir compaginando mi trabajo de profesora con la literatura… y tengo fe. Como escribió y cantó Violeta Parra, «gracias a la vida». He descendido a lo más oscuro, como cuando Orfeo bajó al hades a por Eurídice… pero yo he regresado con mi niña en brazos, y viva. Además, la poesía me permite transitar ese descenso. No puedo pedir más.


Cuando tienes fe puedes transitar la enfermedad de otra manera.

P—La realidad del mundo se desdibuja ante la realidad íntima, donde el dolor y el sacrificio maternal ante la enfermedad de la hija desbordan el lenguaje. Por momentos esa voz poética también mira con cierta perplejidad su propia historia, y entonces aparece la ira y la impotencia. ¿Qué ha supuesto para ti escribir este libro? ¿Qué deseabas poner en palabras con este libro?

R—Desde que nació Martina mi escritura cambió hacia el lugar La hija o Esta ira, y la escritura, el proceso, fue casi enfermizo… (Escribí Diarios de la alegría, pero fue un proceso distinto…) Con La hija no dejaba de escribir, en el hospital, por la noche, a todas horas, en todos los lugares… La escritura me permitía metabolizar lo real, transitar ese descenso del que te hablaba, hacerme preguntas, hablar con mi hija, cuestionar la realidad, crear una nueva realidad… La poesía de estos libros se convirtió en una pulsión de supervivencia. También el trabajo de corrección, relecturas… En algunos casos fue obsesivo. Con Esta ira estuve años y años corrigiendo el mismo poema. La poesía tenía que ser esa extensión de mí que no podía salir de mí. No sé qué quería decir con las palabras... Yo quería quitarme la rabia, dignificar a mi hija y que mi hija existiese más allá de su enfermedad, que mi niña volara y estuviese conmigo, viva. O como dice Hélène Cixous, yo quería impedir que ganara la muerte, por eso armé al Amor con palabras…


No sé qué quería decir con las palabras... Yo quería quitarme la rabia.

P—¿De qué forma piensas el dolor? Lo que intento preguntarte es si ves el dolor como la posibilidad para aprender algo (esa idea de que las cosas nos ocurren para que convirtamos la experiencia en algo productivo) o simplemente como una circunstancia totalmente azarosa (esto de que no hay una razón para que ocurran las cosas).

R—Mira, hay una carta que el monje japonés Nichiren Daishonin le escribe a su discípulo Shijo Kingo que estaba en una situación muy delicada, hablamos del año 1276, y que justamente se titula «Felicidad en este mundo», y le dice esto: Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿No sería esto experimentar la alegría ilimitada de la Ley? Fortalezca más que nunca el poder de su fe. Cuando se habla de la Ley, se refiere a la Ley mística de causa y efecto que se explica en el Sutra del Loto. Todo tiene un sentido, todo. Eso es en lo que yo creo. Mi hija me ha elegido (eso dice el budismo que practico), tenemos una relación kármica. Ella ha venido a este mundo para cumplir una misión y nada va a impedir que sea feliz (entendida la felicidad a la manera del budismo de Nichiren…). De hecho es una niña que sonríe muchísimo… Esa es mi fe. Te invito a que investigues…

P—En «Amar» y «Esta ira» hay cierta homogeneidad en la forma, pero luego noto un quiebre. «Las hermanas» y «Belleza…» son más teatrales. ¿A qué se debe este giro estético?

R—El libro se escribe en distintos momentos y como he comentado, el texto que se titula «Escena del primer verano» es uno de los primeros que escribo, y en el que necesito introducir todas las voces que forman parte de ese diálogo que se ponen en juego en la manifestación de mi «ira»… Muchas veces los asuntos o las pulsiones requieren sus propias formas, y en este libro la ira necesitaba esta estructura más teatral, que entraran en escena personajes interpretando esos papeles donde la ira nace… Porque a priori no es una ira personal y solitaria, es una ira en contra de, frente a…



P—¿Qué te interesa que no falte en tu poesía?

R—El equilibrio entre la emoción y un buen trabajo con el lenguaje. Que la poesía se sostenga sin necesidad de mí, y que pueda seguir sucediendo más allá de la página, que se proyecte y se reactualice y cobre sentidos distintos a partir de las distintas lecturas…

P—Si bien tratas un tema muy personal de fondo hay una exploración de la naturaleza humana y de los misteriosos lazos que podemos trazar con otras criaturas. ¿Te preocupa que el libro pueda leerse desde una perspectiva netamente autoficcional?

R—Ese era un miedo que me atenazaba, y quien me conoce sabe que he luchado mucho, revisando y cuestionándome estos libros, porque no me interesa «contar mi historia»… Aunque sé que esta poesía nace de una historia muy concreta y personal… Pero si el libro no dice nada a alguien que no sabe de mi hija… si no despierta reflexión o emoción sobre lo universal… he fracasado.


Si el libro no despierta reflexión o emoción sobre lo universal he fracasado

P—¿Hay algún libro que te haya acompañado en los momentos de mayor oscuridad?

R—Los escritos de mi mentor, que es filósofo y poeta, Daisaku Ikeda, son mi guía en esos momentos más oscuros. Además, María Zambrano me ayuda a situarme en un lugar de claridad poética… Luego hay tantas poetas que he tenido cerca en estos años que sería difícil nombrarlas a todas… El Réquiem de Ajmátova me ha acompañado mucho. Adrienne Rich, Emily Dickinson…


P—¿Te ha salvado la poesía alguna vez?


R—Sí. Cuando decidí irme a Buenos Aires a buscar a Pizarnik en el 96, la poesía me salvó de la gran confusión en la que estaba… Cuando estudiaba los cursos de posgrado en París, y me pasaba las tardes sola en una habitación minúscula de la Rue de Grenelle, la poesía me salvó de la soledad. La escritura de La hija, cuando nació Martina y pasábamos tantas horas en el hospital, me salvó del dolor. La escritura de Esta ira, cuando era tan difícil aceptar la realidad, me ha salvado de mí misma.


«Esta ira», de María García Zambrano (Vaso Roto)
ESTA IRA / MARÍA GARCÍA ZAMBRANO / VASO ROTO

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