Siempre pienso en aquello que le escribió Anne Sexton a Linda Gray. «Escribí siendo infeliz pero he vivido a tope». Toda la tristeza que muchos encuentran en esta frase en mí es luz. Porque pienso que asumir la infelicidad es una de las actitudes más valientes que se pueden tener en esta vida, y, al menos para mí, la única manera de disfrutar de lo pequeño que cada día nos trae. Este verano, cambiemos la infelicidad por el goce de la lectura, ¿qué les parece? Para ello, vengo a proponerles cinco poemarios que creo podrían iluminar esos rincones turbios de la existencia, donde la alabanza de lo pequeño y del Ahora está muy presente.
Libros recomendados
1. «Jardín», de Jeymer Gamboa (Liliputienses)
¿Qué nos acerca a la naturaleza? ¿De qué manera observando el mundo de los otros sintientes podemos comprender nuestro universo interior? Estas son algunas de las preguntas que planean sobre Jardín de Jeymer Gamboa (Liliputienses), una obra poética que destaca por la combinación de un conjunto de imágenes coloridas que se asientan en un lenguaje minimalista.
Jardín explora nuestros vínculos con lo que nos rodea utilizando el jardín como una metáfora central, desde la cual se extrapolan ideas e imágenes en torno al descubrimiento de la propia identidad y la capacidad de transformación que todos tenemos. En ese contexto cabría señalar que es un mensaje de amor enviado desde una recién estrenada paternidad que parte del deseo de hacer de este mundo un sitio mejor y frondoso, y capaz de acoger a esa persona amada.
Es fabulosa la forma en la que el autor consigue plasmar momentos efímeros y dotarlos de una fuerza imponente que termina convirtiéndolos en ineludibles hitos en la memoria. La belleza y la fragilidad de la vida son dos elementos que están apareciendo todo el rato, así como también los estrechos vínculos que nos acercan a la naturaleza; a través de todos ellos se plantea la idea de que el mundo que nos rodea y nuestro propio mundo interior se encuentren completamente entrelazados.
Otra peculiaridad del libro es la forma en la que la voz poética va evolucionando, plasmado mágicamente a través de la transformación estacional del jardín, un cambio que es físico pero también interior. Sin embargo, me atrevería a decir que el gran tema de la obra es la temporalidad y la memoria. El autor explora los límites del tiempo y la forma en que los recuerdos van modificando nuestra forma de percibir el presente.
A través de un lenguaje contemplativo donde se nota el empeño por la economía del lenguaje, Gamboa consigue que las palabras, cada palabra, esté dotada con un potencial que resuena en nosotros. El uso del jardín como símbolo es particularmente efectivo, ya que permite múltiples interpretaciones e identificaciones, a la vez que nos llena la memoria de belleza. La universalidad de los temas tratados y la claridad con la que se presentan hacen de esta obra una lectura relevante y conmovedora. Un poemario escrito con ternura, con miedo y con la sensación del amor cuando nos desborda.
La casa está en silencio. Vos y tu mamá aprovechan para tomar una siesta
Poemas sobre el instante que ilumina toda la existencia |
2. «Harina en vuelo», de An Lu (Eolas Ediciones)
La experiencia de la migración condiciona el lenguaje, y en cada poeta esa transformación se expresa de forma diferente. En el caso de An Lu se puede percibir en la elección de una lengua fracturada, que hace pie en el cuerpo y trata desde ahí de tocar el infinito. Ya lo pude percibir en Es tirar el dado (BajAmar Editores) y lo confirmo en este poemario deslumbrante: Harina en vuelo (Eolas Ediciones), donde nos ofrece una reflexión sobre la infinitud del aliento vital, que se interrumpe en nosotros pero sigue presente en las palabras.
An Lu se asoma a los detalles pequeños de la existencia para ponerlos en el centro de la supervivencia: como migas de pan que nos permiten avanzar, construir, crear. Y lo hace a través de un libro cuya sorprendente forma no sólo adhiere a lo fragmentario, como decía, sino también a lo visual: imágenes que se solapan y van construyendo un inmenso palimpsesto de colores, intensidades y emociones. La mirada poética de An Lu es hipnótica y consigue que el lenguaje nos atraviese y nos retrotraiga a las emociones primigenias, donde todo lo que sabíamos era polvo incandescente en el aire.
Hay una peculiaridad que quiero destacar: la forma en que la poeta incorpora la violencia del sistema a su discurso, la ambivalencia del comportamiento humano y los mecanismos personales de superviviencia y de azar que conducen a la luz. En ese sentido, estamos frente a un poemario que explora con acierto asuntos como la identidad y la migración, en los que juegan un papel fundamental el desarraigo y los desvíos de la memoria a la hora de contar la (im)pertenencia.
Ya desde el título el libro nos habla de la fragilidad y la ligereza de la existencia, algo que encaja perfectamente en el perfil de las personas migrantes, que no estamos en ningún sitio y a la vez estamos en todos aquellos donde hemos vivido, ¿quizá alude aquí la autora a esa idea de la energía que no desaparece? Así, la harina, ese elemento básico y fundamental de nuestra alimentación, podría estar representando la esencia de lo cotidiano, siempre en movimiento, siempre incierto, transicional. Y en ese ejercicio de movilidad la inestabilidad y el riesgo terminan convirtiéndose en señas de identidad.
An Lu demuestra una maestría en el ejercicio de la escritura poética, capaz de transformar las imágenes más sencillas en estacas que se nos clavan en las tripas y nos devuelven al día cero. Cada poema de este libro nos invita a pensarnos y, sobre todo, a volver a la pregunta naciente de la identidad y la posibilidad (o no) de arraigo siendo migrantes.
Aunque el punto de partida de estos poemas es la experiencia personal de la migración, An Lu trabaja con la identidad colectiva de la diáspora. Encontramos imágenes contundentes que surgen de la experiencia del desarraigo personal y plural, así como también un canto rotundo a la multiculturalidad y el mestizaje, tan necesario en estos tiempos que corren. Valiéndose de una estructura minimalista la autora construye un poemario donde cada poema es la pieza de un gran rompecabezas; es decir, las imágenes conforman al final un mapa desaliñado y bello de palabras y espacios donde florece ese hogar tan inasible como la harina siendo llevada por el aire.
La cicatriz/ nos separa// ampara/ tus palabras/ necias
Un poemario sobre la construcción de la memoria y el lenguaje |
3. «La ingravidez que somos», de Antonio Ríos (Ediciones Vitruvio)
¿En qué punto se acercan la física y la alquimia, y cuánto hay en la realidad de cada una de ellas? Partiendo de estas inquietudes Antonio Ríos da vida a La ingravidez que somos (Ediciones Vitruvio), un poemario en el que intenta encontrar una respuesta a las preguntas fundamentales en torno a la experiencia vital: ¿qué es vivir? ¿qué es el placer? ¿de qué fluidos se compone la memoria?
La naturaleza efímera y transitoria de la existencia humana es quizá el elemento central de estos poemas, donde la introspección y el empeño de un lenguaje lírico le permiten al poeta capturar la esencia de nuestra fragilidad, que tiene que ver fundamentalmente con nuestra manera de percibir la realidad y el tiempo. De hecho, la idea obsesiva que se repite nos devuelve a las inquietudes en torno al pasado que no podremos recuperar y que, sin embargo, podemos sentir vivo a través de la memoria y del lenguaje.
Desde las primeras páginas, el autor nos sumerge en un mundo donde lo cotidiano se entrelaza con lo etéreo, creando una atmósfera de introspección y melancolía. El título mismo, La ingravidez que somos, podría remitirnos a esa idea de la experiencia vital como algo en estado de suspensión, como si fuésemos bailarines etéreos en una danza que se desarrolla en la frontera precisa entre el mundo tangible y el mundo de los sueños o de la imaginación. De este modo, podríamos pensar esa ingravidez como una metáfora perfecta del desapego a la materia, es decir, del deseo de mantenernos flotando sin un ancla firme, de existir en un espacio liminal donde las certezas se desvanecen.
Al igual que en Horizontes verticales (Ediciones Algorfa), Antonio Ríos apela a un lenguaje por momentos lírico y en otros más prosaico, y que cuenta con un tono autorreferencial y una atención meticulosa a los detalles y a la belleza de las pequeñas cosas. A través de descripciones vívidas y emotivas, Ríos nos recuerda que en la aparente simplicidad de la vida cotidiana reside una profunda complejidad y un constante devenir. Y aquí aparece una idea reincidente en el libro: el paso del tiempo. Nuestra percepción de nosotros mismos y de los otros provoca una mirada sobre la memoria y sobre el paso del tiempo que definen nuestra relación con la realidad. Es, en definitiva, un libro que nos invita a apreciar la delicada ingravidez de la existencia.
Cruje la luz:/ una falla en la sombra./ Ya no soy yo
Un poemario que destaca la fragilidad como un poder |
4. «Mansedumbre de la piedra», de Emilio Muñiz Castro (Tigres de papel)
Mansedumbre de piedra de Emilio Muñiz Castro (Tigres de Papel) es un poemario bellísimo que nos lleva a través de un recorrido por el paisaje de la realidad para observar y destacar los diversos elementos que hacen posible la materia. La mirada se apoya principalmente en aquellas cosas que parecen insignificantes y yertas pero que, curiosamente, en su esencia primigenia contienen la chispa de la vida.
Uno de los aspectos más destacables de este poemario es la capacidad de su autor para explorar la dualidad entre la dureza y la suavidad, entre la permanencia y la transformación, entre lo seco y lo húmedo. Y en esta indagación, la piedra aparece como una poderosa metáfora sobre la condición humana, tan tosca y, al mismo tiempo, tan maleable. De hecho, en el propio título parece que el autor sugiere una paradoja que se explora a lo largo de la obra: la piedra, que es símbolo de resistencia y durabilidad y, al mismo tiempo, de quietud, serenidad y mansedumbre. El tiempo avanza y la piedra sigue allí, inmutable pero, si nos acercamos a observarla con atención, veremos que no está intacta, las fuerzas de la naturaleza han transformado sus aristas y han dejado a la intemperie la vulnerabilidad de sus capas internas. Creo que ésta, la idea central del libro, está planteada con absoluto acierto.
En el lenguaje de Emilio Muñiz podemos encontrar una gran capacidad para trabajar los detalles y los sentidos. Los poemas son áridos, suaves, húmedos, como si pudiéramos rozar la textura de las cosas. Asimismo, cada frase está cuidadosamente construida, ofreciendo un ritmo pausado que nos permite sumergirnos en la meditación sobre la naturaleza de la existencia y el paso del tiempo. Compuestos en forma de viñetas o pequeñas anécdotas, los poemas conforman un gran mosaico que indaga en torno a las emociones y la experiencia de la vida. La naturaleza y la experiencia humana son dos elementos que aparecen constantemente y le sirven al poeta para plantear preguntas importantes. Las descripciones de paisajes, rocas y montañas no son meros escenarios, sino que se convierten en ideas sensoriales que reflejan en su cualidad material el interior sensible de las personas.
Esta sensación de ideas concatenadas se ve reflejada también en la estructura del libro, que es completamente fragmentaria: en cada lectura los poemas adquieren nueva significación gracias a este acertado estilo. Las preguntas filosóficas más importantes de la existencia se ven reflejadas aquí en imágenes e inquietudes sobre la dualidad de la vida y la eterna danza entre la resistencia y la aceptación. Un libro bello y melancólico con una pregunta necesaria y casi imposible de responder en torno al funcionamiento de la vida y el lugar que ocupa la poesía en todo esto.
Abiertas en canal/ las palabras/ están des-habitadas
Los elementos como punto de partida para explicar los sentidos |
5. «Lo que uso y no recomiendo», de Gustavo Yuste (Liliputienses)
Escribir un poemario sobre el consumo. Ésa parece la gran premisa que dicta estos poemas de Gustavo Yuste. Un libro interesantísimo y bello, que puede leerse como un catálogo de cosas inútiles. La escritura sarcástica y el tono a veces desprendido hacen de este poemario un ejercicio fascinante de escritura poética.
En Lo que uso y no recomiendo Gustavo Yuste consigue combinar con acierto humor, ironía y una observación aguda de la vida cotidiana. Una de las cosas que más me han impactado es la construcción de una voz poética contundente, a ratos dulce, a ratos dubitativa y por momentos empujada con rabia. A través de ella, el poeta propone una serie de poemas que examinan los objetos, hábitos y situaciones de la vida moderna que, aunque forman parte de nuestra rutina diaria, pueden no ser tan beneficiosos o recomendables.
Si intentamos desentrañar el sentido del título podríamos pensar en las experiencias, obsesiones, objetos e ideas a los que nos aferramos y que, aunque no tengan un valor comercial, pueden salvarnos. En ese sentido ofrece una reflexión ambigua sobre ellos para pensar con detenimiento en todas aquellas cosas que valoramos en exceso (y que en realidad no tienen valor alguno) y todas aquellas que pasan desapercibidas y no valoramos (pero que son las que nos ayudan a construir nuestro propio camino y a salvarnos de alguna manera). La honestidad de la voz poética a la hora de plantear este catálogo de cosas materiales y abstractas es una de las cualidades que no me quiero dejar fuera, porque haciendo un buen uso del sarcasmo, el poeta consigue parodiar y reírse de esa actitud que sostenemos con esmero de haber venido al mundo a hacer algo importantísimo.
Yuste trabaja con acierto la idea del desencanto, que se ve plasmado en la desilución en torno al progreso y que se manifiesta a través de un mundo cada vez más superficial y consumista. Y aquí viene algo interesantísimo: si bien podría hacerlo con un realismo dramático, se decanta por la ironía y ofrece una crítica al absurdo de la vida contemporánea a través del humor, incorporando a esa mirada perspicaz una crítica absoluta a nuestras prioridades e ideales. Este humor se ve plasmado a través de un lenguaje directo y coloquial, lo que hace que su poesía sea plausible de ser interiorizada con facilidad. A su vez, su estilo conversacional nos permite zambullirnos en un diálogo íntimo con el poeta para observar esos objetos inútiles. La simplicidad del lenguaje no resta profundidad a los temas tratados, sino que, por el contrario, potencia la resonancia de sus observaciones y críticas.
Y vuelvo al uso de la ironía, que es lo más destacable del libro: a través de ella el poeta se permite ser crítico pero eludiendo olímpicamente el moralismo, ¡maravilloso! Sus poemas ofrecen una visión desmitificadora de la vida cotidiana y, en última instancia, suponen una invitación a reflexionar sobre nuestras propias elecciones y hábitos. De este modo, tenemos una obra que combina reflexión, crítica social y humor de una manera que resulta tanto entretenida como iluminadora. Un poemario que parece detenerse al borde de la apatía y el desgano y que de una manera creativa consigue plasmar el carácter de una generación y de una época. Un poemario donde el lenguaje está en el centro, como debería suceder con todo libro de poesía.
Quizás el lenguaje sólo sirva/ para dar nombre/ y hablar sobre esas cosas
Una lista de cosas inútiles que tienen el poder de salvarnos |
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