Robin Myers: «Creo en la curiosidad como fuerza vital»

Cuatro preguntas para Robin Myers sobre «Poquita fe», traducido por Ezequiel Zaidenwerg-Dib para Kriller 71 Ediciones.

Robin Myers, autora de «Poquita fe» (Kriller 71 Ediciones) en una foto de archivo de LALT
Robin Myers//FOTO: Latin American Literature Today

Hay poetas que han sido tocadas por la gracia de la palabra. Esto se percibe no sólo en su capacidad para trabajar el lenguaje con precisión y hondura, sino también en su manera de explorar la experiencia humana desde la perplejidad y la conmoción que permite el poema. Robin Myers pertenece a este grupo. En Kriller 71 Ediciones, podemos disfrutar de sus libros más recientes, Lo demás, Tener y Poquita fe, traducidos por Ezequiel Zaidenwerg-Dib. Cualquiera de estos títulos es un destello de sensibilidad y lucidez, una invitación a habitar la poesía como un espacio de interrogación y asombro, una buena manera de entrar en la dimensión hipnótica de una autora brillante. En Myers, el poema siempre está nombrando lo que ya no está, podría estar o deseamos que esté. Te invitamos a adentrarte en la visión estética de esta fabulosa poeta a través de estas cuatro preguntas. ¡Qué regalo tenerla en las entrevistas de Bestia lectora!


La poesía como un espacio de interrogación y asombro.

P—Tu poesía siempre parte de detalles cotidianos pero alcanza una hondura política y filosófica que la eleva. Me gustaría preguntarte por tu manera de entender la observación poética.

R—Escribir, para mí, no es tanto una práctica de atención sino una aspiración constante a ella, un compromiso con ella. Si me mantengo abierta –si intento mirar, escuchar y acompañar con curiosidad– tengo la oportunidad de registrar momentos, imágenes e interacciones aparentemente inconexos, y de sentir cómo la imaginación busque conectarlos. Así también se me ofrece tanto la posibilidad como el desafío de saberme involucrada con lo que observo sin buscar protagonizarlo. Es desde ahí –desde un estado de atención y de involucramiento en el que ni se esconde ni se agranda el yo– que quiero escribir.

P—Escribes: «Hay tantos organismos/ que vuelven a brotar en primavera/ ¿En dónde se refugian, cómo/ hacen para confiar/ en que van a sobrevivir?» Si bien toda tu poesía es un canto de luz, creo que en este libro se nota con mayor claridad esa esperanza, pero también aparece con mayor contundencia la duda, ¿podría ser?

R—Totalmente. Igual, me sigue costando definir ambas cosas: ¿esperanza de qué? ¿duda de qué? Me resulta muy claro que la vida está marcada –desde cerca o desde lejos, pero igual e inescapablemente marcada– por un sinfín de crueldades y horrores, y también por la inevitabilidad de la pérdida personal. Me parece igual de importante reconocer que la esperanza –o la fe, o incluso la confianza; tal vez ésa sea la palabra que más me guste para hablar de esto– exista no a pesar de la desolación sino con ella. El amor en todas sus formas, la comunión con otres, el deseo de cuidar lo vivo entre nosotres: creo en todo eso, y no por ello se me quita la duda. Creo en la curiosidad como fuerza vital más allá de toda certeza, creo en el asombro por encima de la alegría, creo en el misterio de lo que se transforme cuando se pierde algo. Supongo que me llamaba explorar algo de esa simultaneidad en los poemas de Poquita fe.

P—Hay una conciencia muy marcada del cuerpo en tus poemas, pero también una sensación de desplazamiento, como si habitar el cuerpo fuera un proceso inacabado. ¿Cómo piensas la relación entre cuerpo, identidad y lenguaje en tu escritura?

R—Pienso justo lo que dices: que habitar el cuerpo es un proceso inacabado, inacabable. El cuerpo en sí, por supuesto, está siempre cambiando: de forma, de textura, de edad. Se expande y se reduce, se accidenta y se sana, se adapta o se resiste a tal clima, tal alimento, tal susto o consuelo. Y un cuerpo que migra es un cuerpo que cambia. Nuestra forma de hablar –el acento, por ejemplo, que en mi caso sigue cambiando todo el tiempo y de manera muy evidente cuando hablo en español, y me imagino que de manera más sutil en inglés, mi llamada lengua materna– vive en el cuerpo. Es un rasgo físico en perpetua transformación. Cuando escribo, intento nunca dar por sentado lo que signifique tener una “voz”, ni que esa voz sea una sola, ni que esa voz sea intrínseca o inmutablemente propia. Está marcada por el contacto con otras voces, cuerpos, lugares y formas de habitarlos; va cambiando junto con mi cuerpo, y con lo que me toca vivir, y también con el esfuerzo de entender de dónde vengo, cómo llegué a pensar como pienso, qué y quiénes me enseñaron y me siguen enseñando a hablar.

Cuando escribo, intento nunca dar por sentado lo que signifique tener una “voz”.

P—Tu poesía está atravesada por una delicadeza que no es ingenuidad, sino una forma de resistencia. ¿Crees que la ternura puede ser un gesto político?

R—Un gesto, sí, en el sentido de un recordatorio de lo que siempre está en juego, lo que siempre se puede perder o destruir, lo que siempre urge cuidar y cultivar y compartir. Al mismo tiempo, no creo que la poesía, ni el acto de escribirla, sea una forma de resistencia. O sea, me importa mucho distinguir entre la escritura, por más politizada que sea, y el activismo. Una cosa es escribir un poema comprometido con la ternura; muy, muy otra es organizarse con otres y poner el cuerpo para defender los derechos humanos o el extractivismo, para protestar el genocidio en curso, para solidarizarse con vecines vulnerades por políticas xenófobas, racistas, transfóbicas. La ternura es esencial para vivir y para recordar por qué y cómo hacerlo. La poesía es sólo una forma entre muchas otras de expresar esa urgencia, esa vitalidad. Pero según lo veo yo –esto digo a veces con vergüenza y siempre con un respeto al borde de la reverencia hacia quienes sí la ejercen– resistencia no es.


«Poquita fe» de Robin Myers (Kriller 71 Ediciones), traducción de Zaidenwerg-Dib
POQUITA FE. ROBIN MYERS. TRAD. EZEQUIEL ZAIDENWERG-DIB. KRILLER 71 EDICIONES. 2024

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