«Cielo adentro», de Valeria Correa Fiz (Isla Elefante)

El poema, el umbral y el instante. Correa Fiz lo ha vuelto a hacer.

Portada de «Cielo adentro» de Valeria Correa Fiz (Isla Elefante)

Todo poema es una exploración del lenguaje. Esto lo sabemos y quienes nos dedicamos a la escritura poética intentamos recordarlo cada vez que tanteamos la vida a través de la escritura. Lo que a veces olvidamos es que ese ejercicio es también un descenso al infierno que nos llevó, precisamente, a la escritura. El nuevo poemario de Valeria Correa Fiz, Cielo adentro (Isla elefante) parece escrito como el recordatorio de ese infierno, donde el paso por el purgatorio es la redención del yo y el paraíso termina siendo la posibilidad epifánica que enciende siempre el lenguaje. Lo he pensado mientras lo leía, siendo atravesada por la idea tremenda de la pérdida y del paso inexorable del tiempo. Un poemario que confirma la destreza, la sensibilidad y el talento de una de las autoras argentinas del limbo migrante más fascinantes de nuestro tiempo. ¡No se lo pierdan!



De Valente a Montalbetti pasando por Dante


Durante su estancia en Ginebra, mientras trabajaba como traductor para las Naciones Unidas, José Ángel Valente asistió a unos encuentros peculiares e informales sobre el pensamiento místico oriental (una de sus grandes obsesiones). Ahí se cruzó con la poesía de Ibn Arabi y Rumi, quienes reforzarían y ampliarían sus ideas en torno al lenguaje poético como vía de desposesión y acceso al silencio. La palabra como «espacio de tránsito» adquiere desde ahí una importancia cardinal en su obra. La palabra que no dice, articula "lo otro", funciona como un umbral entre la experiencia y el misterio. Valeria Correa Fiz parte de esta potencia en el ejercicio de la escritura y engrana sus poemas con fragmentos del poeta gallego con una intención estética lúcida y rigurosa. Un poemario que viene a confirmar lo que produce en nosotros el encuentro con la palabra, algo así como «el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre», que diría Valente.

El tejido interno del poemario tiene puntadas de intertextualidad que nos llevan a Mario Montalbetti —con su idea de que la ambición en el lenguaje debe tener una «parte de engaño, parte esperanza, parte verdad»—, T.S. Eliot, Blanca Varela, Mary Oliver, Mary Shelley y Basho —y sus asombrosas píldoras de brevedad luminosa—. La mirada de Valeria Correa Fiz se dilata frente a la realidad y deja entrar en su voz esas otras formas de mirar para nombrar con potencia lo que duele, lo que no debió pasar, lo que ignoramos. Se va construyendo palabra a palabra un telar grueso y luminoso donde las espinas engordan la trama por momentos, el poema como una forma de memoria, de decir "existí en otro tiempo, y era diferente". Esa melancolía de lo que no fue, las preguntas hipotéticas de lo imposible, están atravesando todos los poemas. Y en su camino de tejido vibrante y tremendamente vivo, no falta la sabiduría infernal de Dante: «No hay mayor dolor que recordar/ los tiempos felices desde la miseria». Creo que esos versos definen de manera perfecta el corazón de este nuevo libro de la escritora rosarina.

Quiero decir que este ejercicio intertextual es también metaliterario, puesto que nos invita a pensar en los caminos que encuentra la palabra para personarse en el poema, en los mecanismos interiores de la creatividad poética y, específicamente, en los gestos de la escritura para proyectar su luz sobre la herida. Un viaje del alma desde el error y las pérdidas (ese bendito infierno) hasta la apropiación y adquisición de estilo (en el purgatorio del trabajo poético) que deviene visión, unión con un plano que está por encima del yo pero que es todo instante (ese paraíso anhelado que estaba tan cerca).


Arriba y volver a la infancia


Ya desde su estructura, el libro se propone la astucia de pensar el revés de las cosas. El viaje de sentido es vertical pero lo que debe estar arriba aparece debajo y lo que por lógica debiera estar fuera está en el centro. Se nombra la sombra como aperos para la luz, el cielo que ilumina el espacio interior de forma total, la enfermedad como reverso de la edad rosada. Leemos: «El sol tenía, al parecer, prisa en bajarse». Y también: «caer hacia arriba y madurar hacia la infancia». Esta mirada desde el reverso de las cosas exige un acercamiento a ellas que obliga a intervenir la memoria a través de la palabra, consiguiendo cierta metamorfosis de identidad, la aparición en el poema del doble literario y la visión extremadamente dolorosa de la pérdida. Pero también es una forma nueva de acercarse al deseo, al instante, a lo que pasa tan desapercibido pero cuya estela es todo el combustible que necesitamos. En la otra cara del poema, se transparenta lo oculto.

Ese revés promueve la contradicción o, dicho de otra manera, la hace visible. Esa pregunta entre pensamiento y emoción, entre vida y literatura, entre luz y sombra. Lo que nos aleja. Lo que nos impulsa a la disociación. Lo que desarticula la voz de la experiencia. «Dividida entre noche y pensamiento», dice la voz poética. Ese umbral, que volviendo a Valente nos veríamos obligadas a pensarlo como origen y voz del poeta, es un espacio de posibilidad para la palabra pero, sobre todo, para la iluminación. En esa brecha entre infierno y paraíso, entre noche y pensamiento, entre voz y silencio, estaría la semilla de la palabra. ¿De dónde viene? ¿Desde qué estado de conciencia se escribe el poema? Preguntas que apelan, nuevamente a los mecanismos de la creación poética, y que en la poesía de Valeria Correa Fiz están apareciendo todo el rato.


Un poema de «Cielo adentro» de Valeria Correa Fiz (Isla Elefante)
EL POEMA COMO PROLONGACIÓN DEL INSTANTE

Todo en el instante del fuego


Cielo adentro se presenta desde sus primeras frases como un poemario que nombra lo que no encaja, que se sale del borde para nombrarlo con las palabras que no aparecen en la realidad. Podríamos pensar el título como un oxímoron que pone en la obra la desesperación de la pérdida (que también es alivio muchas veces). Se acabó el verano, y es el momento de reconstruirse. Aparece aquí el pedido de auxilio: «viajemos a la estación del armisticio/ para dejar el tiempo quieto». Ese estado de posibilidad anhelante es uno de los sellos mágicos de la poesía de Valeria Correa Fiz. El aquí y ahora como expectativa del poema. La indagación sobre la luz, como en el poema donde la voz se pregunta: «¿es posible en la alquimia del aire/ sostener la esperanza?»

Hay una pobre bestia sin habla. Toda escritura que pasa por el cuerpo, que pasa por el deseo, que atraviesa la memoria, que busca la redención, que pide la luz, que se esfuerza por ordenar todo eso que pasa por el cuerpo y que enciende el deseo. La cadena de emociones que se abren paso cuando leemos este libro. Esa pobre bestia sin habla, que tiene mucho de Frankenstein, como un personaje salido de una historia de Bolaño, con la torpeza y la belleza en el centro de su abismo. Pensamos poco en la forma en que la experiencia debe pasar por el lenguaje para convertirse en poema.

¿Desde qué lugar la voz poética puede ser cercana a la lectora sin ser del todo autoral, ocupando ese umbral, ese intersticio entre vida y literatura y dotar de sentido prolongado al decir? Este poemario es una visión que permite intuir un cuerpo sintiente que ha pasado por ese dolor, pero que ha conseguido desdibujado para proyectar toda la autoridad sobre el lenguaje. La voz poética no llega a ser del todo cuerpo, y ahí su magia. Tan creíble, tan vital, tan física, a pesar de todo. Me viene este poema: «¿Cuánto tiempo/ anduve tropezando en la memoria,/ reconstruyendo aquel infierno/ a mi medida». Y luego, la desesperación del hundimiento —«Si ya nada se puede fundar/ en este límite,/ ¿adónde hay que ir para rendirse?»— que nos sacude; y prestemos atención porque en esa frase de rendición hay también una pregunta, y en una pregunta siempre hay luz.

Toda poética es un posicionamiento político. En la poesía de Correa Fiz ese tejido a veces se traspapela con la potencia de sus versos. Y, sin embargo, podemos hilar muchas ideas. No voy a desgranarlas todas pero sí quisiera dibujar una pequeña posibilidad: sutilmente aparece Giordano Bruno, uno de los primeros que trazó esa idea de la manifestación divina a través de la naturaleza, de los gestos cotidianos de la vida (el aquí y ahora que intentamos rescatar de tanto dolor) y que se dirigió al infierno literalmente al atreverse a ampliar el horizonte del humanismo clásico e imaginar una cosmología dinámica. «(Los poemas no se escribe a ras del suelo)»; evidentemente, los de Correa Fiz tienen el vigor del vuelo ansioso de quien espera elevarse de todo lo conocido.


Portada de los tres poemarios de Valeria Correa Fiz
LA OBRA POÉTICA DE CORREA FIZ ES UNA EXPERIENCIA ALUCINANTE


El conjuro mágico del poema


Todo poema es una exploración del lenguaje. El desafío es conseguir darle a ese artificio un soplo de vida, crear el monstruo, una bestia que por primera vez habla. Y «Qué no/ dirás cuando no estoy,/ poema.// Qué extrañas/ direcciones (sentidos) conjurarán/ tus palabras». Este mapa de monstruos que es Cielo adentro ilumina de pronto la noche con las inquietudes más fascinantes que nos ofrece el contacto con la palabra, la posibilidad de la escritura, la sensación de que haber vivido era para esto. Dante se aferraba a la poesía como un medio de construcción moral, político y religioso; también Valeria Correa Fiz, aunque en su caso lo espiritual está estrictamente ligado a lo Maravilloso, al instante que se prolonga a través del lenguaje. ¿Qué deidad podría competir con la sensación de lo sobrenatural atravesando cada fibra del cuerpo?

Montalbetti hace nacer la palabra en ese punto de desvío o desajuste; donde la realidad se agrieta, la palabra late. En Dante la escritura funciona como un mapa que conduce al abismo y, en esa paradoja asombrosa, al mismo tiempo, nos salva. Valente leyó a Ibn Arabi y se dejó invadir por el asombro de la tajallī, la revelación divina que permite intuir en el lenguaje una dimensión secreta, donde el silencio opera como punto de fuga en el poema. Podríamos decir que el ejercicio poético de Correa Fiz sigue en esas líneas y contribuye con la exploración y desarrollo de un tejido amplio en torno a lo que se esconde en un buen poema.

Todas estas líneas de intención estética y creativa funcionan como vasos comunicantes de los poemas de Cielo adentro, generando fuertes descargas eléctricas que dan a su voz todo el sentido. Me gustaría resaltar que es un poemario que nos sumerge en el sentido pleno de las pérdidas dolorosas pero que, al mismo tiempo, enciende una mecha a través del lenguaje. El pensamiento del poema es la suma de aridez e iluminación. En un poema de Museo de pérdidas escribió Valeria Correa Fiz: «Alguien dijo que escribir es una forma de plegaria»; aquí nos ofrece nuevas maneras de rezar, para quienes creemos que no hay dios posible (o, con Stein, que todavía no hemos llegado al punto en que Dios existe) pero que encontramos esa tensión preciosa de lo invisible en la palabra hecha carne. «Pido,/ igual que la hoja vaporosa del drago,/ en mis manos sentir siempre la luz», leemos. Que así sea.


Portada de «Cielo adentro» de Valeria Correa Fiz (Isla Elefante)
CIELO ADENTRO. VALERIA CORREA FIZ. ISLA ELEFANTE. 2025

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