Virginia Mendoza: «Algunos estamos en movimiento simplemente porque aún no hemos encontrado el lugar que nos retenga»

Entrevista con Virginia Mendoza, autora de «Quién te cerrará los ojos» (Libros del K.O.).



Entrevista a Virginia Mendoza en Bestia Lectora
Foto: Virginia Mendoza

Con un pie en Delibes y otro en la tierra reseca y en los pueblos mansillados por el capital, Virginia Mendoza nos ofrece en Quién te cerrará los ojos (Libros del K.O.) una reflexión en torno a las históricas formas de volver al campo y los mecanismos estatales por hacer de la tierra un terreno fértil de explotación mercantil. En ese panorama, Mendoza viaja y conversa con los verdaderos protagonistas y nos ofrece un ensayo donde la imaginación y el humor no se quedan fuera. En nuestra charla me cuenta que la semilla del libro es su interés por escarbar en las formas de arraigo que existen. Conversamos también aquí sobre esa fuerza del viaje y del retorno, que siempre es hacia delante.


P—Aunque el éxodo rural se presenta como el tema de raíz de Quién te cerrará los ojos, hay otros asuntos que pueden intuirse en la lectura. ¿Cuáles son los temas que más te preocupan y sobre los que quisiste hablar?

R—En realidad el éxodo rural no es más que trasfondo en estas historias. Lo que me interesaba abordar era el arraigo, tanto desde lo antropológico como desde lo periodístico. Era una cuestión personal, además, porque me he sentido desarraigada desde que tuve que dejar mi pueblo a una edad en la que no pude elegir. Pero, sobre todo, porque vi a mi abuelo preparar su tumba para asegurarse de que lo enterrarían en su pueblo. Necesitaba saber qué empujó esa necesidad suya y él ya no estaba: así que busqué a otros que pudieran darme alguna pista sobre la necesidad de morir donde se nace, tan arraigada aún en su generación. Y me pareció que podía abordar el arraigo contando historias de personas que se resisten a dejar su pueblo, pero también las de aquellos que se proponen reactivar un pueblo desde cero, que son quienes aparecen en la segunda parte del libro. Me interesaba también la soledad o más bien las diferencias entre la soledad forzosa y la voluntaria o cómo pueden incluso llegar a transformarse la una en la otra.

P—Vas desde el escándalo de Spanish Village, al proceso de reconstrucción de una aldea prácticamente abandonada, del diálogo con los protagonistas que quedan viviendo en los pueblos abandonados a conversaciones casi de ficción. ¿Por qué era importante escribir este libro y hacerlo así?

R—Me pareció que en aquellas historias aún quedaba algo de lo que mostraba Eugene Smith en Spanish Village. Y no me refiero solo a que una de las protagonistas aún lleve el pañuelo negro sobre el moño-trenza, por ejemplo. A Smith se le puede cuestionar que en cierta medida alterara la realidad a su antojo, eso es cierto, pero para mí lo relevante de su trabajo en la España rural es que se propuso mostrar al mundo que Franco estaba dando al mundo una imagen irreal de España en la que solo se veía el avance de alguna ciudad mientras dejaba los pueblos sumidos en el abandono. Mostrando ese abandono aspiraba a boicotear el Plan Marshall. Los pueblos no solo estaban al margen, sino que, en muchos casos, se recurría a la expropiación forzosa y hasta violenta para plantar pinos y construir grandes presas.



Me interesaba también la soledad o más bien las diferencias entre la soledad forzosa y la voluntaria.


P—¿Cuándo comenzaste a interesarte por la España vacía?

R—No creo que haya un cuándo: esa es toda mi vida. De pequeña, hasta los 13 años, recorría pueblos de Albacete, Jaén y Ciudad Real con mis padres, de mercadillo en mercadillo, porque vengo de una familia de arrieros, luego vendedores ambulantes. A veces, la gente mayor que venía a comprar me llevaba a su casa y allí me contaba parte de su vida. Eran personas cuyos hijos y nietos se habían ido a la ciudad. A mí me gustaba escuchar esas historias y creo que al buscar las que aparecen en Quién te cerrará los ojos no estoy más que volviendo a la infancia. Recuerdo que de camino a esos pueblos siempre me embobaba viendo ventas, cortijos y otros edificios abandonados. Me daba mucha curiosidad desde pequeña y siempre imaginaba quiénes vivieron allí por qué se fueron, qué se llevaron y qué dejaron.

P—Hay un éxodo forzoso y otro voluntario. Sobre estos dos ejes trabajas tu discurso.

R—Sí. Va más allá de Quién te cerrará los ojos. Viene de antes y continua, no sólo en los libros. Es algo que busco siempre, en todas partes. Me interesa el éxodo en general y sus consecuencias, pero especialmente cuando es forzoso: la idea de hogar cuando no puedes volver porque quizás ni existe más allá de tus recuerdos. Quizá por eso empecé buscando historias de supervivientes del genocidio armenio y puede que eso me llevara a buscar historias de expropiación forzosa en España.

P—Dices, «asfalto y tierra compiten por la verdad», ¿a qué verdad te refieres?

R—A que cada uno tiene su propia verdad.



Me interesa la idea de hogar cuando no puedes volver porque quizás ni existe más allá de tus recuerdos.


P—¿Vives la literatura como un espacio de resistencia?

R—Depende. Cuento historias de resistencia, pero no tengo claro que sea lo mismo resistir y contar la resistencia. Puede que sí lo haga y no haya sido del todo consciente: contar historias de parejas que llevan 70 u 80 años juntas y aún comparten un código y unas bromas que sólo ellos entienden, por ejemplo, quizás sea también una forma de resistencia.

P—No construyes un ensayo al uso, tocas la tierra con las palabras y abrazas un lenguaje que va de lo coloquial a una crónica periodística estilizada, ¿por qué?

R—Supongo que es por fusionar periodismo y antropología con herramientas de la literatura, pero también porque me voy dejando llevar. Me gusta lo coloquial, especialmente cuando hablan los protagonistas. Me gusta plasmar su forma de hablar. Alguien insinuó que me burlaba de ellos por plasmarlo tal cual. Bueno, el prejuicio será de quien crea que esa forma de hablar es incorrecta, porque a mí no sólo no me parece incorrecta, sino que la plasmo porque la defiendo. A mí me gusta que figure así, que esté la esencia de esa persona, que puedas escuchar la cadencia de su habla, que puedas imaginar su acento. Otra cosa es lo que haga yo mientras escribo la historia, que puede variar en función de lo que considere necesario: y eso va desde dejar a la persona hablando en un monólogo hasta hacer una parte más ensayística, humorística o poética. Es algo que va surgiendo en función de lo que me pida la historia y también la música que tenga de fondo. He visto cómo cambia el ritmo de lo que escribo en función del paisaje y de la música de fondo. Con Quién te cerrará los ojos, por ejemplo, no pillé el tono que buscaba hasta que decidí escribirlo con flamenco de fondo. He escrito llorando, riendo y haciendo las dos cosas a la vez. Eso también marca estas diferencias en el tono.



No tengo claro que sea lo mismo resistir y contar la resistencia.


P—Aunque hay muchos autores de otras tradiciones que han escrito sobre la vida rural y la precariedad, incluso sobre el éxodo, ¿por qué te has decantado por la tradición española para conducir tu ensayo?

R—A veces comentaba o citaba el libro que estaba leyendo en ese momento o uno que recordé que hablaba de eso y decidí releer. Vino así. No elegí que fueran españoles, aunque hablo de pueblos españoles. Uno de esos libros lo escribió una argentina en la Patagonia, por ejemplo. Maria Sonia Cristoff. También me acompañó mucho Juan Rulfo y su Comala.


P—Tu manera de leer el paisaje nos remite a Delibes, ¿es un escritor importante para ti?

R—Se convirtió en un escritor importante para mí precisamente en ese momento, especialmente porque utilizaba un lenguaje muy de pueblo que no es habitual en los libros.


He escrito llorando, riendo y haciendo las dos cosas a la vez.


P—Quiero preguntarte cómo fue despedirte de Victoria, es decir, ¿cómo es despedirse de alguien que se queda aislado?

R—Para mí siempre es triste porque no hago entrevistas de media hora cuando hago periodismo con enfoque antropológico. Paso tiempo con esas personas en sus casas. Como con ellos y, cuando es posible, me quedo a dormir, les ayudo en sus tareas, comparto con ellos en la medida de lo posible. Así que nunca me despido del todo y, si puedo volver, vuelvo. La historia de Martín y Sinforosa, por ejemplo, la sigo actualizando: pregunto a quienes sé que los conocen y también vuelvo cuando puedo. Cuando la comunicación directa, digamos por teléfono, es imposible, como en un caso así, busco intermediarios que me van actualizando. En el caso de Victoria, tuve la suerte de conocer después a una chica que también la conocía. Una coincidencia extraña. Desde entonces, ella la visitaba de vez en cuando y a la vuelta me iba contando que estaba bien, que la gente iba a verla y la cuidaba. Esa chica hoy es una de mis amigas más cercanas.

P—Aunque hay varias mujeres en el libro no escoges decantarte por un discurso hilvanado al feminismo, ¿por qué?

R—Pues no había una razón porque no fue algo premeditado. Cuando empecé, simplemente buscaba historias que me ayudaran a entender a mi abuelo y su arraigo. Haciendo autocrítica, sí que me dije que había demasiados hombres, no tanto en las historias, para las que sí busqué un equilibrio en los perfiles, como en la bibliografía. Pero de esto me di cuenta cuando ya lo había terminado y cerré la lista de libros. Al año siguiente, y salvo alguna excepción, sólo leí libros escritos por mujeres. Lo importante es darse cuenta.

P—Arraigo y soledad. Suena a oxímoron: dulzura que escuece. ¿Qué significan para ti?

R—El arraigo es una forma de resistencia y la resistencia, llevada hasta el final, a veces nos deja solos. Pero, paradójicamente, el arraigo puede ser la única manera de no sentirse en soledad, porque el desarraigo también nos deja solos: a los que vamos de un lado a otro la gente siempre nos ve de paso y eso dificulta estrechar lazos porque se da por hecho que nos vamos a ir. Poco se contempla la posibilidad de que algunos estamos en movimiento simplemente porque aún no hemos encontrado el lugar que nos retenga. Pues sí, un oxímoron, jaja. Se puede encontrar el equilibrio, supongo. A mí estas historias ajenas me han servido para darme cuenta de que necesito un ancla y también ser menos solitaria. Estoy trabajando ambas partes desde entonces. Buscando un equilibrio que no sé si encontraré, pero aprendiendo de esa búsqueda.

P—¿Por qué has escogido ese verso de Labordeta para el título?

R—Porque me gustaba la canción, pero, sobre todo, porque conectaba esa resistencia de quien se queda hasta el final en su pueblo y algo que aparece en el libro en relación con mi abuela, que me encargó que le pinte los labios cuando muera.

P—¿Por qué esos pueblos y no otros? ¿Qué criterio de selección utilizaste a la hora de plantear el mapa geográfico del libro?

R—Busqué los pueblos más pequeños de España, no para escribir sobre ellos, sino para ir hasta allí y entonces preguntar si en algunos kilómetros habría alguien viviendo sin vecinos. Me interesaba que hubiera una persona sola, una pareja, una familia reducida... Y pensé que ese sería un buen punto de partida. En muchos casos, funcionó. Lo que también hacía era ir a lugares supuestamente deshabitados por si en realidad había alguien allí o muy cerca. Es un asunto complicado a veces: visité más pueblos de los que aparecen. Hay personas y pueblos que no figuran en el libro porque en algunos casos eso podía poner en riesgo su seguridad.


P—En el libro planteas la idea de volver. La has puesto en práctica. Y yo quiero preguntarte, ¿qué sentías cuando vivías fuera al oír el nombre de tu pueblo, Terrinches?

R—Volví, sí. Aunque temporalmente me tuve que ir a otro pueblo por trabajo, me alcanzó el confinamiento y ahora estoy con todo repartido. Pues lo que sentía, al principio, era mucho dolor. Separarme de mi mejor amiga a los 13 años fue traumático. Además, acabé en un lugar en el que me hacían bullying. Entonces no se hablaba de ello y me callaba. Tardé muchos años en contarlo. Me salvaron las cartas semanales de mi amiga, que eran el nexo con mi pueblo. Lloraba todos los días pensando en el pueblo. Luego dejé de ir un tiempo. No soportaba que estuviera ahí pero a mí se me hubiera negado estar. No sé si fue una reacción adolescente o parte de una especie de duelo. Leí que al autor de Otra vida por vivir le pasó algo similar y entendí que era un proceso lógico. Luego empecé a volver y entendí que lo que siempre me había faltado era esa sensación de hogar que solo el pueblo podía darme. Ahora no sé qué pasará: es posible que los efectos de la pandemia vuelvan a dejarme lejos del pueblo. Pero esta vez sería todo muy distinto.

P—¿Puedes hablarme de tu próximo proyecto?

R—Llevo varios años trabajando en un libro que, sin ser una continuación de Quién te cerrará los ojos, es algo similar, puesto que inicialmente me lo planteé como un capítulo de ese libro. Pero me pareció que el tema necesitaba ir en paralelo y que tenía que ser un libro distinto. También lo publicará Libros del K.O.


Estas historias ajenas me han servido para darme cuenta de que necesito un ancla y también ser menos solitaria.


2 Comentarios

  1. Qué interesante tu entrevista, querida Tes. Y cuántas cuestiones inteligentes plantea el libro. Me gustan las editoriales que se arriesgan con estos temas.
    Un abrazo.

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    1. ¡Muchas gracias, Rocío! Realmente es un libro fabuloso. Sobre todo porque la cuestión del viaje y de la España vacía se plantea siempre desde miradas masculinas y no necesariamente de alto calibre literario y Mendoza es buenísima. Ojalá que te animes a leerlo. Un abrazote.

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