Gloria Fortún: «Para mí no hay nada antes que el amor»

Entrevista con la escritora Gloria Fortún, autora de «Todas mis palabras son azores salvajes» (Dos Bigotes).

Entrevista a Gloria Fortún
Foto: Isabel Wagemann


La poesía nos conecta. Hay algo en la fuerza de un verso que consigue extraer lo mejor de nosotros para un encuentro cercano con el otro. Esta entrevista conecta mundos. El de Gloria Fortún, el de Isabel Wagemann y el mío. Pero también el de todas las lectoras que han leído Todas mis palabras son azores salvajes de Gloria Fortún (Dos Bigotes), el de las mujeres peligrosas y el de toda persona que desee vivir intensamente. Esta charla se nutre de las respuestas inteligentes y sensibles de Gloria, de las fotografías que le ha tomado Isabel y de mi propia curiosidad y deseo de aprender de personas como ellas, que te hacen la vida más fácil. Hay algo en la fuerza de la voz de Fortún que te sacude de forma inexplicable. Conversar con ella sobre el proceso de escritura de este libro fabuloso es un regalo. Una alegría que deseo compartir contigo, mientras te insisto para que leas a esta poeta luminosa y fuerte que nos invita a mirar de otra manera el cuerpo y el deseo.


P—¿Cómo has vivido este tiempo de parálisis social? ¿Has podido sacarle provecho para tu escritura?

R—A nivel personal y familiar, sería repetitivo hablar sobre los sentimientos de incertidumbre, miedo e indignación que he sentido durante el confinamiento y a lo largo de la pandemia, pues ya se ha dicho mucho y muy bien. En un sistema en el que lo primero no es la vida, los animales siempre estarán encantados de perdernos de vista. Estos tomaron las calles, se vieron pavos reales paseando tranquilamente por Madrid. Este hecho me inspiró, también la loba que hay dentro de mí salió cada noche a escribir poemas que mis azores portaron a su destinataria surcando los cielos sin testigos.

P—Te conocí en la antología Ábreme con cuidado, donde escribes sobre Aphra Behn, en «Palimpsesto» (Dos bigotes); ¿te puedo preguntar por tu relación con Aphra? ¿Cómo la descubriste y qué te gusta de ella?

R—Estudié filología inglesa, pero salvo algunas profesoras que mencionaban escritoras más allá de Austen y las Brontë, parecía que no había casi mujeres en la historia de la literatura. Afortunadamente, una enorme biblioteca universitaria y la suerte de poder leer en español y en inglés, propició que pudiera investigar por mi cuenta. Un libro me llevó a otro, y luego a otro… fue en Una habitación propia de Virginia Woolf donde leí la primera mención a Aphra Behn. Quién podría resistirse a la primera autora profesional en esta lengua, una mujer del siglo XVII que empezó a escribir teatro y novela para ganarse la vida después de estar en la cárcel por sus deudas, que además fue espía del rey y tuvo amantes mujeres…

P—¿Te ha costado encontrar tu lugar en el mundo literario? Si es así, quisiera saber si crees que ha tenido algo que ver con eso tu homosexualidad.

R—Siempre he formado parte del mundo literario de una forma u otra: como lectora editorial, traductora, profesora de escritura creativa, escritora, poeta… me considero muy afortunada porque en todo momento ha habido alguien que ha creído en mí y me ha dado una oportunidad. Ser lesbiana en este contexto es un arma de doble filo. Por una parte hay lectoras deseosas de referentes, de historias en las que puedan verse reflejadas en un mundo literario en el que a estas alturas aún no se escucha demasiado nuestra voz. Por otra parte, la etiqueta «literatura lésbica» te persigue escribas lo que escribas, puede que tu protagonista sea lesbiana pero que el tema de la novela sea otro, por ejemplo. Sinceramente, a mí no me importa. Creo que el amor y el deseo entre mujeres son un regalo maravilloso de la vida y si esa tiene que ser mi bandera, no se me ocurre una bandera mejor.


La etiqueta «literatura lésbica» te persigue escribas lo que escribas.

P—Quiero preguntarte por el título del libro. ¿Cómo surgió? ¿Por qué te interesan los azores?

R—La verdad es que simplemente presté atención a lo que me salía al escribir, como siempre les digo que hagan a mis alumnas. No fue antes la intención y después la escritura. En cierto momento leí H de halcón, una maravillosa narración autobiográfica de la naturalista inglesa Helen Macdonald, que cuenta cómo la autora supera un duelo adiestrando un azor. Fue así como estas letales aves de presa se colaron en varios de mis poemas sin darme cuenta. Imagino que se debe a que los asocio con el amor, que me vuelve salvaje y me hace volar.

P—La voz principal del libro es la de una mujer madura. Y hay en él mujeres que aman, buscan sexo, ansían… ¿Querías deconstruir esa idea de que a partir de cierta edad la libido ya no manda en nosotras?

R—Es más que una idea, es una de esas narrativas mentirosas con las que convivimos. Pero llegas a los cuarenta y te das cuenta de que no solo seguimos teniendo deseo, enamorándonos y disfrutando de nuestro cuerpo, sino que muchas de nosotras lo hacemos mejor, porque nos hemos liberado de tantas tonterías… Todas las semanas me reúno con treinta y pico mujeres para escribir. Muchas están en la década de los cuarenta y de los cincuenta y se encuentran en un momento transformador, se sienten mucho más abiertas a acoger y a celebrar su deseo. No se trata de que el deseo mande, sino de intentar no vivir tan disociadas de nuestros cuerpos. Darnos cuenta de lo potentes que son y del placer que nos pueden provocar, de lo preciosos que son en todas sus formas y tamaños. De que nuestros cuerpos no son una losa, joder, sino lo que nos conecta con el mundo. Los pies descalzos con la tierra generosa, el pelo con el viento, mi barriga con otras manos que se aferran a ella por detrás mientras me besan el cuello.

P—¿El deseo es más interesante que el amor?

R—El deseo es como un río, puedes recapitular tu vida pensando en la trayectoria de tu deseo, si es que no has olvidado cómo escuchar a tu cuerpo. Trayectoria cambiante y salvaje, irreverente en muchas ocasiones con tus circunstancias. El deseo y cómo mantenerlo en su estado salvaje, cómo no domesticarlo a base de relaciones de poder y convenciones sociales, y al mismo tiempo cómo saber mantenerlo a raya para poder vivir. Cómo no va a ser apasionante. En cuanto a enamorarse, cosa que no puedo imaginar sin deseo, para mí es un sentimiento sagrado. Es un milagro. Ocurre pocas veces en toda su intensidad. Me causa risa, poemas, ternura y tótems que si alguien vulnera puede hacerme aullar, rugir. Enamorarse es poner algo en el mundo que no existía, sacar algo de la nada. Como escribir.


Foto: Isabel Wagemann

P—Me da la sensación de que has trabajado más por visibilizar la escritura de otras mujeres (te has labrado una fructífera carrera como traductora) que la tuya propia. ¿Por qué decides publicar tu primer poemario a los 43 años?

R—Yo siempre he escrito, me paso el día escribiendo, no podría vivir sin hacerlo. Pero me interesa más el proceso —la búsqueda constante de la palabra que traduzca lo no verbal— que el producto final y no tengo demasiado afán estelar. Lo cual no quiere decir que no me haga muchísima ilusión lanzar algún texto al mundo y observar cómo se recibe, por supuesto. Mi trabajo como traductora feminista es la forma perfecta que he encontrado de aunar el activismo con la literatura. ¡Y qué suerte poder dedicarme a ello! Todas las mañanas cuando tomo mi primer café mirando amanecer doy gracias por otro día con páginas en blanco que rellenar y mujeres fabulosas a las que traducir. La publicación de mi poemario es un loco acto de amor, como deben ser todos los actos de amor.

P—Dices: «Necedad es dar instrucciones al corazón». ¿Reivindicas en este libro la fuerza salvaje del corazón? ¿La pasión antes que el amor, quizás?

R—La reivindicación de lo salvaje está, sí, lo salvaje entendido como esos momentos que solo suceden cuando se está escribiendo, creando, amando o teniendo un orgasmo, en los que te dejas llevar, se te olvidan las inseguridades de tu cuerpo, tus cicatrices, que te estás despeinando, que estás armando un escándalo, que hay que hacer la compra, que… se te olvida todo y solo gozas. No he experimentado el amor sin pasión. Para mí no hay nada antes que el amor.

P—Me gustaría preguntarte por tu acercamiento a la poesía. ¿Fue la lectura de alguna maestra la que te llevo a intentar tus propios versos?

R—He leído muchísima poesía desde siempre. Te digo algunas poetas que amo: Marina Tsvietáieva, Sylvia Plath, Chantal Maillard, Adrienne Rich, Gloria Fuertes, Sharon Olds, Anne Carson, Audre Lorde, Alejandra Pizarnik, Emily Brontë… Pero así como en prosa sí que siento que tengo maestras, o al menos escritoras que han sido mi escuela, en poesía siento que no tengo influencias literarias sino amorosas. En cualquier caso, ojalá por leer a estas maestras algo se me impregne.

P—¿Te sientes más poeta que narradora?

R—Tengo una visión extremadamente poética de la vida y un alma rotundamente novelera. Creo que depende del día.

P«No hay ley, ni religión, ni código ético que pueda trascender mi verdad sentimental», dices también. ¿Te has visto alguna vez en la tesitura de la duda entre moral y corazón?

R—Sí. Y elegí el corazón. Fue catastrófico. Y aquí estoy.


Enamorarse es poner algo en el mundo que no existía.

P—Has militado en el feminismo desde mucho antes de que éste fuera tendencia y fuese absorbido por el capitalismo. ¿Te puedo pedir que me hables de aquellos primeros años militando? ¿Cómo fue tu descubrimiento del feminismo?

R—¡Pues cómo va a ser, de la mano del amor! Mi primera novia fue una chica de Ohio que conocí en un campamento en Estados Unidos, a los 17 años. Por aquel entonces se acababa de publicar allí Mujeres que corren con los lobos y se desató un furor impresionante. Ella me llevaba a un grupo de mujeres que leían y comentaban dicho libro. Me hablaron de feminismo. De vuelta a España me mandaban fanzines del movimiento riot girrrls, me grababan cintas de música… fue mi manera de sobrevivir al colegio ultraconservador donde estudié hasta que pasé a la universidad. Una vez en la universidad me uní a un colectivo feminista, después estuve en la Eskalera Karakola cuando era una casa okupada de mujeres… los 90 fueron unos años muy radicales y potentes para mí en cuanto a activismo feminista. Las feministas lesbianas estábamos muy politizadas.

P—Quiero volver al capitalismo, ¿cuál es la verdadera amenaza que ejerce sobre el movimiento de liberación feminista?

R—Lo dijo Audre Lorde mejor que nadie: «No se puede desmantelar la casa del amo con las herramientas del amo». El feminismo es un movimiento de justicia social que lucha por el bien común. Lo que el capitalismo llama libertad es otra cosa, es la libertad individual caiga quien caiga. Es incompatible con un movimiento teórico y práctico basado en la colectividad y no en las jerarquías. La libertad nunca es unidireccional y eso los que manejan los hilos lo saben. No les conviene un mundo lleno de gente libre.

P—Ofreces una doble lectura, donde no te olvidas de dejar clara la difícil lucha de la libertad y la visibilidad lésbica. «Hay quien nace teniendo que luchar por cosas que la gente / ni se imagina que son batallas», dices. ¿Qué sentimiento te florece cuando piensas en que tú sí tienes que batallar para hacer valer tus derechos (y los de tantas y tantos)?

R—Derechos es el nombre que damos a nuestros privilegios y seguirán siendo privilegios mientras no los tengan todas las personas. Uno de estos privilegios es el de no pensar. No pensar que eres heterosexual, o blanca, o cis, porque nunca te lo has tenido que plantear. Creo que la lucha debería ser colectiva porque, como he dicho antes, la libertad jamás es unidireccional. El derecho a vivir con dignidad de unas personas jamás restará derechos a otras. Eso es la justicia social. El sentimiento que me florece es el de reconocimiento y agradecimiento a las mujeres gracias a las cuales yo puedo hoy en día vivir mi deseo.


Muchas de nosotras lo hacemos [amamos] mejor, porque nos hemos liberado de tantas tonterías.

P—Hay quienes piensan que las etiquetas de género en la literatura sólo sirven para segregar a los autores y autoras no binarios. ¿Qué opinión tienes al respecto?

R—Pienso que ojalá haya un día en que todos los libros estén mezclados porque el género sea una expresión más. Mientras tanto, el dilema hoy en día es cómo clasificar algo tan inclasificable como la infinita y maravillosa diversidad del género humano.

P—La idea del cuarto propio se le atribuye a Virginia Woolf pero hubo otras autoras que consiguieron ese espacio antes de nombrarlo. Sin desmerecer el exquisito trabajo de la Woolf, a quien amo, ¿no hay un poco de reduccionismo al mencionarla como LA autora que puso en palabras la necesidad de autonomía en la escritura? (Sí, estoy pensando en Aphra).

R—Yo también la amo, pero tienes toda la razón. Lo que pasa al mencionar tan solo a unas cuantas mujeres y siempre a las mismas —Woolf, Jane Austen, las hermanas Brontë— es que se convierten en la excepción que confirma la regla, que es la que dice sin decir que la mejor literatura está escrita por hombres. Ése es ni más ni menos que el canon occidental. Desmantelarlo es nuestra misión como literatas feministas. De eso habla el imprescindible Cómo acabar con la escritura de las mujeres de Joanna Russ que tuve la suerte de traducir.

P—Y hablando de Virginia. ¿No es un poco reduccionista pensar en su idea del cuarto propio únicamente desde la independencia económica, como parece que se está haciendo últimamente?

R—Pensamos mucho en esto durante las sesiones de mi taller de escritura peligrosa. La habitación propia primero tiene que ser mental. Las escritoras debemos primero lidiar con nosotras mismas, con la censora que todas llevamos dentro, con el síndrome de la impostora. Tenemos que aprender a tomarnos en serio como escritoras, y en nuestro caso ha sido fundamental crear una comunidad en la que nos escuchamos y nos respetamos como escritoras, para muchas ha sido la primera vez que esto ha sucedido. Así que la primera habitación propia, sin duda, tiene que ser mental. Después ya viene la lucha de puertas para afuera, por un espacio y un tiempo para escribir que las demás personas respeten y que pueda liberarse de o compatibilizarse con maternidades, cuidados y demás. Y mientras tanto —porque nunca debemos esperar a que las condiciones sean favorables ya que nunca lo serán, como dijo Doris Lessing— escribimos.

P—¿Alguna autora que te llame la atención especialmente por el tratamiento que hace del deseo?

R—Me vienen estos libros a la cabeza ahora mismo: Thérèse e Isabelle de Violette Leduc, En Grand Central Station me senté y lloré, de Elizabeth Smart, Los naufragios del corazón de Benoîte Groult, Barroco al alba de Nicole Brossard y Escrito en el cuerpo de Jeanette Winterson.


La habitación propia primero tiene que ser mental.

P—De la literatura contemporánea, ¿qué voces te interesan? ¿qué libro has leído fascinada?

R—Esta pregunta me inquieta porque sé que me voy a dejar voces que amo, así que prefiero nombrarte los tres últimos libros de autoras contemporáneas que he leído, además me han encantado y son muy distintos entre sí: Hamnet de Maggie O’Farrell, La escritora de Auður Ava Ólafsdóttir y Una trenza de hierba sagrada de Robin Wall Kimmerer.

P—Querida amiga, ¿amor a medias nunca?

R—Nunca. Bostezo.


Gloria Fortún en el objetivo de Isabel Wagemann
Foto: Isabel Wagemann

TODAS MIS PALABRAS SON AZORES SALVAJES. GLORIA FORTÚN. DOS BIGOTES. 2020

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