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Neuman recoge en esta novela los momentos decisivos de la vida de Moliner hasta llegar a la creación del diccionario |
Las palabras funcionan como resortes de la memoria, desencadenando sensaciones, asociaciones e imágenes mentales insólitas. Cuando pienso en la palabra biblioteca vuelvo al cuarto de colegio, la habitación de la casa de mi infancia donde se abría ante mí el universo mágico de los libros, la posibilidad de ser otra. Las palabras son resortes, y un diccionario es una autobiografía velada. Con esta idea, Andrés Neuman explora los momentos más significativos de la vida de María Moliner e intenta reconstruir su imagen: su idea de la lengua, su relación con su tiempo y con el tiempo, su persistencia ante la violencia del sistema, su herida, su lengua vaciada. Hasta que empieza a brillar (Alfaguara) es una mágica semblanza de una pensadora fascinante, adelantada a su tiempo, y todavía al nuestro. Su gran obra, el Diccionario de uso del español, sigue siendo consultada con atención por estudiosos de la lengua y curiosos. Moliner, la que no dejó de intentarlo, a pesar del silencio y la violencia, aparece en esta novela como una mujer poderosa, y el autor parece insinuar que dicha fortaleza le fue dada por haber conseguido un lúcido equilibrio entre vida doméstica y trabajo intelectual. ¡Y que deliciosa la narrativa de Neuman, donde el detalle minúsculo de la vida es semilla de las más bellas iluminaciones! Que nadie se pierda esta maravillosa novela.
Contenido del artículo
María Moliner, la mujer que no dejaba de intentarlo
«María se acomodó el pelo: vivía despeinada». El punto de partida de Hasta que empieza a brillar, de Andrés Neuman (Alfaguara), es contundente y nos permite apreciar dos ideas que se extenderán a lo largo de toda la lectura. La primera: Moliner fue una mujer rara y dispuesta a ejercer su libertad con todo el cuerpo. La segunda: la literatura de Neuman pone en las palabras todo el potencial de la vida. Sin embargo, recordar a Moliner no parece el empeño de la escritura de Andrés, sino realizar un ejercicio de nigromancia, a fin de ponerla delante de nuestros ojos y dirigir el foco de la lááámpara de su escritura a los momentos catalizadores de la gran obra de la pensadora, desde la infancia rota por el abandono del padre hasta su intento fallido de ingresar en la RAE. En el proceso, se detiene con cuidadoso detalle en su labor como archivera y bibliotecaria, y otros momentos menos conocidos de su biografía.
Neuman conduce el relato con espontaneidad y ternura, permitiéndonos intuir, detrás del personaje, a una mujer casi como cualquiera de nosotras, huye de los tópicos y dibuja una Moliner vivísima, osada. Una mujer cuya principal virtud fue la valentía de no claudicar jamás en su voluntad en un mundo de corbatas. Ni siquiera los momentos desgarradores de la vida, que los hubo, le hicieron perder esa perspectiva de lucha y empeño. «En vez de esperar que le volvieran las fuerzas, se aferró a sus ocupaciones para ver si volvían», leemos. La literatura tiende puentes entre la realidad y el mundo mágico, entre el presente y la memoria, y en este caso sirve para reducir la distancia temporal y asumir en carne propia lectora los desafíos que atravesaron la vida de este personaje. Estamos frente a una novela donde las palabras articulan la experiencia, la memoria y lo fantasioso: Moliner aterriza en nuestras vidas de forma irreversible. Carne, tiempo, no. Y sobre el hechizo, María Moliner vuelve.
Todo acercamiento a la vida es un acercamiento al lenguaje. Pero las palabras vienen filtradas y, a veces, el acercamiento a la vida, a la propia identidad, se ve afectado por ese filtro. La contradicción planea y provoca una pregunta alargada que la voz no puede acallar. «Le habían enseñado que al principio fue el verbo, y que Dios era el verbo, y que Dios, nuestro padre, había dictado todas las oraciones. Pero ella y su hermano hacían los deberes con su madre». De ahí parte Moliner: niña curiosa, joven osada, adulta valiente, mujer madura capaz de enfrentarse al organismo con más poder en el ámbito de la lengua ella solita. Una mujer convencida de su independencia y autoridad para hacer lo que su deseo impusiera, sin reparar del todo en lo que su gesto suponía, con los pies en esa franja que separa la inocencia de la osadía. «Desconocía que, en todo el país, sólo unos pocos cientos de chicas estaban cursando el bachillerato. Se concentró en lo que deseaba sin reparar en la proporción de su osadía». La escritura sólida de Andrés hace de esta lectura un encuentro con lo maravilloso: la reconstrucción vívida del personaje nos trae una versión de Moliner de la que ya no podremos desprendernos y nos invita a pensar en las tremendas dificultades que la autodeterminación femenina ha encontrado siempre para desarrollarse.
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Andrés Neuman nos traslada en el tiempo para visitar a María Moliner |
La lengua rebelde
Esta novela contiene el asombro del lenguaje. En el punto de partida, como tesis biográfica de la lexicógrafa, encontramos el acercamiento primigenio de Moliner a las palabras, cuando el gesto de la comunicación es un juego que traza el conocimiento del mundo. La niña Moliner estira las sílabas para entender cuánto puede dar de sí una palabra. «Pueeerta, lááámpara, plaaato». Y Andrés, que ha trabajado con acierto el asombro que nos produce el proceso de aprendizaje del habla en sus dos libros anteriores (Umbilical y Pequeño hablante) vuelve en esta nueva obra a adentrarse en el misterio de la vida contada. Y esto nos permite extraer una segunda idea de esta novela: toda biografía, como toda novela, tiene el eco autobiográfico de las obsesiones de quien narra. La exploración de ese asombro primigenio es otra razón para disfrutar de esta novela. Pero no la única.
Moliner escribió casi solita el diccionario, una tarea que le tomó más de 15 años. Pero no en la cocina, donde todavía se pretende pensar que escriben las mujeres, sino en el salón; cuenta Neuman que eligió esa habitación porque no tenía un despacho y porque allí estaba la mesa grande, aunque también porque un diccionario como el suyo exigía la mancha de lo cotidiano. Pero es importante el matiz: no en la cocina. Neuman rompe este prejuicio y tantos otros, no para esterilizar el perfil de Moliner, acercándola a esa mirada despreocupada que a veces se nos pretende a las intelectuales, sino para defender la vida doméstica como parte de la experiencia intelectual, el cuidado de los geranios y la definición de las palabras como parte de una misma búsqueda. El lenguaje atraviesa nuestros cuerpos y pensar la lengua es amasar la vida, la casa, los afectos.
Solita tampoco. Otra cuestión importante. Neuman recoge el proceso de escritura del enorme diccionario y se detiene en las personas que acompañaron a la autora y colaboraron con este proyecto; de este modo, rompe con otro tópico: la escritura es soledad. Toda escritura es el resultado de una conversación, de una pregunta colectiva, aunque escribamos en relativa soledad, «palabra por palabra», como dice Neuman que aprendió a redactar Moliner; la idéntica forma que le permitió llevar a cabo la tarea por la que sería recordada. Y quiero traer una escena preciosa: María les explica a Dámaso Alonso y Rafael Lapesa cómo fue posible este trabajo demencial. «Nada del otro mundo: escribo una palabra y me quedo mirándola hasta que empieza a brillar». Ese brillo, que también tenía la letra y el cuidado de otras personas.
Antes del diccionario fueron décadas de esfuerzos. De otros esfuerzos. Su empeño siempre estuvo puesto en la libertad. Primero, en conseguir autonomía. Después, en contribuir con la autonomía de los otros. Comenzó dando clases particulares durante la adolescencia para contribuir con la economía familiar, donde la ausencia del padre provocó un temblor emocional y existencial que se vería reflejado en una vida de dificultades materiales. Fue una primera acción que sostuvo todo lo que vino después y que supuso defender la idea woolfiana del espacio de producción libre, propio, autónomo. «Estaba harta del abismo entre sus lecturas y su presupuesto. Necesitaba más libertad: dinero». Esa garra impediría que la silenciara el franquismo y que, incluso después de haber sido degradada, continuara luchando por construir palabras, su legado insustituible en nuestra lengua.
Desvío mi atención un momento para proponer una lectura paralela. Hay una biografía preciosa sobre María Moliner firmada por Inmaculada de la Fuente que, creo, podría funcionar como una lectura excelente para acompañar la ficción de Andrés Neuman. El exilio interior. La vida de María Moliner y esta novela ofrecen una visión completa de la biografía de Moliner, dos formas de entrar en las luces y las sombras de su vida desde dos verdades distintas. En la biografía, como en la novela, la luz, el paisaje y las palabras están en el centro del relato. Y en ambas se hace hincapié en el trabajo descomunal de Moliner como bibliotecaria, que para 1935 gestionaba un centenar de bibliotecas rurales junto a las Misiones Pedagógicas. Y es que aunque al pensar en Moliner lo primero que se nos venga a la cabeza sea su Diccionario, ésta parece la pieza final de un objetivo mucho más amplio, que intentaron destruir sin éxito y que fue constituyendo todo su mundo. Un objetivo fundado en la devoción por la palabra precisa. Porque «si en las palabras había revelaciones, entonces amarlas implicaba un ejercicio de trascendencia». A esa trascendencia se abocó Moliner en vida y obra, como lectora, hija y hermana, bibliotecaria, madre, lexicógrafa, esposa, investigadora, amiga, amiga de las palabras.
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La novela de Neuman y la biografía de De la Fuente pueden leerse de forma paralela |
Un diccionario de uso pero no al uso
El primer volumen del Diccionario de uso de María Moliner llegó al mundo en 1966. Fue el resultado arduo de 15 años de trabajo que fueron empujados por la pregunta «¿Por qué la lengua debía adoptar un registro impostado?» Moliner se lanzó con osadía en la caza de palabras y buscó significados que las enlazaran a la realidad, quitándoles la visión encorsetada e ininteligible que encontraba en el Diccionario de la RAE. Oponiéndose, o rebelándose, a la institución máxima de la lengua se acercó a la gente y, al hacerlo, estrechó un vínculo férreo con la lengua. Su Diccionario de uso del español supuso una revolución total en la forma en que la lengua estrecha su vínculo con la vida.
Lo que devino avance para el conocimiento y el vínculo con la lengua para María Moliner fue la manera de resurgir, después de que le quitaran todo. Una y otra vez. Hasta que empieza a brillar se cimenta en los silencios que María Moliner fue capaz de asimilar y contra los que escribió su diccionario. La forma convulsa en que la vida la fue golpeando y empujando contra las cuerdas y su propia manera de hacer frente al desgarro son explorados con cuidado por Neuman, y nos permiten acercarnos a la tremenda herida individual y colectiva que punzaba siempre hacia el movimiento el cuerpo de Moliner. Resulta asombroso ese esfuerzo por resurgir del silencio familiar, del silenciamiento del sistema, de encontrar su voz y articularla de forma colectiva, y los caminos ficcionales que ha encontrado Andrés para contarlo. Moliner, que pensaba que no debían faltar libros en ninguna casa, la mujer que entendió pronto el difícil desafío de convertir el cuerpo en carne de cultura o intelectualidad en un mundo patriarcal. Nombrar el silencio y descubrir la propia voz: el trabajo de toda una vida. «Una crecía con huecos. Sobre todo cuando se recibía una buena educación en el olvido», leemos.
El antes y el después del diccionario son los dos ejes en la novela de Neuman. Los libros y el silencio. En El exilio interior. La vida de María Moliner, Inmaculada de la Fuente escribe: «La felicidad que le proporcionó la publicación de su Diccionario fue intensa. En cierto modo, fue volver a vivir, o renacer, como dice Zambrano. Pero esa dicha le duró poco más de un año en un sentido pleno». Y Neuman: «Las misiones cumplidas, pensó, se parecían un poco a la muerte». Después de tanto esfuerzo, de tanto movimiento, la quietud de la tarea concluida fue dramática. En el horizonte, las metas se convirtieron en un barco hacia el olvido. El vacío de la ilusión también hizo mella en el lenguaje, y ni siquiera el cuidado de los geranios ni la corrección de la obra pudieron contra el imparable desarrollo de la arteriosclerosis que le diagnosticaron. Desde ahí, poco a poco, la memoria y el lenguaje se irían movilizando hacia el silencio. La manera en al que Neuman consigue hacer de esta etapa tremenda de la vida arte, bella y oscura estampa de la existencia, es verdaderamente impresionante.
El vacío de la ilusión también hizo mella en el lenguaje
La memoria y las palabras que se rompen: el secreto está en la forma
La forma es importante. Neuman lo viene demostrando desde su primer libro y revoluciona nuestra mirada en cada obra. En esta novela hay varios indicios de este cuidado. En primer lugar lo encontramos en la estructura de los capítulos: el eje que los unifica es una única escena dividida en cuatro partes, que va desvelando poco a poco el perfil del personaje y sus dinámicas de comunicación, donde el humor, la tendencia a la sátira y cierto recelo del mundo de los hombres van dejando al descubierto, poco a poco, la frustración y la rabia del rechazo. Pero también en el uso de un lenguaje que permite establecer una conversación entre su voz autoral y la voz de Moliner, entrando y saliendo del personaje y volviéndola más amiga. Esto, además de permitirnos intuir una nueva manera de entender el vínculo entre biografía y ficción, es un mecanismo perfecto para incorporar inquietudes en torno a la propia manera de entender la verdad de los acontecimientos.
Otro elemento que permite apreciar esto es el manejo de las frases según cada etapa de su vida. Al principio hay una mayor descripción y cierta verborragia que permite acercarse al perfil desinhibido y curioso de la Moliner niña; a medida que la vida acontece, sin embargo, la escritura va oscureciéndose y tornándose acortada y a veces, seca. Hacia el final, Neuman se inclina por la fragmentación del fraseo para reflejar la huella de la arteriosclerosis cerebral en el cuerpo, una enfermedad que limitó de forma contundente a María Moliner, afectando sus funciones cognitivas y lingüísticas. El ocaso del libro nos muestra una María que se va quedando callada y que «se peleaba a solas con su dicción, con las palabras que se le escurrían». Creo que Neuman ha encontrado el camino imposible para expresar el desconcierto que nos produce que una mujer entregada a la lengua haya sido abandonada por ella.
Y no quiero dejarme fuera el manejo de las elipsis, de los silencios, de lo que no está en el texto pero que la lectura visibiliza. Que es, además, uno de los rasgos más fascinantes de la escritura de Neuman. En esta novela se expresa a veces de manera perspicaz (como cuando dice «el sabor del papel no le pareció tan desagradable») y en otras dejando entrever la huella de la herida (como en la escena que dice «Escondió la carta. Buscó una caja de fósforos»). Neuman tira de este recurso para crear una obra llena de picardía y a la que no falta cierta acidez política. En esos juegos de lenguaje, sin embargo, nunca pierde el norte, y no olvida que se escribe con el deseo de acercar al personaje y que todo trabajo indirecto en el texto debe ir orientado a cubrir las necesidades del relato. Gracias a ello consigue que todos esos ingredientes aporten un doble sentido a la lectura, enriqueciéndola y provocando esa sonrisita de costado que se nos queda cuando nos enfrentamos a textos que no son de este mundo. Definitivamente, esta novela es una forma bellísima de acercarse a la vida de María Moliner a través de la pluma de un escritor inquieto, curioso, asombrado de la sombra de la lengua y capaz de invitarnos siempre a hacernos esas preguntas incómodas. Las preguntas que siguen faltando en nuestro vocabulario. ¡Ojalá que nadie se pierda esta fabulosa novela!
El 2 de abril será la presentación en Málaga de Hasta que empieza a brillar de Andrés Neuman. Aquí tienes la información del evento. ¡Te esperamos!
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